Segundas impresiones desde dentro

Dos puntos de partida: «Nuevos Vascos» y un libro en ciernes

El proyecto Segundas impresiones gira alrededor de dos valores fundamentales: la confianza mutua y la voluntad genuina por comprender al otro. De ahí que el punto de partida fuera doble. Por un lado, elegimos a 36 personas de las 460 a las que Laura había entrevistado para la ya extinta sección «Nuevos Vascos» de El Correo (abril de 2007 – febrero de 2017). La razón era sencilla: queríamos construir estas nuevas historias a partir del reencuentro y del conocimiento previo generado en aquella primera entrevista.

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Por otro lado, veníamos trabajando desde 2014 en un libro donde queríamos hablar de nuestros propios procesos migratorios, los de nuestras familias y el modo en que eso había moldeado nuestra identidad. En resumidas cuentas: queríamos entender el hilo que conecta a Teodoro Luaces, el bisabuelo gallego de Laura que migró en 1912 a Montevideo, con Laura, que dejó esa misma ciudad en 2003 para estudiar un máster de periodismo en Bilbao. Y ya puestos, queríamos encontrar los vasos comunicantes con la experiencia de Rubén, quien a los 20 meses de vida ya había debutado como migrante interno y cuyo itinerario vital es un cúmulo de pueblos y ciudades: Guadalajara, Molina de Aragón, Coria, Plasencia, Badajoz, Alicante, Valencia, Viena, otra vez Valencia, Londres, Valencia de nuevo, Buenos Aires, El Campello y Madrid.

Mientras estábamos escribiendo ese libro —aún por terminar—, realizamos varios viajes a Euskadi para entrevistarnos con personas cuya experiencia en migraciones considerábamos relevante. Así, por ejemplo, charlamos con Ana María Urive, una psicóloga especializada en duelos migratorios; George Belinga, coordinador de la cooperativa subsahariana Koop SF 34; Josu Erdozain de Vicente, de la asociación Kosmópolis, con una loable trayectoria en el asunto de las homologaciones de títulos académicos; o Paz Giambastiani, comunicadora especializada en discapacidad.

También aprovechamos esos viajes para conversar con Silvana Luciani y Peio Aierbe, de Mugak / SOS Racismo – Gipuzkoa; con Silvia Carrizo, fundadora de la asociación Malen Etxea, que sabe mucho sobre las trabajadoras del hogar; con Rosabel Argote, responsable de CEAR-Vitoria —y a quien descubrimos gracias al vídeo Gora Gasteiz—; con Miguel Ángel González, director de la Fundación Ellacuria; con Xavier Aierdi, sociólogo e investigador; o con Ekain Larrinaga, técnico de migraciones del Ayuntamiento de Getxo.

En definitiva, estábamos en plena efervescencia documental, pero también creativa: a través de aquellas entrevistas, además de aprender y saber qué queríamos decir, intentábamos averiguar en qué formato. En esas charlas, varias veces comentamos una idea que barajábamos desde hacía tiempo: elegir una veintena de personas cuyos perfiles migratorios nos pareciesen significativos y volver a entrevistarlas, pero a fondo, con calma. En una de esas idas y vueltas, nos llegó una propuesta que no habíamos considerado: ¿sería posible focalizar esas entrevistas en dos ciudades como Getxo y Bilbao?

Una buena excusa para ponernos al día… o hacer memoria

Revisamos los datos que teníamos y dijimos que sí. Pensamos que sería una oportunidad para profundizar en una dirección específica. Además, el proyecto nos permitiría conservar la esencia de lo que buscábamos: contar esas historias de una manera más reposada, contextualizada, extensa y abierta a los matices. En muchos casos habían pasado 7 u 8 años desde la primera entrevista, y queríamos aprovechar para saber cómo le había ido a la gente y cómo habían evolucionado sus vínculos con Euskadi.

En ese proceso, descubrimos que entre la apertura y el cierre de la sección «Nuevos Vascos» hubo tiempo para que sucediese de todo: nuevas maternidades y paternidades, duelos por familiares en la lejanía, cambios de trabajo o de estado civil, hijas e hijos que entraron en la universidad, nuevas migraciones (a veces internas, a veces internacionales), regresos al país de origen… Incluso, por desgracia, constatamos la muerte de Mamadú Saliu Djaló. Queríamos que todo eso cupiese en los dos libros. O al menos el sentimiento de haberlo intentado.

Lo otro que descubrimos al ver las 36 historias juntas y tomar perspectiva fue que ambos libros iban más allá de las historias individuales. Visto en conjunto, el proyecto podía leerse como una crónica colectiva o un relato coral sobre la diversidad existente en Getxo o en Bilbao en 2017. Es más: esa suerte de foto fija que habíamos construido podía leerse también como un fragmento de la memoria oral de ambos municipios. Además de tener un valor sentimental para cada protagonista, los libros de Segundas impresiones podían tener valor como testimonio de una época y  ser útiles dentro de 25, 50 o 100 años cuando alguien investigase cómo había empezado a ser más diversa la sociedad vasca.

La escritura colaborativa como herramienta

En Segundas impresiones nos propusimos escribir como una sola voz, como la voz de un microcolectivo compuesto por dos personas que eligen la escritura colaborativa como medio de expresión. Es decir: los textos no son ni de Laura ni de Rubén; son compartidos, son de los dos. De algún modo, queríamos que el proyecto nos enseñase a renunciar al narcisismo y el personalismo asociados a la escritura profesional.

De hecho, todo —o casi todo— en Segundas impresiones nace del debate y del acuerdo sobre qué contar, cómo hacerlo y por qué hacerlo. O, en otras palabras, de aprender a convivir con el desacuerdo (creativo) a fuerza de tener un proyecto común y sentir que teníamos una responsabilidad con la comunidad destinataria del libro. Llevábamos tiempo experimentado con esa escritura colaborativa —por ejemplo, en este blog—; sin embargo, aún no lo habíamos hecho en un proyecto de tanta intensidad y nivel de exposición.

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Trabajar con la materia más delicada: las personas

Por último, nos propusimos ser todo lo permeables que pudiéramos a los relatos de las personas entrevistadas. Queríamos estar abiertos al aprendizaje personal. Nuestras vidas han estado y están atravesadas por las migraciones, y nos resulta imposible explicar frente a los demás quiénes somos sin aludir a nuestros respectivos procesos migratorios. Desde que nos conocemos, los dos leemos y conversamos sobre historias de otras personas que han migrado. De algún modo, a fuerza de mirarnos en ese espejo que es siempre la historia ajena, encontramos claves para entender la nuestra.

Por esa razón, queríamos disfrutar de conversar sin presiones y dejar que aflorase —si es que afloraba— esa compleja maraña de emociones, peajes, dudas, experiencias, sueños o decepciones que conlleva todo proceso migratorio. Hemos intentado captar eso en nuestras historias. Solo así, creíamos, nos sería posible entender cabalmente situaciones como la paternidad o la maternidad a distancia, las barreras jurídicas, la precariedad laboral, el duelo de estatus, la reagrupación familiar, incluso lugares comunes como «buscar un futuro mejor». También comprender en qué mundo queremos vivir y qué papel queremos desempeñar en él.

4 reflexiones polacas sobre el periodismo responsable

cinco-sentidos-kapuBien mirado, mucho de lo escrito hasta aquí lo dijo antes Ryszard Kapuściński. En el libro Los cincos sentidos del periodista (estar, ver, oír, compartir, pensar), este periodista polaco reflexiona sobre un concepto que ha sido clave en Segundas impresiones: el respeto por la integridad y la imagen del otro. Es decir: cultivar un aspecto olvidado con frecuencia en las informaciones relacionadas con las personas migrantes o migradas. De hecho, quizá una de las grandes enseñanzas de Kapuściński es que escribimos para una comunidad y que, con nuestras palabras, tejemos o destejemos sus costuras.

También está la conciencia de que quienes escribimos nos vamos y, sin embargo, nuestras palabras se quedan —quizá para siempre— con esas personas que accedieron a contarnos su vida y que, en general, no disponen de medios para contrarrestar lo que digamos. Escribir, por tanto, exige una muy recomendable dosis de responsabilidad. En lo posible, hemos procurado tener eso en mente mientras escribíamos los dos libros que componen Segundas impresiones.

A modo de cierre, os dejamos 4 fragmentos de Kapuściński que han alimentado nuestro trabajo:

Sin embargo, nada más alejado del sentido básico del periodismo. Lo que nosotros hacemos no es un producto ni tampoco la expresión del talento individual del reportero. Tenemos que entender que se trata de una obra colectiva en la que participan las personas de quienes obtuvimos las informaciones y opiniones con las que realizamos nuestro trabajo […]

El periodismo, en mi opinión, se encuentra entre las profesiones más gregarias que existen, porque sin los otros no podemos hacer nada. Sin la ayuda, la participación, la opinión y el pensamiento de otros, no existimos. La condición fundamental de este oficio es el entendimiento con el otro: hacemos, y somos, aquello los otros nos permiten. Ninguna sociedad moderna puede existir sin periodistas, y los periodistas no podemos existir sin la sociedad. […]

Por último, conviene tener presente que trabajamos con la materia más delicada de este mundo: la gente. Con nuestras palabras, con lo que escribimos sobre ella, podemos destruirle la vida. Nuestra profesión nos lleva por un día, o acaso por cinco horas, a un lugar que después de trabajar dejamos. Seguramente nosotros nunca regresaremos allí, pero la gente que nos ayudó se quedará y sus vecinos leerán lo que hemos escrito sobre ellos. Si lo que escribimos pone en peligro a esas personas, tal vez ya no puedan vivir más en su lugar, y quién sabe si habrá otro sitio adonde puedan ir.

Por eso, escribir periodismo es una actividad sumamente delicada. Hay que medir las palabras que usamos, porque cada una puede ser interpretada de manera viciosa por los enemigos de esa gente. Desde ese punto de vista nuestro criterio ético debe basarse en el respeto a la integridad y la imagen del otro. Porque, insisto, nosotros nos vamos y nunca más regresamos, pero lo que escribimos sobre las personas se queda con ellas por el resto de su vida. Nuestras palabras pueden destruirlos. Y en general se trata de gente que carece de recursos para defenderse, que no pueden hacer nada.

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