Cambiar de país conlleva otros cambios, desde el paisaje hasta las perspectivas. La transformación es constante y opera en distintos niveles: el entorno, las costumbres, las opciones… También incide en la persona que migra. La historia de Afaf El Haloui es un claro ejemplo del poder transformador de ciertos viajes. Como dice ella misma, en Bilbao está el comienzo de su felicidad. “Aquí me empezó a sonreír la vida. Aquí pude empoderarme, sentirme libre y vivir con tranquilidad. En esta ciudad, en este lugar, es donde empieza mi vida”.
Afaf experimentó dos tipos de emigración porque se marchó dos veces de su país, Marruecos. “La primera vez, me fui por el que entonces era mi marido. Él había venido antes y nos reagrupó a mi hija y a mí. Pero esta historia no duró mucho. Volví poco después a Marruecos para divorciarme. La segunda vez, sí, fue mi verdadera salida. Vine sola con mi niña y con una mochila de miedos. Dejé atrás una etapa muy dura, de rechazo, violencia y machismo, para empezar otra vez, para ser feliz, para ofrecerle a mi hija algo mejor y distinto”.
A Afaf no le gusta hablar sobre “lo triste o lo malo”. Entiende -y con razón- que pocas palabras bastan para delinear una situación dolorosa, opresiva e injusta. Ella prefiere centrarse en ‘el día después’ y dejar que sus palabras construyan. “Es posible romper con el miedo. Es posible cambiar de vida y ser feliz. Es posible recomponerte como persona, desarrollarte como ser humano, como ciudadano, como mujer, aunque lo tengas todo en contra, incluida tu propia familia”.
El divorcio en su país no está bien visto. “Menos si es decisión de la mujer, y menos aún si después quiere seguir sola, en lugar de casarse otra vez -apunta-. Eso fue lo que me ocurrió a mí. Después del divorcio, la presión social y familiar era insoportable. Todo el mundo estaba enfadado conmigo. En principio, yo iba a quedarme en Marruecos. No tenía la necesidad económica de emigrar, ya que mis padres tienen su casa y sus recursos. Sin embargo, me sentía rechazada por la cultura de mi propio país. Nadie entendía mi decisión, así que opté por marcharme de nuevo, no por economía, sino por libertad. Me fui para ser libre e independiente, para ser dueña de mi vida”.
Llegó “dolida y perdida”, y en unas condiciones adversas. El idioma y la crisis eran su principales barreras. “Encontré un mundo nuevo donde casi todo era diferente al mío. Tenía lo que a mí me atraía, la independencia y la libertad, pero al principio yo no sabía cómo alcanzarlos, cómo llegar hasta ahí”. La sensación de Afaf, que desconocía los cauces, se asemejaba a la de quien mira lo que le gusta a través de un escaparate. Aparentemente al alcance, no siempre fácil de conseguir. “Pero la gente aquí es generosa. Hay personas que curan a otras. Cuando he tocado las puertas, siempre me han contestado”.
El abrazo, la apertura
La primera puerta que se abrió para Afaf fue la de La Posada de los Abrazos, una asociación que lucha contra la exclusión social en Bilbao. “Hay que reconocer públicamente su labor. Me cuidaron, me apoyaron, me ayudaron a cuidarme a mí misma y me brindaron mucha contención, también psicológica, para dejar atrás esa mochila de miedo y dolor. Allí empecé a recomponer mi vida, a conocer personas, buenas personas, con las que relacionarme y de las que podía aprender mucho. Comencé a abrirme a otros espacios y llegué a Mujeres del Mundo Babel”.
Uno de los objetivos de esta asociación femenina es tejer una red de apoyo mutuo entre sus miembros, poner en valor sus cualidades y saberes, incluirlas y dotarlas de herramientas de empoderamiento. “Encontré allí un grupo humano increíble. Encontré calidez y supe que no estaba sola. Es un espacio donde se comparte la riqueza y la diversidad, donde se puede aprender mucho. Para mí también fue un lugar donde poder opinar, escribir, proponer cosas, desarrollar mis inquietudes”, relata con la admiración de quien ha tenido negadas las cosas sencillas durante mucho tiempo.
Los nuevos estímulos e influencias hicieron reflexionar mucho a Afaf sobre su condición de mujer e inmigrante. Y, también, sobre las peculiaridades socioculturales de su país. Por esa razón, a mediados de 2014 fundó Ahizpatasuna, una asociación de mujeres marroquíes y vascas que busca tender puentes y lazos entre ambas culturas. “Es fundamental repensar la cultura marroquí, conocer otros modelos femeninos, enriquecerse mutuamente, aprender de las demás -afirma-. Yo, que soy marroquí, he conseguido integrarme en la cultura vasca y, sobre todo, he conseguido ser feliz. Me siento fuerte, luchadora, independiente… una ciudadana más de Bilbao”.
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