366 | Andrés

Andrés Jurado es un hombre de pocas palabras. Sus respuestas son breves, tan concretas como sus ideas. Desde que llegó a Bilbao, hace ocho años, el trabajo ha ocupado el centro de su atención. “A eso vine”, comenta. “Como casi todos los inmigrantes, cambié de país para poder trabajar”. Su prioridad en 2006 era “salir adelante”, una expresión que para miles de personas como él ha puesto el acento en lo primero: salir. “A veces no te quedan más opciones en tu ciudad o tu pueblo y te toca marcharte”, señala.

Oriundo de la provincia colombiana de Nariño, “una zona cafetera que tiene algunas cosas en común con Euskadi”, Andrés decidió emigrar cuando la balanza de las obligaciones y las oportunidades comenzó a alejarse demasiado de su inclinación ideal. “Eres adulto, te independizas y tienes que mantenerte y hacer frente a unos gastos. No puedes estar pidiéndole a tus padres que te mantengan”, razona. Esa forma de pensar, que en él no es nueva, fue la que le animó a comprar un billete y lanzarse a la aventura con 28 años.

“Llegué a Alicante para trabajar como peón. Hubo un tiempo en el que se ganaba bien. Después, las cosas empezaron a complicarse. No había tanto trabajo y las condiciones fueron empeorando cada vez más. Yo empecé a buscar alternativas hasta que, un día, hablando con un amigo mío que vivía en Bilbao, supe que aquí podría tener una oportunidad. Mi amigo me contó que había un señor gallego que se dedicaba al reparto de butano y que estaba cogiendo ayudantes. Vine sin dudarlo”.

La vegetación y la lluvia de Euskadi le recordaron a su tierra. “Se parecen mucho en eso. En la región donde yo vivía, llueve con frecuencia y bastante. Cuando empieza a caer agua, puede mantenerse así un mes entero. La naturaleza, el verdor, tiene muy buenas condiciones para desarrollarse, igual que aquí”. Pero, en la comparativa de desarrollos, la gran diferencia que Andrés percibió enseguida es que Bilbao era también tierra fértil para el crecimiento laboral. “Empecé a trabajar de inmediato”.

Si algo destaca -y agradece- de aquel tiempo es “la confianza” que tuvieron en él y la “oportunidad” que le dieron. “Empecé como ayudante, cargando y descargando las bombonas. Más adelante, el señor que me había contratado se jubiló, pero yo tuve la posibilidad de continuar con el reparto. Si es posible, me gustaría dar las gracias a Fernando y Juanjo, de Extegas, que confiaron en mí y me brindaron la posibilidad de establecerme y prosperar”, dice. En la actualidad, es él quien se encarga del reparto y cuenta con dos ayudantes.

El valor de la gente

“Solo no puedes. Necesitas formar un equipo. El reparto de bombonas es un trabajo duro y exigente, muy físico, y con desafíos permanentes”, agrega, en referencia a las viviendas que están en un cuarto o un quinto piso sin ascensor. “Es duro y son muchas horas al día, pero compensa, sin duda. Me he asentado, pago mi hipoteca, y vivo de lo que hago. Eso es muy gratificante. Me gusta la sensación de llegar a casa, cansado, sintiendo que me he ganado el día. Además, es un tipo de trabajo que te mantiene activo y te ayuda a conocer personas. Esto es lo mejor, la gente”.

Para Andrés, no hay titubeos: “Lo mejor del País Vasco es su gente. No te puedes imaginar la amabilidad con que me reciben en sus casas. Tengo clientes desde que empecé. La mayoría son de estratos medios, gente trabajadora de toda la vida. Ya me conocen y muchos de ellos, que tienen huerto, me esperan con un tarro de alubias o con hortalizas. Ese tipo de gestos reconforta un montón. Qué puedo decir, estoy contento. Me siento muy bien en Bilbao y gracias a Dios tengo trabajo”, subraya.

A propósito de su labor, Andrés señala un cambio de hábitos muy interesante: “Con la crisis -afirma- se ha disparado la venta de bombonas de butano. En los últimos años, hemos dado de alta a muchísimos clientes. Gran parte de ellos tiene calefacción en su casa, pero no la enciende. No se pueden permitir una sorpresa en la factura a fin de mes. Con la bombona, consumen lo que han pagado. Y si se acaba, se acaba, hasta que puedan comprar la siguiente”, detalla.

“Las estufas a gas se han vuelto a poner de moda -prosigue-. Una parte importante de mi recorrido pasa por Deusto, donde hay muchos pisos compartidos de estudiantes. La mejor manera de ahorrar en calefacción que tienen es esa: comprar una estufa. Y ellos no son la excepción. Pasa lo mismo en otros barrios menos populares de la ciudad. Las bombonas se vuelven a usar para calentar las casas La diferencia de actividad y de ventas es notable entre los meses fríos y los que son más cálidos”.

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