402 | Daniel

Ni fácil ni voluntaria. Así podría resumirse la historia migratoria de Daniel Kikadi, que comenzó en Angola, continuó en Portugal y acabó aquí, hace ahora seis años. “Fue una decisión de mi familia, no mía”, dice, y lo que explica a continuación es una mezcla de reflexión y arrepentimiento. “Yo era un joven desobediente y rebelde, no trabajaba y había dejado de estudiar. Prefería estar con mis amigos, que tampoco eran la mejor compañía del mundo, y menos a ojos de mis padres, que querían otra vida para mí. Ellos querían, como todos los padres, que volviera a estudiar, que trabajara. Pero no había manera”.

Daniel lo cuenta con semblante serio. Todavía habla con la voz baja que le ha quedado de la biblioteca, donde acaba de pasar la tarde. Ahora estudia. Hace electrónica y robótica. Aprende francés. Quiere dominar tantos idiomas como pueda. Ahora dedica los sábados para experimentar con sus robots, mientras que los días de semana compagina sus estudios con su actividad como profesor. Daniel da clases de kizomba, un tipo de baile muy popular en Angola que, en los últimos años, ha captado muchos adeptos en Europa. “El afrodance -señala- está de moda”.

Pero, ¿qué ha pasado para que se produjera un cambio así? Probablemente, que sus padres tenían razón cuando intuyeron que la mejor solución para un hijo que no se “portaba bien” era sacarlo de su zona de confort y colocarlo en un escenario distinto. “Me mandaron a Portugal, donde tenemos muchos familiares. Yo quería ir a Londres, claro, pero ellos me enviaron con mis tíos a Lisboa”, relata. Además de la presencia familiar, el país luso ofrecía la ventaja del idioma y de un nexo histórico y cultural con Angola, que fue colonia portuguesa hasta hace apenas cuarenta años. Así y todo, a Daniel no le gustaba.

“Tiempo después, vine a Bilbao a visitar a mi tía, la hermana de mi madre. Ella vivía aquí desde hacía muchos años. Mis primas, de hecho, ya son adultas y son vascas -menciona, para ofrecer un parámetro de tiempo-. La cuestión es que llegué y me encantó. Ese día, casi todos los balcones y ventanas tenían banderas del Athletic. Yo no sabía en ese momento lo que era, pero recuerdo que me impactó. Me marcó ver el rojo y el blanco adornando toda la ciudad. Después me explicaron lo que significaban esas banderas. Desde entonces, flipo con el Athletic. En Angola hay equipos de fútbol, pero nada que se pueda comprar. El Athletic es un sentimiento puro, y existe así gracias a su afición. Es increíble”, opina Daniel, con entusiasmo de forofo.

La ciudad le gustó. Su gente le gustó. Y decidió quedarse. “Lo primero que hice fue apuntarme a clases de castellano. Tenía que poder comunicarme. Como alcancé un buen nivel, o eso creía yo, me metí a hacer la ESO, para convalidar mis estudios. Fue durísimo -reconoce-. No me enteraba de nada, ni tenía tan buen nivel como creía. Recién en 2010 y 2011 me atreví a cursar un par de formaciones técnicas. Me matriculé en dos cursos, me fue bien y eso resultó muy importante para mí, porque de pronto me dije ‘¡Jo! Puedo hacerlo’. Ver que sí puedes es fundamental para creer en ti mismo y progresar”.

Un lugar para aprender

Además de estudiar, Daniel es profesor de baile. Esto es mucho más reciente; comenzó este año, junto con la creación de Koop SF 34, un vivero de microempresas sociales creadas por personas de origen subsahariano en el barrio de San Francisco que, como explican sus creadores, apuesta por el emprendimiento y el desarrollo social “y se hace entre todos, sin recibir subvenciones”, agrega Daniel. “Esto es importante decirlo para que no se piense mal de nosotros y para nuestra autoestima. Es un reto, una asociación de personas que quieren impulsar un proyecto común, transmitir el talento y ayudarse entre sí”.

“En el barrio de San Francisco hay muchas promesas, como Hardi Malot, el judoca que se prepara para los Juegos Olímpicos de 2016. Y también hay una gran necesidad de compartir conocimiento, de relacionarse, de aprender y de avanzar. Tener un lugar de encuentro como este, con estas características, hace que todo eso sea posible. Por ejemplo, yo tengo la oportunidad de enseñar lo que sé, una danza típica de mi país. Pero, al mismo tiempo, estoy en contacto con otras personas de otros países que muestran sus riquezas. Es una forma estupenda de practicar idiomas, ya que ahí unos hablan en inglés, otros en francés, otros en lingala… Yo he vuelto a cantar y hablar en portugués, he vuelto a bailar. Esa alegría, esa energía es necesaria para crear y emprender, para integrarnos y mostrar nuestra cultura”, concluye.

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