La vida de Nawal Abaou ha dado un giro notable. Muchas cosas han cambiado para ella desde 2010 hasta hoy. El camino no ha sido fácil, ni siempre ha tenido el viento a favor, pero ha sido ha sido beneficioso y, sobre todo, necesario. “Ha sido intenso”, agrega ahora, al observar los cinco últimos años y analizarlos en retrospectiva. “Emigrar es un proceso exigente que te empuja a asimilar un gran caudal de información en muy poco tiempo. Eso se nota al principio especialmente, cuando no conoces a nadie ni sabes cómo funcionan las cosas, cuando tus recursos son limitados y debes resolver muchas urgencias”.
Nawal recuerda bien esa ‘vorágine de los principios’. “Encuentras todo tipo de personas. Hay gente buena, gente mala, gente que te usa y gente que te ayuda. La vida es así. Pero cuando estás en un lugar nuevo, solo y sin referencias, estás mucho más expuesto. No sabes a dónde ir, qué hacer o cómo usar tus competencias. Alquilas un piso, pagas una fianza, cambias de ciudad, vas aquí, vas allá, el dinero que traes se acaba y no tienes ingresos. Y todo eso ocurre en un entorno que no conoces ni controlas, donde las costumbres son otras. Te haces fuerte, sí. Necesitas hacerte fuerte porque eres mucho más vulnerable”.
La fortaleza a la que se refiere tiene mucho que ver con la constancia y la determinación. Y, más que eso, con una convicción poderosa: que la meta es mejor que el punto de partida, a tal punto que justifica la dureza del camino. “El éxito es insistir. No puedes derrumbarte, ni bajar los brazos, y menos cuando tienes un niño pequeño que depende de ti, como sucedió en mi caso”, indica Nawal, y recuerda que, cuando se marchó de Marruecos, su hijo aún no había cumplido cuatro años.
“El divorcio está mal visto en mi país”, dice. Es una frase que transmite mucho más que ocho palabras. “La sociedad te juzga y, de algún modo, te castiga. Pierdes la libertad de salir, de arreglarte… No es que no puedas hacerlo, sino que las críticas aparecen enseguida”. La suspicacia, el ambiente enrarecido se sintetiza en “frases como ‘ah, eso es lo que quería, mira, para eso se divorció, para salir’… Y aunque hagas de cuenta que no oyes, que no te afecta, sí lo hace”, reconoce.
“Por eso me fui. Yo no quería esa vida para mí ni para mi hijo. En Marruecos tenía estabilidad, mi casa, mi coche y mi trabajo; tenía a mis padres, que siempre fueron un apoyo incondicional; tenía mucho más de lo que tengo aquí, pero me faltaba lo principal. No era feliz. Desde luego, no es fácil trabajar de ‘cualquier cosa’ cuando antes te dedicabas a la docencia, cuando tienes formación, cuando tienes dos carreras -Nawal es bióloga y enfermera-, pero lo haces. Te dices a ti misma que da igual, que es importante avanzar y empiezas desde cero”.
Dar a conocer tus competencias
Pero Nawal no se resignó al destino habitual de muchos inmigrantes. Tocó puertas, buscó apoyos. “En estos años, he abierto muchas conversaciones. Entiendo que cuando uno cambia de país debe adaptarse al nuevo lugar e integrarse con los demás. Para eso hay que abrirse y dedicar tiempo a hablar con las personas que vas conociendo, con quienes te dan trabajo, con tu comunidad de vecinos. Si eres diferente y te encierras en ti mismo, los demás tendrán miedo de ti”, expone. Su discurso es claramente aperturista y es, en sí, lo que le ha permitido tender valiosos puentes aquí.
“Las asociaciones desempeñan un papel fundamental en esto. Yo me acerqué a Kosmópolis, cuya finalidad principal es poner en valor la profesionalidad de los extranjeros y ayudarnos con el durísimo proceso de homologación de títulos. Gracias a ellos pude convalidar mis dos títulos y después hacer un master en Recursos Humanos. En la actualidad trabajo como enfermera y sigo formándome, también en otras áreas”, explica en un perfecto castellano, un idioma que ya dominaba cuando vivía en su país. “Es que vivíamos junto a Melilla e íbamos con frecuencia. Si no hablas castellano, no haces la compra”, dice entre risas.
Y, a propósito de sonrisas, reivindica su valor. “No puedes perderla jamás, ni siquiera en los momentos más duros. A los inmigrantes nos cuesta un montón progresar, afianzarnos, demostrar lo que sabemos. Las empresas locales no suelen fiarse de los títulos extranjeros, aunque estén homologados aquí”, lamenta. Por eso, Nawal ha seguido colaborando con la asociación Kosmópolis y forma parte de un proyecto en el que varios profesionales de fuera se reúnen con empresarios locales para derribar estereotipos. “Todavía existe la creencia de que estamos poco cualificados y cierto recelo a buscar los perfiles profesionales que se necesitan entre la gente que no ha nacido aquí. Por eso es importante darse a conocer, fomentar el acercamiento. Aprovechar las cualidades de la gente, sea de donde sea, es beneficioso para todos”.
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