Ernesto Díaz Norte emigró joven y solo. Se marchó de su país, Uruguay, hace casi diez años, cuando tenía 19. «Fui directo a Barcelona, porque tenía referencias de que allí había trabajo, aunque en realidad no sabía nada más. Tampoco conocía a nadie». Como muchos extranjeros, viajó cargado de expectativas pero con poca información. «Para que te hagas una idea, solo traje 170 euros, lo que había podido ahorrar, y estaba convencido de que eso era mucho dinero», dice riéndose de sí mismo.
«Por suerte -prosigue- en el avión coincidí con un chico, un conocido de mi madre que sí tenía referencias en la ciudad: un amigo suyo que nos hizo lugar en su casa». El ‘salvavidas’ le permitió a Ernesto mantenerse a flote durante un mes y medio, aunque el dinero se escurría y la situación empezaba a ser crítica. «En ese momento, me llamaron Ivón y José, dos chicos que habían sido vecinos míos en Montevideo y que estaban viviendo en Bilbao. Cuando se enteraron de que estaba en Barcelona pasándolo mal, me dijeron que montara en un autobús y viniera para su casa. Pagué el billete con el único dinero que me quedaba. Así llegué al País Vasco».
La regularización extraordinaria de extranjeros que se acometió en 2004, durante el Gobierno de Zapatero, le permitió a Enrique obtener un permiso de residencia y trabajo. «Tuve mucha suerte -reconoce-. Solo llevaba dos meses aquí». Con la documentación en regla, empezó a buscar empleo de inmediato y lo encontró. «Me contrataron en un conocido local de restauración, donde trabajé durante varios años», explica. El empleo, las horas extra y la voluntad de estar siempre dispuesto le dieron la solvencia económica necesaria para traer a su madre y a su hermana, que se habían quedado en Uruguay.
El viaje a Argentina
Pero, además, en su lugar de trabajo conoció a una chica argentina que hoy es su mujer. «Nos quedamos embarazados muy jóvenes -señala-. Nuestra hija, Julieta, tiene ahora cinco años». Aquel fue un punto de inflexión, y no solo por el estreno de la paternidad. Cuando la niña nació, Ernesto y su mujer decidieron marcharse a Argentina para montar allí una charcutería. «Mi suegro conocía al dueño de un matadero, así que conseguía mejores precios, y nosotros teníamos la experiencia que habíamos adquirido aquí. La idea era perfecta y, de hecho, nos fue muy bien con el negocio».
«Queríamos quedarnos allí. De hecho, en un momento me llamó el dueño del local de Bilbao donde yo había estado trabajando para que viniera a darle una mano, y acepté viajar por unos meses. El objetivo era reunir dinero, volver a Argentina y con esos ahorros pagar la entrada de un piso allí». Sin embargo, ocurrió algo que dinamitó esa convicción. «Mientras estaba aquí, entraron a robar en mi charcutería de Argentina. Los ladrones asaltaron a mi suegra a punta de pistola, se llevaron la recaudación del día y la dejaron encerrada en una habitación. Eso me bastó para tirar abajo el proyecto. No quería que mi hija ni mi mujer pudieran estar expuestas a algo así. Cerramos el negocio y volvimos a Euskadi».
De regreso en Bilbao, Ernesto y su esposa empezaron a trabajar en el sector de servicios y restauración, también en Mercabilbao, hasta que en 2012 se lanzaron a una nueva aventura. «Abrimos una panadería en el Casco Viejo como las que hay en Argentina o en Uruguay. Empezamos con lo justo, una amasadora y una laminadora que compramos a unos catalanes que cerraban su panadería y habían puesto todo a la venta», resume antes de reconocer que el primer año fue muy duro. «No nos conocía nadie, así que el proceso fue muy lento. Toda la familia se esforzó mucho, incluidas mi madre y mi hermana. Pasaron varios meses antes de que nos empezara a ir bien».
Hoy se siente satisfecho con lo que ha logrado. «Quizás pueda parecer una locura iniciar algo en tiempos de crisis pero, como decía mi suegro, lo importante no es el país, sino la persona. Está en uno salir adelante, trabajar, incluso cambiar la mentalidad. A veces hay recelos con los trabajadores extranjeros, en mi país ocurría igual, pero lo cierto es que todos buscamos lo mismo, seamos de donde seamos: salir adelante y darle mejores oportunidades a nuestras familias. Estoy convencido de que quien siembra, recoge, a pesar de las dificultades. Además, soy joven: ahora es el momento de currar, de esforzarse, de construir para el futuro».
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