282 | Gonzalo

Hace apenas cinco años, la vida de Gonzalo Arechavaleta era muy distinta a lo que es hoy. Mexicano de nacimiento e ingeniero de profesión, vivía y trabajaba en la tercera ciudad más poblada del mundo. «Me gustaba mi carrera y mi trabajo como asesor, aunque también tenía su claroscuro; México D.F. es una ciudad vertiginosa», describe. El ritmo y la densidad de la urbe, trepidante y tumultuosa, ejercieron poco a poco una potente fuerza centrífuga en él, que a los veinticinco años decidió que se marchaba.

«Necesitaba estar en un lugar más tranquilo; un sitio en el que, al salir de casa, me encontrara con espacios naturales como el monte o el mar, donde no todo fueran coches y edificios y cemento. Quería experimentar la sensación de vivir en una ciudad o un pueblo pequeño, y todo eso lo encontré aquí». De ascendencia vasca -aunque «muy lejana, unas seis o siete generaciones arriba»- Gonzalo empezó a buscar opciones de estudio en el extranjero. El mejor modo de vivir una experiencia fuera de casa era «aprovechar el tiempo para aprender».

«Aunque soy ingeniero, siempre me interesó la cooperación. De hecho, uno de mis sueños era incorporarme como técnico en la ONU», confiesa. Claro que, para ello, el primer paso era especializarse en la materia. Y si bien muchos mexicanos emigran hacia Estados Unidos, tanto por estudios como por trabajo, él se desmarcó de esa tendencia: después de mucho buscar y sopesar las opciones, decidió apostar por el ‘Viejo Continente’. «Vine a hacer un máster en Estudios Internacionales, en la UPV, y la verdad es que el País Vasco me enganchó. Incluso su clima me gusta», subraya.

«Me gusta el frío -prosigue-. Y, para lluvias y nubes, las de Vancouver, donde viví un año y me acostumbré a esos cielos. Por otro lado, el verano aquí es espectacular, y el entorno te permite hacer muchísimas cosas». Y tantas. Él, que en principio prolongó su estancia aquí por una chica, acabó quedándose por un puñado diferente de razones. «La relación de pareja se acabó, pero en ese momento yo ya tenía una rutina, unas actividades y unos amigos. Esa combinación me hizo continuar aquí; impidió que me marchara».

Además del entorno, uno de los aspectos que más valora de Euskadi es que lo volvió a «conectar con el deporte; en concreto, con la escalada. También aquí conocí gente estupenda, hice una cuadrilla de amigos y hasta tenemos un grupo de música», enumera. El grupo de Gonzalo, Txamba, está formado por cuatro personas: un chileno, un jumillano, un vasco y él. «El chileno aporta la rumba; el jumillano, la cumbia… y el vasco y yo nos encargamos de que suene más o menos bien», dice antes de soltar una carcajada.

Mirada al norte

Aunque México es un país heterogéneo, con muchísimas corrientes migratorias y una enorme diversidad étnica y cultural, Gonzalo reconoce que ha sido aquí, en Euskadi, donde ha tenido la ocasión de conocer mejor los matices latinoamericanos. «Mi país está muy influenciado por el vecino del norte. Estamos más atentos a lo que pasa en Estados Unidos que a lo que pasa en el resto de América. Eso hace que no distingamos grandes diferencias entre países, que los veamos a todos como hermanos… En la escuela nadie te cuenta las disputas territoriales que hubo en Latinoamérica. Eso lo aprendí aquí».

También vio, a la distancia, cómo fue cambiando el perfil de la violencia en su país. «Antes tenías la delincuencia común, el robo en la ciudad, la inseguridad o la indigencia. Ahora los crímenes están vinculados con el narcotráfico, son ajustes de cuentas entre quienes están metidos en ese mundo. Lo que se vive ahora es lo mismo que se vivió en Estados Unidos en las décadas de 1920 y 1930: una guerra de bandas», compara Gonzalo para esbozar el problema. «Otra cosa -continúa- es la percepción que existe sobre México desde fuera. Se piensa con frecuencia que las personas allí van armadas de manera habitual, y eso es falso. No tenemos una cultura de armas».

Lo que sí tienen, en cambio, es una riquísima cultura precolombina, y una estupenda gastronomía. «Echo de menos eso: la comida y la comedia, ese carácter que facilita mucho el trato. Aquí la gente es como un crucigrama que tienes que descifrar, aunque eso también le da sabor a las cosas», matiza. ¿La añoranza es suficiente como para volver? «Algún día… -contesta-. Ahora estoy estudiando y tomándomelo con calma. Improviso, y creo que improvisaré los siguientes 20 años de mi vida».

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