418 | Darwin

Como muchas personas, Darwin Motoche creyó que compraba una parcela de felicidad en cómodas cuotas. Un lugar propio, un hogar. Años después -y, también, como muchas personas-, descubrió que no era así, que la vivienda de sus sueños se trocaba en una pesadilla. “Si hace ocho años hubiera sabido lo que sé hoy, ni loco me metería en la compra de un piso. Alquilaría, sin dudarlo. Las hipotecas son la esclavitud moderna de las personas y de sus familias”, opina este ecuatoriano que emigró de su país en 1999 y eligió Bilbao para vivir. Y para quedarse.

“Emigré sin meditarlo -cuenta-. Había terminado la carrera militar en Ecuador para ingresar en la Marina, pero el sueldo era una miseria. Pagaban 600.000 sucres, una moneda que ya ni existe. Por un lado, estaba esa realidad. Por otro, la cantidad de gente que se iba”. Además, estaban los relatos habituales asociados a la migración, a las crisis económicas de América Latina y a la época de bonanza que se vivía en Europa. “Todo el mundo decía eso: vas, trabajas, ganas bien. Allí se puede progresar, se puede ahorrar. Había una especie de delirio general por marcharse. Por eso renuncié a todo, que no era mucho tampoco. Me trajo el impulso de mis sueños de juventud”, comenta ahora, que tiene 36 años, esposa y tres hijos.

“Conocí aquí a mi mujer. Ella es de Bolivia y nuestros niños nacieron en Euskadi, así que en casa tenemos una mezcla cultural muy interesante. Los peques dicen que son de tres países, y nosotros, cuando sentimos algo de nostalgia, valoramos estar en territorio neutral”, relata entre risas. Pero, más allá del humor, lo cierto es que tanto Darwin como su esposa están encantados con Bilbao. “De todos los sitios que he conocido, este es el mejor. Yo no cambio Bilbao por nada, aunque llueva. Aprecio mucho la tranquilidad, la gente buena que hemos encontrado… No sé exactamente qué es, pero me gusta muchísimo. Ni se me pasa por la cabeza marcharme”.

Bilbao tiene un gran valor para él. Ha sido el lugar donde conoció a su pareja, donde tuvo a sus hijos, donde cumplió aquellos “sueños de juventud” trabajando mucho, donde sintió la estabilidad y donde, por todas estas razones, decidió comprar un piso. “Teníamos claro que nos íbamos a quedar aquí. Trabajábamos los dos; mi mujer estaba en una empresa de limpieza, y yo, en una empresa de montajes. Había empleo, dos ingresos en casa. Se nos presentó la posibilidad de comprar nuestra vivienda y lo hicimos, muy felices, además. Pensamos en nosotros y en una inversión a futuro, para nuestros hijos”.

Una difícil disyuntiva

Pero la situación económica cambió para Darwin y para miles de personas que, como él, se encontraron atadas a un enorme compromiso al que ya no podían hacer frente. “Con el estallido de la burbuja inmobiliaria, mermó el trabajo, me quedé sin empleo y se me terminó la prestación. El banco no aceptaba cambiar nada del contrato hipotecario, incluso siguió para adelante con la ‘cláusula suelo’; mientras el Euribor bajaba y bajaba, yo seguía pagando un 3,2% de intereses”, detalla. “Había meses en que la cuota del piso era de 1.500 euros. Es mucho dinero, pero mientras trabajas y ganas, lo pagas sin protestar. El problema llega después. Cuando los ingresos de tu casa no alcanzan ni para solventar los gastos básicos, la cosa cambia”.

Cambia tanto que llega un punto en el que se toma la gran decisión, una de las más angustiosas para cualquier persona que ha querido “hacer las cosas bien” y no ha “despilfarrado el dinero”: dejar de pagar la hipoteca. “Es muy duro, pero tienes que optar, sobre todo cuando hay niños en casa. Te ves a ti mismo en una situación económica bastante crítica y comprendes que no llegas a todo, aunque quieras. Entre darle de comer a tus hijos y darle de comer al banco, la elección es clara. Al menos, lo fue para nosotros. La familia es una prioridad”.

Superado por el problema, Darwin contactó con el Servicio de Asesoría Gratuita para Ecuatorianos Afectados por las Hipotecas en Euskadi. “Me enteré de que existía este grupo, me reuní con ellos, les expliqué mi caso y me ayudaron dándome pautas a seguir, orientándome con los trámites. Hicimos las cuentas con los documentos en la mano: de los 120.000 euros que había pagado hasta el momento, apenas 12.000 eran capital; el resto eran todo intereses. ¡Un despropósito! -se queja- La solución ideal hubiera sido la dación en pago, claramente, pero no fue posible. El banco no lo aceptó. Sin embargo, sí pude reestructurar la hipoteca y eso me dio mucha tranquilidad, porque esto no solo me incumbe a mi, sino que arrastra también a mis hijos. Ahora pago menos de cuota, aunque lo haré durante más tiempo. Me quedan 45 años… Me jubilaré, no sé si cobraré pensión, pero estaré hipotecado”.

El Servicio de Asesoría Gratuita para Ecuatorianos Afectados por las Hipotecas en Euskadi atiende todos los jueves de 16:00 a 20:00 horas en la esquina de las calles Bailén y Gral. Castillo, en el local de Libros en Movimiento de la Asociación Norai. El teléfono de contacto es: 637.601.736.
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