349 | Alfredo

La nostalgia, en general, está ligada a un lugar y a un tiempo concretos. Para los migrantes, suele adoptar la forma del país que dejaron, la etapa más feliz antes de irse, la que haya sido más plena. Pero, ¿qué pasa cuando no se ha dejado un país sino varios? ¿Qué pasa cuando se han echado raíces en varias partes del mundo? Este es el caso de Alfredo Pacheco Tanaka, un químico e investigador peruano que se marchó de su tierra cuando tenía 24 años y ahora vive en Donosti, pero se ha pasado más de media vida viajando.

Alfredo es originario de Puno, una pequeña y pintoresca ciudad al sur de Perú, que se encuentra a orillas del lago Titicaca. “Está a 4.000 metros de altura, próxima a la frontera con Bolivia”, precisa él, que en 1990 cambió aquella orografía, clima y entorno por otros completamente distintos. Se marchó a Inglaterra. “Yo había estudiado Farmacia y me surgió la oportunidad de completar mi formación en Reino Unido. Viajé para hacer un doctorado en Química”, explica.

Pese a que era muy joven, Alfredo tenía grandes responsabilidades cuando se marchó: era jefe de Farmacia en un hospital y, además, profesor universitario. La decisión implicó cerrar esas vías para volver a estudiar. “Viví cinco años en Inglaterra, cerca de Londres. Estaba en calidad de profesor visitante, además de sacarme el doctorado”. Cuando acabó con su formación, tras un breve paso por Perú, volvió a marcharse. Esta vez, más lejos y por más tiempo. Se mudó a Japón.

La motivación fue profesional, si bien había un factor afectivo: “Mi abuela era japonesa”, explica. La cultura nipona, por tanto, no le era ajena ni distante. De hecho, Japón tiene lazos muy estrechos con Perú, un país que recibió a miles de inmigrantes japoneses durante el siglo XX y con el que comparte unos cuantos rasgos, empezando por el gastronómico. “Tuve la posibilidad de incorporarme como investigador en el AIST, el Instituto Nacional de Industria, Ciencia y Tecnología Avanzada. El trabajo me permitió desarrollarme profesionalmente y establecerme allí durante once años”, relata.

Estaba a gusto, pero no se quedó. “Mi jefe se iba a jubilar y yo sabía que no tenía más posibilidades de crecimiento. El idioma era una limitación muy importante para mí, ya que allí todos los estudios se presentan en japonés. Una cosa es manejar un idioma para las cosas cotidianas, pero dominarlo a nivel académico es muy complicado. Yo sabía que no iba a poder dirigir mis propios estudios o estar al frente de un equipo, así que busqué alternativas y, finalmente, me marché”. El destino fue Oporto, donde vivió cuatro años mientras trabajaba como investigador en la universidad.

La decisión de venir a Euskadi

“Cuando estaba allí ocurrieron varias cosas. Vi en las noticias cómo el tsunami arrasaba el lugar donde había vivido antes. Vi en directo cómo la crisis avanzaba en Portugal. Yo tenía un contrato por cinco años, y comprendí que no me lo iban a renovar. Entendí también que mi hijo, que ahora tiene catorce años, necesitaba que nos estableciéramos en un lugar, hacer amigos, afincarse”. En la vida de Alfredo convergieron una serie de factores, personales y profesionales, que le llevaron a plantearse algunos cambios. Fue justo en ese momento cuando se le presentó la oportunidad de venir a San Sebastián.

“En 2012 conocí a unos investigadores de aquí que estaban buscando a alguien con mi perfil. Me ofrecieron venir a Euskadi para trabajar en Tecnalia, en el Parque Científico y Tecnológico de Guipúzcoa. Era una gran oportunidad y acepté”, resume Alfredo, que desde entonces vive en Donosti. Su trabajo como investigador en esta corporación tecnológica se centra en los materiales para la energía. “La idea, desde un comienzo, fue aportar mi conocimiento en el desarrollo de membranas para la separación de hidrógeno”, especifica.

También detalla que se encuentra muy a gusto en la ciudad, un lugar del que destaca “la limpieza, el orden, la propuesta cultural, el deporte y el alto nivel de vida. Donosti es lo suficientemente grande y lo suficientemente pequeña como para tenerlo todo, y al alcance de la mano. Me gusta mi trabajo, la gente con la que comparto el día a día, y poder comunicarme en mi idioma. Eso hace una gran diferencia, porque te permite expresarte mejor, desenvolverte con naturalidad, tal como eres”. En cuanto a la nostalgia, Alfredo echa de menos algunas cosas de Japón, un país del que valora mucho “la sociedad, la puntualidad, el respeto y las pocas ganas de tener problemas. Allí importa más la sociedad que el individuo y siempre se intenta resolver los conflictos antes de que se agraven demasiado. Por eso hay tan pocos abogados -señala-. Pero la nostalgia de verdad, esa es para mi tierra, mis amigos y mi infancia. Ahí están mis recuerdos más intensos”.

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