304 | Andrés

Andrés Zurita llegó a Euskadi el año pasado para hacer un doctorado y tiene previsto regresar a Bolivia una vez que termine los estudios y su tesis. «La historia es un poco más compleja que eso -matiza-, pero, en líneas generales, sí, elegí Bilbao por su universidad. Algunos conocidos y amigos del ámbito académico me habían hablado muy bien de ella. Las referencias eran muy buenas, y ahora que estoy aquí compruebo que no exageraban».

Está encantado con la universidad y, lejos de disimularlo, pide que quede por escrito. «Me alegra mucho haber elegido la UPV. Fue un acierto. Sus herramientas de investigación son impresionantes, los profesores tienen mucho nivel y cualquier estudiante tiene acceso al conocimiento. Los medios para mejorar el desempeño académico están ahí, a tu alcance, y es cuestión tuya que los aproveches o no. En otros países no es así: tú puedes poner todo de ti, toda tu voluntad y tu esfuerzo, pero los medios son insuficientes. Por eso estoy tan contento: nunca había visto algo así. Y mira que he pisado aulas…».

En esa línea de razonamiento se inscriben los objetivos de Andrés: volver a Bolivia para construir país y aportar saberes. «Cuando hice la carrera, estudiábamos con libros de los setenta que hablaban de teorías de los cincuenta», explica él, que todavía no ha cumplido treinta años. «En mi país hay mucho por hacer, nos falta producción académica y de conocimiento. Cuando regrese, además de dar clases, me encantaría crear una editorial específica de libros y revistas académicas, organizar encuentros… Desde mi punto de vista, las personas que salen al extranjero para estudiar y formarse tienen la oportunidad de regresar y ayudar. Quizás si te marchas de Suiza no te echen en falta, pero si tu país tiene menos recursos, tu aportación puede hacer la diferencia», argumenta.

«Yo sé que voy a establecerme en Bolivia», dice con una convicción que le acompaña desde hace mucho. Algo bastante similar fue lo que le dijo a su pareja, que es italiana, nada más conocerla en Madrid. «Nos conocimos hace unos años, cuando vine a hacer mi primer máster. Coincidimos en la universidad. Al acabar el posgrado, a ella le surgió la posibilidad de viajar a Nepal con un proyecto de la ONU y yo la seguí. Vivimos allí algunos meses y después nos marchamos a La Paz, donde estuvimos un par de años».

Pasado ese tiempo, Andrés y su chica decidieron regresar a Europa una temporada. «La idea es estar aquí unos años, acabar nuestros estudios y estar más cerca de su familia. Mientras ella termina una especialidad que está haciendo en la Universidad de Padua, yo aprovecho y hago mi doctorado. La ventaja es que, aquí, los trayectos son cortos y los billetes de avión tienen un precio razonable. No es como América Latina. Allí si vives en Salvador de Bahía y quieres ir a Santiago de Chile acabas gastándote mil euros y perdiendo un montón de tiempo en los trayectos, que son más largos», compara.

Una visión más amplia

Así, Andrés explica que con su pareja han llegado a un pacto tácito, un «acuerdo no escrito», de aprovechar al máximo esta ‘etapa europea’ antes de regresar a La Paz. «Por suerte, en Bolivia teníamos una buena situación y eso nos permitió ahorrar lo suficiente como para plantearnos esta aventura. Los dos tenemos becas de nuestras universidades y hace poco empecé a colaborar como profesor en prácticas en la cátedra de Estudios Internacionales. Entre unas cosas y otras, nos arreglamos bien. Además, no gastamos mucho».

Al margen de los estudios, Andrés sostiene que vivir fuera del país de uno permite acceder a muchos otros aprendizajes. «Te quitas de encima esa cosa de ‘mi tierra’, esa idea de que no hay nada mejor que tu lugar de origen, y adquieres una visión más amplia. De aquí, por ejemplo, valoro mucho la posición física: el País Vasco tiene una situación espectacular, envidiable, de montaña y de playa a la que, además, puedes acercarte en metro. Existe mucho dinamismo social y cultural y una referencia permanente a las costumbres tradicionales, que me parece súper bonito».

«De hecho -prosigue-, una de las cosas que más me gustan es que aquí han sido capaces de descolonizar ciertos patrones de comportamiento, algo que se aprecia en el idioma, en el bilingüismo de la población. En Bolivia, en las ciudades, hemos perdido el uso del quechua o del aimara. Por supuesto, echo algunas cosas de menos: familia, amigos y comida, pero yo sé que esta etapa es pasajera, no la vivo con melancolía».

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