Mientras llenaba su mochila de viaje, pensaba en cómo sería el siguiente mes fuera de Chile. En sus planes solo cabían 30 días de este lado del Atlántico, así como en su mochila solo cabía lo imprescindible. Valentina venía a “resolver una situación amorosa” y, para cumplir con ese objetivo, un mes era más que suficiente. Lo que no imaginó -ni intuyó- fue el desenlace de su proyecto. Mucho menos que, varios años después, lo compartiría con un periodista.
“Cuando vivía en Santiago de Chile, estaba en pareja con un chico de Madrid. En un momento, él decidió volver a su tierra y yo no quise marcharme. Seguimos un tiempo así, a la distancia, hasta que yo decidí coger esa mochila y venir. Llegué tarde”, resume. El ‘plazo de reconstrucción’ había expirado y todo apuntaba al aeropuerto, a un retorno al otro lado de Los Andes. Sin embargo, no se marchó. Contra toda lógica, pronósticos y planes, Valentina decidió quedarse.
“Me fui a Donosti a pasar unos días, pues allí vivía una amiga. Y, claro, lo pasé fatal. Entre la ruptura tan reciente y que la gente me pareció muy cerrada, recuerdo aquellos días como una experiencia muy triste. Para que te hagas una idea, me fui jurando que no volvería al País Vasco”, confiesa.
Valentina apostó entonces por un cambio radical: se fue a Málaga. “Tenía un amigo en Fuengirola, lo fui a visitar y acabé quedándome en la ciudad unos cinco o seis meses. Aquello era muy distinto a Euskadi, sin duda, pero acabé harta. Me cansó el calor, la cantidad de turistas que había, la poca identidad… y entonces supe que tenía que hacer algo. Por ejemplo, volver a estudiar”. Valentina, que en su país era profesora universitaria de Bellas Artes, pensó que estaba ante una ocasión estupenda de hacer un posgrado en Europa.
“Había venido con algo de dinero que tenía ahorrado, empecé a buscar opciones, y sucedió que el doctorado que me interesaba estaba aquí, en Bilbao -comenta-. Así que yo, que había jurado no volver nunca más, me vi emprendiendo el viaje de regreso”, apostilla divertida. Otra vez, con su mochila a cuestas y dispuesta a empezar desde cero, Valentina regresó a Euskadi. “La parte positiva -destaca- es que yo ya había estado en Bilbao de vacaciones en 1999. Es decir, ya conocía la ciudad y me había gustado”.
Tras matricularse en la universidad, comenzó su etapa estudiantil en todos los planos: alquiló una habitación en un piso compartido y buscó un trabajo que le permitiera estudiar. “Trabajé en hostelería, cuidando niños, solo los fines de semana… y, aunque suene raro, eso me sirvió para dedicarme a lo mío -plantea-. En Chile, yo era profesora en la universidad y eso me insumía mucho tiempo; tanto, que no podía profundizar en la parte creativa: enseñaba, pero no creaba. Aquí, en cambio, jamás me dediqué a la enseñanza, pero sí he podido alimentar mi creatividad y crecer”, compara.
Trabajar, estudiar, vivir
De hecho, esa es una de las cosas que Valentina destaca de Euskadi: “Aquí es posible compaginar el trabajo con el estudio, hacer las dos cosas a la vez y vivir. En Chile eso es impensable, a menos que quieras reventarte trabajando todo el día y estudiando por las noches. Este sistema, más la calidad de vida que hay aquí, me parecen muy positivas. Pero, si soy sincera, lo que más me gusta el País Vasco es su gente, su identidad cultural y el modo en que la defienden y la cuidan para que permanezcan las tradiciones. Me gustan los bailes, las canciones, los juegos típicos y el idioma”, dice Valentina, que ha estudiado un par de años de euskera. “Hablo un poco como Tarzán, y a veces me da un poco de vergüenza, pero entiendo bastante y me gustaría practicar más”, dice.
De su país, Chile, no echa nada de menos. “He ido tres veces en estos años, pero no me imagino viviendo allí. Y creo que la decisión de quedarme aquí la oficialicé el día que compré el primer libro. Entonces supe que vendrían otros y que, empezaba a echar raíces sin remedio. He pasado de no querer saber nada del País Vasco a enamorarme de él, de Bilbao y su gente. También he podido comprobar la verdad de ese mito urbano, que dice que los vascos son cerrados al principio, pero cuando se abren contigo son amigos para toda la vida. Es así. La gente de aquí es leal, franca, confiada y está hecha de buena madera”.