15 | Nadia

Llegó a la Península Ibérica tras la caída del muro de Berlín. Después de vivir en Madrid y tener a su primer hijo en León, Nadia Eremieva recaló en tierras vascas, donde finalmente se quedó. Lleva viviendo en Mutriko desde hace casi quince años, aunque sus sueños, como dice, nunca dejaron Bulgaria. Sin embargo, volver no es tan fácil. Sobre todo ahora, “cuando tienes hijos que se sienten mutrikoarras”, dice esta mujer, licenciada en filología hispánica.

Con una simpatía arrolladora, Nadia relata su historia en un perfecto castellano. No sólo ha aprendido a hablarlo, también ha hecho de él su carrera, de modo que, para cada relato, encuentra una palabra exacta. Así explica que decidió venir a España tras las primeras elecciones búlgaras, con la desilusión metida en el cuerpo por saber que “nada iba a cambiar”; que allí no progresaría, al menos en un futuro cercano.

Pero el tiempo, ya lo decía Einstein, es una cuestión relativa, y en el caso de Nadia y su esposo -también oriundo de Bulgaria- la afirmación se cumplió a rajatabla. “Siempre tuvimos la idea de volver y, mira tú, aquí estamos. De alguna manera, nosotros perdimos el tren”. Pregunta obligada: por qué. Respuesta obvia: encontraron la estabilidad que buscaban. Y también se acostumbraron a la cultura, los vecinos y el país. Pero, más allá de todo eso, Nadia y su esposo tuvieron hijos: una variable que no suele tenerse en cuenta cuando se habla de inmigración y que, no obstante, ejerce presión sobre los ejes de la estadística.

Mientras su esposo y ella trabajan, sus hijos crecen en el País Vasco. Estudian aquí. Hablan euskera. Tienen amigos euskaldunes. De hecho, ellos mismos lo son. Nadia nunca olvidará aquel día en que su niña pequeña les dijo: “Vosotros seréis búlgaros, pero yo soy mutrikoarra”. Una frase en una boca de ocho años que encerraba una verdad aplastante y que dejó en el cajón del olvido a los billetes de aquel ‘tren’.

Volver ya no sólo es readaptarse. Es convertir a sus hijos en extranjeros. “El sistema educativo es distinto”, dice Nadia, por no mencionar al idioma, el alfabeto y las costumbres. Aunque sus hijos son trilungües y pueden leer un texto escrito en cirílico, “tienen menos recursos de expresión y otra manera de pensar”, de modo que es más sencillo continuar aquí que comenzar ese camino desde cero.

¿Tanta es la diferencia cultural entre Bulgaria y Euskadi? “No, todo es muy parecido. La diferencia está en los pequeños detalles”. Por ejemplo, en el respeto a la intimidad. “Si bien somos expresivos, no tenemos costumbre de comentar los detalles personales, y esa reserva se hace más notoria cuanto más al oriente te sitúas. Tus problemas son tuyos: si tienes sed, no te quejas, vas y buscas el agua”.

A los ojos

Otra diferencia perceptible está en el lenguaje gestual. “Aquí se mira a los ojos, allí eso equivale a retar. Sostener la mirada mucho tiempo se considera una falta de respeto. En cambio, aquí se interpreta como que estás escondiendo algo. Eso es muy malo en las entrevistas de trabajo”, dice Nadia sin perder la sonrisa. Y, ya de paso, menciona el aspecto laboral, uno de los grandes temas ligados a la inmigración.

Filóloga de profesión, a un paso de doctorarse, galardonada con un premio internacional de la Gran Logia de España y políglota, Nadia trabaja como aprendiz en una clínica de prótesis dentales. Entre tanto, acaba su tesis y lleva adelante una página sobre literatura búlgara. “Estoy en Mutriko -recuerda- y tengo que buscarme la vida”.

En cuanto a la adaptación y la acogida en Euskadi, el primer adjetivo que encuentra es ‘fantástico’. “Siempre nos han ayudado para todo, especialmente al principio. También es verdad que, en aquellos años, la gente no se sentía abrumada por la inmigración y no había tanto miedo. Los extranjeros no teníamos una imagen tan negativa”. ¿Y qué pasa hoy? “Que en términos generales, estamos todos en el mismo saco. Piensan que venimos a trabajar, ganar dinero y que luego nos marchamos, pero la vida es más complicada que eso”.

Artículo publicado originalmente por Laura Caorsi en el diario El Correo.

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