Inmigrantes y ciudadanos, Saskia Sassen

18 cosas que deberías conocer

Por Rubén A. Arribas

@estoy_que_trino

01 | Un discurso oficial poco equilibrado. Según el discurso oficial, las migraciones en Europa en los últimos dos siglos han sido fenómenos asociados, sobre todo, a las guerras o a las persecuciones religiosas. Sin embargo, según Saskia Sassen, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2013, los datos y la investigación académica demuestran que, por ejemplo, las migraciones laborales fueron un componente fundamental de las economías europeas desde 1800 hasta hoy. O dicho de otro modo: sin esas migraciones de trabajadores y trabajadoras, países como Francia, Italia, Alemania, Suiza o España tendrían un nivel de prosperidad, bienestar y desarrollo menor al actual. Lamentablemente, sostiene Sassen, hablamos poco de libro-sassen-inmiello y la información disponible suele estar «gran parte enterrada en textos académicos, muchas veces oscuros», y su circulación restringida a «los especialistas en Historia». Por tanto, Inmigrantes y ciudadanos. De las migraciones masivas a la Europa fortaleza, que parte de la investigación posdoctoral de la autora, se propone como un libro de divulgación para «repensar la arraigada idea de que Europa no es un continente de inmigrantes».

02 | Las migraciones dependen de factores sistémicos.  Si analizamos los datos en el nivel macro, según esta socióloga, se ve claramente que las migraciones siguen pautas geográficas y temporales, y que están integradas en fases históricas específicas de cada país. Es más: disponen de sus propios mecanismos de autorregulación. Por tanto, las migraciones ni suceden porque sí ni de cualquier manera ni son una mera suma de voluntades individuales de personas que buscan mejores oportunidades, sino que responden a «la intersección de diversos procesos económicos y geopolíticos que vinculan a los países implicados». En las migraciones intervienen también los factores estructurales, como los lazos coloniales, excoloniales o neocoloniales que existen entre los países… Unos lazos que, todo sea dicho, suelen omitir muchos políticos y formadores de opinión en el debate público.

03 | Solo migra un pequeño porcentaje de la población de un país. Es una obviedad estadística, pero, ante la insistente retórica belicista de algunos exministros del Interior y medios de comunicación, conviene recordarlo: la mayoría de las personas que viven en un país se quedan a vivir y trabajar… en su país. Es decir: aun cuando nos parezcan muchas esas 700.000 personas que la crisis económica ha expulsado fuera de España, seguimos quedando aquí unos 45 millones. En fin, si a Reino Unido, Alemania, Suecia o Argentina les diera por quejarse de la invasión de españoles a que los hemos sometido debido a nuestras crisis, cabría decirles precisamente eso: «Eh, tranqui, colega, que la mayoría seguimos en Madrid, Barcelona, Bilbao, etcétera». Pues bien, curiosamente, el razonamiento inverso parece omitirse cuando hablamos de personas de Ecuador, Rumanía o Marruecos. Aplicar un poco de matemáticas a nuestra mirada nos ayudaría a corregir la percepción distorsionada que otros —a saber con qué intereses— nos inducen.

04 | Las migraciones no crecen y crecen en plan burbuja financiera. A fuerza de verlo TODO en términos económicos, se ve que tenemos el cerebro profundamente podrido y creemos que las personas se comportan como el IBEX-35 o el Down Jones. Así, una de las ideas que las baterías de pensadores del Capitalismo ha inyectado en la opinión pública es que los flujos migratorios crecen y crecen, desordenadamente, hasta desbordarlo todo, colapsar al país de acogida y mandarlo a la quiebra. Es decir: ¡los refugiados de Siria o Libia son más temibles para la economía mundial que Lehman Brothers, Bankia, el más de un centenar de casos de corrupción españoles y todos los paraísos fiscales juntos! Inaudito. Como si la propia crisis económica española no hubiera actuado como un mecanismo regulador del flujo migratorio… Cuando la economía española cayó, la gente dejó de venir y prefirió irse a trabajar a otros sitios. Sin necesidad de vallas, dispositivos SIVE o el ejército de Frontex.

05 | Somos seres plenos, complejos y necesitados de una comunidad. En una mente capitalista solo cabe desplazarse de un lado a otro por interés económico; por tanto, tiende a pensar que las migraciones se producen solo porque unos países tienen mejor renta per cápita que otros y que son «un flujo indiscriminado de pobreza». En otras palabras: si quitamos las vallas de Ceuta y de Melilla, al día siguiente Marruecos se quedaría vacío, España tendría 32 millones de habitantes más y Mohamed VI se quedaría sin nadie que le dorase la píldora. Tres cosas al respecto,  la primera mía y las otras dos de Saskia Sassen:

  1. Las vallas son un invento de 2005, es decir, antes no había nada ahí.
  2. «Los datos demuestran que tener bajos ingresos no basta para que la gente deje su comunidad, en la que son seres plenos y complejos, y no trabajadores tratados como personas planas y unidimensionales en países de inmigración. Sabemos que la mayor parte de los habitantes del mundo con bajos ingresos, unos cuantos miles de millones, no emigran».
  3. Las migraciones no las produce la desigualdad, sino que se producen en un contexto de desigualdad.
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Saskia Sassen, durante una conferencia en la Universidad Pública de Navarra (2011).

06 | Las migraciones implican heterogeneidad, diversidad, pluralidad. Es un hecho que existe una «profunda brecha entre las intenciones de la política de inmigración y su realidad», subraya Saskia Sassen. En parte, esa brecha procede de un error mayúsculo —a veces por ignorancia, a veces a propósito— que cometen quienes nos gobiernan: meter bajo el paraguas de la palabra inmigrantes (o migrantes) la amplísima variedad de trayectorias vitales, académicas y laborales de las personas que recibe el país de acogida. Es una obviedad, pero conviene recordarlo cada tanto: cada persona tiene sus expectativas y su proyecto migratorio; de ahí que Sassen subraye que «la inmigración es un proceso altamente diferenciado». ¿Qué hacer entonces? Por ejemplo, elaborar y aplicar leyes que distingan entre quienes pretenden asentarse de manera permanente y quienes solo buscan un empleo temporal y prevén una migración circular (de ida y vuelta). Dado que vivimos en un mundo globalizado, las leyes deberían ajustarse a la realidad de «personas que se desplazan en un mercado laboral transfronterizo».

07 | Migraciones circulares: un ejemplo polaco y otro marroquí. Sobre esas migraciones de ida y vuelta, Sassen aporta un ejemplo de los 90: mujeres polacas cuyo proyecto migratorio era ir 3 o 4 meses a Alemania para trabajar como personal de limpieza y luego volverse y que, sin embargo, debido a las leyes migratorias se veían obligadas a establecerse en el país teutón. Puesto que Polonia ingresó en 2004 en la UE, es probable que la situación de esas mujeres haya cambiado. No obstante, ese ejemplo me hizo recordar otro que aún sigue vigente: el de las personas marroquíes que quieren venir a trabajar de manera temporal a España. El caso lo cuenta Xavier Rius Sant con todo detalle en El libro de la inmigración en España (Almuzara, 2007). Según Rius Sant, desde los años 60, los marroquíes venían a trabajar a España de manera temporal. Venían, trabajaban, se iban con lo ganado. Ahora bien, desde que España firmó el Acuerdo de Schengen en 1991, les cerramos la frontera; lo que significó romperles la posibilidad de una migración circular y lo que terminó obligándolos a tomar la decisión de asentarse en nuestro país. Moraleja: a pesar de que tenemos un mercado global que invade casi cada una de las esferas de nuestra vida cotidiana, se nos aplican leyes que dificultan o impiden alternar estadías laborales entre los países donde tenemos repartidos los afectos.

08 | El ejemplo suecoespañol. Evidentemente, si solo importara lo económico —y esto lo digo yo, no Saskia Sassen—, Noruega, Suecia, Dinamarca o Finlandia deberían estar invadidas ya por el españolerío nuestro desde mediados de los 60 más o menos. En particular, Suecia, que ocupa un lugar idílico en nuestro imaginario: sus muy rubios suecos y suecas fueron quienes vinieron a bañarse en nuestras playas y nos enseñaron, entre otras cosas, el camino de la liberación sexual (algo que dejamos documentado en películas que rozan el patetismo). En cambio, aquí seguimos la mayoría, sin muchas ganas de cambiar el jamón, el moreno de playa o salir de cañas con los amigos por políticas sociales más avanzadas, mejores salarios, el placer de vivir entre gente más igualitaria o disfrutar de la experiencia de un Gobierno en femenino (o que propone que las mujeres ocupen el 40 % de las cúpulas directivas). Se ve que lo de migrar no se explica solo y tan fácil por el dinero.

09 | Ser inmigrante fue cool hasta 1800 (más o menos). En general, y dado que las tasas de mortalidad superaban a las de natalidad, los inmigrantes eran bien recibidos en los pueblos y ciudades (salvo persecuciones inquisitoriales al estilo de la Iglesia católica contra judíos y musulmanes en España). Y lo eran por una sencilla razón: significaban estabilidad demográfica y prosperidad económica. Tanto es así que en Escandinavia, por ejemplo, se permitía la inmigración, pero se consideraba ilegal la emigración. Algo parecido sucedía con algunos obreros cualificados —herreros y constructores de telares— en Gran Bretaña, cuyo conocimiento se consideraba estratégico para la economía del país, y a quienes no se les dejaba emigrar. Y por toda Europa, muchas familias impedían que sus hijos se fueran a ninguna parte porque su ida suponía «una crisis de viabilidad de la granja familiar». Si los ingleses relajaron «su posición antiemigratoria» a comienzos del siglo XIX fue porque tenían razones fundadas para ello: por un lado, sentían que su economía era lo bastante fuerte para soportar la emigración; por otro, querían dejar salir a parte de su población para «crear mercados en el exterior para las mercancías británicas». ¿Otros factores que cambiaron la percepción sobre las migraciones? La explosión demográfica, la Revolución industrial, las revoluciones de 1848, etcétera.

10 | Ámsterdam como ejemplo de la riqueza que trae la diversidad. El florecimiento de Ámsterdam entre 1600 y 1650 es un ejemplo de la importancia de las migraciones. A diferencia de otras ciudades europeas, Ámsterdam era una ciudad tolerante, y por tanto abierta a acoger «refugiados que huían de la intolerancia en España o en Amberes, controlada por España». En poco tiempo, su economía «se hizo cada vez más dependiente de los trabajadores forasteros», al punto que «casi el 60 % de sus marineros y hombres de mar eran forasteros, la mayoría de Alemania o Noruega». Más adelante, en 1700, «entre 15.000 y 20.000 alemanes emigraban anualmente a Holanda; a finales de siglo, antes de las guerras de Revolución francesas, esta migración puede que alcanzara los 30.000. Estos trabajadores forasteros, denominados Hollandgänger en Alemania, formaban parte de un vasto sistema de migración estacional dedicada a la fabricación de ladrillos, la venta ambulante, la construcción de canales, el trabajo en los muelles y en la agricultura». Según Sassen —holandesa de nacimiento y argentina de adopción—, «la política mercantilista consideraba la inmigración de personas algo positivo, una adición de recursos» y permitió a Ámsterdam convertirse en una potencia económica y cultural. Es decir: lo contrario del espíritu que alimentan Donald Trump o la Unión Europea.

11 | ¿Migraciones masivas? ¡Las italianas! Valdría decir que migraciones masivas eran las de antes… Entre 1876 y 1976, más de 20 millones de italianos dejaron su país. Algo menos de la mitad se fue a América —Argentina, Uruguay y Estados Unidos, principalmente—; los otros 10 u 11 millones se establecieron en Europa. Sí, en Europa: los italianos fueron mano de obra barata y abundante para construir ferrocarriles, túneles y puentes en Suiza o sacar hierro y carbón de las minas en Alemania. También formaron comunidades importantes en Francia; en particular, en Lyon, donde muchas mujeres trabajaban en la industria de la seda. Es más: «la vidrería daba trabajo hasta a 4000 menores italianos en puestos que los franceses prohibían a sus propios menores de edad». Ah, en todas partes tuvieron problemas: trabajaban más barato que los demás y los sindicatos no los querían ni ver; eso por no hablar de que en 1893 los trabajadores franceses mataron a 50 italianos y dejaron malheridos a otros 150 en las salinas de Aigues Mortes (como lo de El Ejido en el 2000, pero a lo bestia, vaya). Hoy, en cambio, Italia ha firmado un nuevo acuerdo con Libia, su excolonia, para financiar el control de la frontera y cerrar esa ruta migratoria a los africanos.

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Emigrantes españoles, hacia 1915 (foto tomada del Ministerio de Empleo y Seguridad Social).

12 | Francia, un país construido a partir de la inmigración. Digan lo digan Marie Le Pen y su partido xenófobo, los datos históricos son incontestables: Francia es un país que se construyó gracias a la inmigración en el siglo XIX. Sin inmigración, como demuestra el censo napoleónico, no hubiera habido manera de sostener un imperio tan colosal como aquel. Pero la cosa no acaba ahí, ni mucho menos: en la Primera Guerra Mundial, Francia perdió «1,5 millones de jóvenes varones en la guerra», esto es, «alrededor del 7 % del total de su población masculina» y, para recuperarse demográficamente, «firmó tratados bilaterales con Polonia, Checoslovaquia e Italia en 1919 y 1920 para importar mano de obra». Como con el número de inmigrantes era insuficiente, «los contratistas franceses» fueron a Constantinopla para contratar refugiados griegos «y embarcarlos rumbo a Marsella». Sumémosle a eso la Segunda Guerra Mundial y los procesos de colonización y descolonización, y entenderemos por qué afirma Sassen que «la cuarta parte de los franceses en el periodo presente tiene al menos un ancestro foráneo en las tres generaciones inmediatamente anteriores». De hecho, Francia se convirtió en el siglo XX en el segundo país en inmigración del mundo (tras Estados Unidos, claro).

13 | Los lazos coloniales franceses con Argelia, Túnez y Marruecos. Si la mayoría de migrantes argelinos decide establecerse en Francia es porque Francia se instaló en 1848 en Argelia, colonizó el país, nunca le dio el estatus de ciudadanía francesa a los argelinos y, finalmente, tuvo con ellos una guerra de descolonización. Es decir: los argelinos no eligen Francia como destino porque sí; prefieren ese país porque tienen un vínculo previo con él (recomiendo leer al respecto La europa mestiza [Galaxia Gutenberg, 2010], de Sami Naïr). Algo parecido explica por qué, en el momento de publicarse el libro de Saskia Sassen, el 86 % de los tunecinos o el 61 % de los marroquíes elegían Francia como destino migratorio.

14 | Otros lazos coloniales (o no) europeos. Cuando se publicó Inmigración y ciudadanos, el 60 % de los residentes extranjeros en Reino Unido procedía de países asiáticos o africanos que habían sido antiguos dominios o colonias del Imperio británico. Algo similar sucedía con los Países Bajos y Bélgica, que también tuvieron sus respectivos imperios coloniales (baste recordar el genocidio del rey belga Leopoldo II en el Congo…). O con Portugal, que suele recibir muchos angoleños o guineanos (de Bisáu). En el caso de Suecia, por cercanía, el 93 % de finlandeses que trabajan fuera de su país lo hacen en el país vecino. Y Suiza es un país experto en recibir: además de cuentas bancarias opacas fiscalmente, lleva décadas recibiendo mano de obra de países que tradicionalmente la exportan: Italia, España, Portugal, Turquía o la antigua Yugoslavia. En fin, una vez más: las migraciones dependen de factores estructurales y suceden en un contexto geopolítico y de desigualdad, y no son un «flujo indiscriminado de pobreza».

15 | El marco político migratorio está anticuado Así las cosas, Sassen ya advertía en los 90 algo que hoy es una realidad palmaria: «El choque de dos regímenes muy diferentes —uno que regula la circulación de capital, otro que regula la circulación de inmigrantes— plantea problemas que no pueden resolverse mediante las viejas reglas de juego». Hemos construido entornos —mercados— donde circula libremente el capital, los bienes o la información, y sin embargo nos obstinamos en invertir miles de millones de euros en controlar y militarizar las fronteras (al respecto, véase esta reseña sobre El negocio de la xenofobia, de Claire Rodier). Esa es una de las paradojas más grandes por resolver.

16 | Políticas globales vs. problemas locales. La otra paradoja a la que debemos enfrentarnos es el proceso de «renacionalización ideológica» que viven muchos países en un marco político donde estamos potenciando instituciones y estrategias de ámbito supranacional. Ese es el reto de la Unión Europea: cómo crear una identidad continental a través de su parlamento y, a la vez, lidiar con políticos declaradamente xenófobos como Viktor Orban, Nigel Farage o Marie Le Pen (y los sectores sociales a quienes estos representan, claro). Como diría Zygmunt Bauman, a problemas globales debemos buscar soluciones globales y, en ese sentido, Sassen propone que construyamos una sociedad más transnacional. O, como pide Naïr, más mestiza.

17 | Más mentalidad de gestión y menos de crisis. Según Saskia Sassen, una de las claves está en la mentalidad con que nuestros gobernantes elaboran las políticas. Si lográramos incorporar al debate algunos de los elementos mencionados en su libro, «podríamos pasar de una mentalidad de crisis nacional a una mentalidad de gestión: de gestión de un proceso difícil, pero manejable». Es decir: se trata de gestionar la diversidad y aprender a convivir, no de convertir la diferencia en un problema irresoluble y en una cuestión prebélica a tiempo completo. De paso, así, romperíamos con la percepción de que los extranjeros son una «población excedentaria».

18 | Paciencia y foco en las personas. Ejecutar una política migratoria eficaz no implica una sincronización perfecta del flujo migratorio y las condiciones del país receptor. De hecho, no ocurrirá jamás, sostiene Sassen, y deberíamos aprender a convivir con ello: «… la inmigración es un proceso sujeto a la voluntad y a la acción de seres humanos con identidades y trayectorias vitales que no pueden encajarse simplemente en el concepto inmigrante que sirve a los intereses políticos, económicos y sociales del país receptor». Eso sí, necesitamos leyes, políticas e iniciativas civiles —como el Bizilagunak— que nos ayuden a saber convivir.

*

P.D.: Saskia Sassen publicó Inmigrantes y ciudadanos. De las migraciones masivas a la Europa fortaleza en 1996 en alemán. El libro es una adaptación de su investigación posdoctoral sobre las migraciones, alentada entre otros por Eric Hobsbawn, y que toma como referencia los trabajos de Abel Chatelain, un experto en las migraciones francesas de los siglos XVIII y XIX. En España, este libro no se publicó hasta 2013, el año en que Sassen ganó el Premio Príncipe de Asturias. Para cubrir esa brecha temporal, el libro incluye dos prólogos: el de la edición inglesa, de 1999, y el español. Algo que sorprende —para mal, por desgracia— es la vigencia que sigue teniendo todo lo que dijo esta socióloga en 1996… Llevamos 20 años retrocediendo más de lo que deberíamos avanzar.

P.D.: en la revista Teína, allá por 2004, publicamos esta entrevista con Saskia Sassen: «Una ciudad global paga un costo social alto, no es simplemente una fórmula para que todos estemos contentos».


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