Con Christian Rodríguez, todo (o casi todo) empieza y termina en la montaña. Ahí está la primera entrevista —allá por 2012— para confirmarlo. Esta vez —septiembre de 2017— una parte importante de la charla también se centró en su actividad profesional como guía. Eso sí, en esta ocasión, nos centramos en hablar sobre una de sus especialidades: el montañismo adaptado para personas ciegas. De hecho, Christian [Ciudad de Guatemala (Guatemala), 1976] compartió varias anécdotas que, por razones de espacio, dejamos fuera del libro.
En una de ellas, a propósito de su viaje a Noruega para subir el monte Galdhøpiggen, nos contó que las personas a quienes guiaba ya habían subido a otras montañas y tenían mucha experiencia previa. Como siempre, él se ocupó de advertirles de los obstáculos, hasta que una que le dijo: «Anda, cállate ya, que yo me arreglo». Al hilo de eso, Christian nos dejó esta reflexión: «A veces exageramos en lo que creemos que necesitan las personas ciegas. La persona que iba conmigo me pedía que le explicase lo que se veía a lo lejos. «Cerca, ya sé que hay rocas —me decía—, así que saca vídeo, que se lo quiero explicar a mi familia»».
Un libro que le fue muy útil al respecto fue Mi camino me lleva al Tíbet, de Sabriye Tenberken. La autora —ciega desde los 12 años— emplea descripciones muy sensoriales y, a través de su relato, deja entrever qué detalles les parecen relevantes a quienes no pueden disfrutar visualmente de los paisajes de montaña. Quizá por eso Christian describe con tanto detalle qué forma tiene un lago, cuál es la textura de una corteza de árbol, el crujido que hacen las hojas al pisarlas o el olor que desprenden la tierra y las plantas.
En esta segunda entrevista —que tuvo lugar sobre una roca de la costa getxoztarra— hubo tiempo para hablar de muchas cosas, incluida la cultura guatemalteca. Como a Christian le gusta ser un buen embajador de su país, nos obsequió un libro de la escritora Maya Cú, que conservamos con mucho cariño.

[Si has caído aquí por casualidad y no sabes en qué consiste el proyecto Segundas impresiones, quizá te interese leer esto].
Por Rubén A. Arribas y Laura Caorsi
Algo que distingue a los guatemaltecos, según Christian Rodríguez, es su sentido del humor. No lo pierden incluso ante las peores tragedias. A un tío de su madre, por ejemplo, se le llevó la casa el río, con animales y todo. El hombre escapó de la riada cuando el agua le llegó a la cama, y lo único que se le ocurrió rescatar mientras huía fue la televisión. Después iba contando por ahí que la cosa no había sido tan grave: al menos tenía dónde ver el Mundial de fútbol.
«Somos así. Nos pasan cosas tremendas y hacemos chistes», apunta Christian, que ve en ese rasgo una valiosa cualidad para la supervivencia; en particular, en un país como el suyo, donde las condiciones de vida suelen ser duras. El otro talento de Christian es contar historias; disfruta mucho hablando de volcanes en erupción, fiestas mayas o de la poesía y el cine guatemaltecos. Él es un enamorado de la cultura de su país y, siempre que puede, intenta dar a conocerla.
Por eso mismo, lo que más le gusta de vivir en Getxo es la facilidad con que puede acceder a la cultura. «En Guatemala los libros son carísimos, y no hay tanta variedad. Aquí mis hijos se han acostumbrado a leer porque tenemos dos bibliotecas a 300 metros de casa, la de Villamonte y la de San Inazio; si un libro no lo encontramos en una, lo encontramos en la otra», destaca.
También aprecia la seguridad. «Sobre todo por mis hijos. La violencia de aquí no tiene comparación con la de allá; es más esporádica y menos agresiva. La vida en Getxo es muy tranquila», subraya. Y, en tono irónico, añade: «A veces echo en falta algo más de emoción: en Guatemala, cuando no había un temblor, había un huracán o entraba un volcán en erupción, y si no siempre teníamos la violencia callejera». Como se ve, el sentido del humor guatemalteco es tan negro como la lava de sus volcanes.
Una violencia heredada
Guatemala, explica Christian, es uno de los países más violentos del mundo. Sin embargo, eso no impide que su esposa, sus dos hijos y él viajen casi todos los años a la capital, Ciudad de Guatemala, a visitar a la familia y los amigos. En todas partes se vive, como suele decirse, y su país no es una excepción. Según Christian, lo que sucede es que la violencia está localizada en lugares concretos; fuera de ahí, la gente lleva una vida similar a la de otros países de América Latina.
Eso sí, la situación en Guatemala es compleja: «La guerra terminó en 1996, así que está normalizado lo de escuchar noticias sobre muertos. Guatemala vivió en paz un tiempo, pero la violencia se trasladó a otros sectores —analiza—. Si ahora saliese la noticia de que asesinaron a una persona conocida, la sorpresa duraría dos días. Está todo muy deshumanizado. Cuando yo vivía ahí, eso me parecía lo normal; cuando migré, empecé a consultar los índices de violencia y a ver el país con otros ojos».
A pesar de todo, él siempre invita a visitar Guate, como la suele llamar con cariño. De hecho, ha elaborado itinerarios para amigas y amigos vascos que han ido de turismo; todos han quedado contentos con la experiencia. «Guatemala tiene lugares muy bellos, y la violencia, en general, se concentra en sitios a los que el turismo no va», acota.
Nekane, el amor
Christian es el único de su familia que vive fuera del país. Reconoce que le costó mucho emigrar y que probablemente nunca lo hubiera hecho de no haberse enamorado de Nekane. «Allí tenía un buen trabajo como profesor; daba clases de Informática, Ciencias Naturales e Inglés. Económicamente, estaba mejor, y en un trabajo estable»; sin embargo, «quería sentar la cabeza y formar una familia».
Christian y Nekane se conocieron en una montaña de Guatemala, en unas de las excursiones para turistas que él organizaba en su tiempo libre. Ella estaba trabajando entonces en una ONG que se dedicaba a proyectos medioambientales y al empoderamiento de la mujer indígena. Después de dos años de relación, Nekane sintió la necesidad de regresar a Getxo: su padre se encontraba enfermo. A diferencia de cuando
se conocieron, esta vez fue a Christian a quien le tocó seguir sus pasos.
«Yo vine en 2008, de vacaciones, a probar… La verdad es que no me gustó mucho. Llegué en otoño; y, en dos meses, noviembre y diciembre, solo vi una o dos veces el sol. Fue duro, y eso que me gustaba el frío. Luego, regresé a Guatemala y me encontré con que me habían quitado el puesto de trabajo. Como allí todo el mundo emigra a Estados Unidos y no vuelve, cuando aparecí, la gente estaba asombrada: “Pero ¿qué haces aquí?”, me decían».
«Se trató de un malentendido —continúa explicando—. Mi jefa movió todo para que me consiguieran otro trabajo, pero las condiciones fueron cambiando y eso aceleró mi regreso a Euskadi. A los cuatro meses, ya en 2009, volví para quedarme definitivamente».

Montaña inclusiva
Christian trabaja como guía de montaña y se ha especializado en personas ciegas, montañismo adaptado y personas en riesgo de exclusión. Para él, lo importante no es llegar a la cumbre, sino ayudar a que lo consigan otras personas que jamás se hubieran imaginado haciéndolo. Desde que llegó, ha invertido mucho tiempo y esfuerzo en cursar formación reglada y obtener aquellos títulos que pudieran acreditar técnicamente lo que había aprendido de manera empírica escalando las cumbres más altas de Centroamérica.
En Durango, se sacó el título de Técnico Deportivo de Montaña. El curso le gustó tanto que quería suspender, y así repetirlo. En cambio, lo aprobó con facilidad: «Me di cuenta de que traía cierto conocimiento y una buena condición física; no me costó mucho adaptarme». Con ese título en la mano, se apuntó a unos cursos en la Universidad de León para ser guía de montaña de personas ciegas. Le fue tan bien que lo invitaron como
ponente al año siguiente.
Hace dos años, un par de compañeros de curso le ofrecieron crear una asociación no lucrativa orientada al montañismo inclusivo. Así nació Ibilki, un proyecto donde trabajan con diferentes colectivos, en general, con poca experiencia u oportunidades para acceder a la montaña. Entre otras, han organizado varias salidas con mujeres migradas pertenecientes al colectivo Mujeres con Voz. También excursiones interculturales, coordinadas con el Ayuntamiento de Getxo. En esas marchas, compuestas por medio centenar de personas de distintas procedencias, exploraron la dimensión lúdica de la montaña en sitios como Urkiola o el Parque Natural de Valderejo. «Llevamos cuentacuentos para que nos vayan haciendo relatos de la mitología vasca», explica, y desliza un sueño a futuro: «Nos gustaría ir dos días y contar los cuentos de noche».
Pese a esta ilusión concreta, Christian no disfruta de imaginar el futuro. «Aquí todo se planifica con demasiada anticipación. En Guatemala es todo más inmediato: por ejemplo, una vez quise hacer una exposición de fotos y en 15 días ya la tenía montada… Aquí eso es imposible: ¡necesitas un año de antelación!», compara. Por eso, cuando le preguntas cómo se imagina a sí mismo dentro de un tiempo, responde que se sigue viendo «más o menos igual que ahora, en Ibilki y colaborando con asociaciones parecidas».
También se ve formándose. Lo último que ha hecho es aprobar el recién creado máster de guía de alta montaña para personas ciegas. Este título lo otorga la Fundación de la UNED y el proyecto final consistió en una expedición en Noruega. Allí ascendieron al monte Galdhøpiggen, el más alto de los Alpes escandinavos, y un destino inédito hasta ese momento para el montañismo adaptado.
Entre curso y curso, eso sí, seguirá escribiendo cuentos relacionados con la montaña. Al fin y al cabo, ya ha recibido varios premios por ellos —como el de Amigo de la Pyrenaica, que otorga la revista de la Federación Vasca de Montaña— y está por publicar un libro donde reunirá varios de esos relatos. Bien mirado, y a la vista de su currículum, parece lógico que en 2014 recibiera en su país el título de Guatemalteco Ilustre, un premio que han recibido celebridades como el cantante Ricardo Arjona.
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