En el filme Marina (2013), el director belga Stijn Coninx expone la percepción social de los inmigrantes como un colectivo que es utilizado de manera sistemática para sostener el mercado laboral. Indispensables, pero fácilmente prescindibles. Y aunque en la vida real existen políticas públicas que intentan contrarrestar esta lógica, lo cierto es que la visión utilitarista del otro continúa siendo un estigma al que se enfrentan muchas personas extranjeras. La película de Coninx nos muestra que esta historia no es nueva.
Por Mayté Guzmán Mariscal
La película narra la vida del cantante Rocco Granata, cuya familia de origen calabrés emigró durante la posguerra en busca de un mejor porvenir en las minas de carbón de Bélgica.
Salvatore, el padre de Rocco, es fraguador, pero también toca el acordeón. Es él quien despierta en su hijo el amor por la música desde pequeño. Al emigrar, y una vez instalado en Bélgica, trabaja para conseguir que su familia se reúna con él. Sin embargo, cuando su esposa e hijos arriban, comienzan las dudas acerca de si la estancia familiar se prolongará más allá de los tres años inicialmente previstos.
En medio de la disyuntiva, Rocco le hace prometer a su padre que le regalará un acordeón. Salvatore accede con la condición de que la música represente solo un pasatiempo para su hijo, sin que se interponga en sus estudios. Además, Salvatore promete a su esposa y al propio Rocco que su hijo no trabajará en las minas de carbón nunca, como era habitual entre los hijos de los mineros.
Planes de los padres, decisiones de los hijos
Rocco crece y, un día, no lo reciben más en la escuela porque se supone que debe trabajar en la mina. Pese a ello, él se empeña en tocar el acordeón e intenta vivir de hacer música, porque es lo que le gusta. Es su sueño. La inquietud por el acordeón lo motiva a conseguir un mejor instrumento para participar en un concurso de música en el que resulta ganador. Este es el trampolín que lo impulsa a formar un grupo y crecer poco a poco, hasta grabar su primer disco.
En medio de esta historia, no podía faltar el toque romántico, pues a Rocco lo acompaña el amor de su infancia, Helena, una niña de origen belga. En este personaje se representan muy bien las barreras que pueden suponer los distintos orígenes a la hora de construir una relación de pareja. A ellos se suma la resistencia de Salvatore, quien ve tambalearse el futuro de su familia sin la aparente estabilidad económica de su hijo. Rocco defiende su sueño y pide un voto de confianza que su madre le otorga, pero su padre le niega.
Un accidente en la mina deja incapacitado a Salvatore y, después de diez años de faena ininterrumpida, la minera decide prescindir de él con una mísera indemnización. Para entonces, la música de Rocco ya ha traspasado las fronteras y es invitado a presentar su disco en el Carnegie Hall de Nueva York, donde vuelve a coincidir con Helena, cuya familia la había enviado a estudiar a Estados Unidos.
Rocco dedica su concierto en el Carnegie Hall a su padre, a quien agradece y reconoce su total admiración y respeto por él. Mientras le escucha en la radio, acompañado de su esposa y su hija, Salvatore se reconcilia en la lejanía con su hijo.
Marina es una de esas historias que nos permite reactivar la memoria de las migraciones, y recordarnos que todas las personas hemos sido migrantes en algún momento de nuestras vidas, o lo somos potencialmente. Poner en valor estas experiencias nos ayuda a mirar el presente en clave de proceso para no cometer los mismos errores que antaño.
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