Casi todo el mundo sabe quién es Adou Ouattara, aunque no recuerde su nombre: es el niño marfileño que apareció en una maleta en 2015 en la frontera de Ceuta. Sin embargo, esa es solo una parte ínfima de su historia y la de su familia. El libro ¡Me llamo Adou!, de Nicolás Castellano, reconstruye la parte más desconocida de esa historia y explica las razones que llevaron a la familia a tener que soportar una situación tan humillante, metáfora perfecta de este mundo lleno de infiernos y paraísos, y fronteras inciertas entre ambos.
Por Miguel Ángel Ortiz Olivera
@MAOrtizOlivera
El paso fronterizo de El Tarajal, que separa la ciudad marroquí de Castillejos de la Ciudad Autónoma de Ceuta, trata de controlar el flujo de inmigrantes y el contrabando comercial. Cada día cientos de porteadores, la mayoría mujeres, lo atraviesan con fardos de mercancías cargados a la espalda, que alcanzan los 90 kilos. Son habituales, igualmente, los coches kamikaze y los coches patera. Dobles fondos, escondrijos inverosímiles en el motor, asfixiantes recovecos en la tapicería del salpicadero: todo vale para llegar a Europa. El 7 de mayo de 2015, sin embargo, los experimentados guardias fronterizos se llevaron una sorpresa al pasar una maleta rosa por el escáner y descubrir que, en su interior, viajaba un niño de tan solo 7 años.
«¡Me llamo Adou!» fueron sus primeras palabras, en francés, cuando los guardias abrieron la maleta rosa y le vieron acurrucado en posición fetal, como en el vientre de una embarazada. Pasaban 14 minutos de las 12 del mediodía. Los guardias estaban tan asombrados que uno le pidió al pequeño Adou que no se moviera mientras le fotografiaba con el móvil para documentar el caso. Esas fotos, en pocas horas, dieron la vuelta al mundo.
Como afirma el poeta Luis García Montero en el prólogo de ¡Me llamo Adou! La verdadera historia del niño de la maleta que conmovió al mundo (Planeta, 2017), de Nicolás Castellano, aquellas imágenes ilustraban a la perfección la realidad de las migraciones desde África: «Una maleta que viaja entre esas fronteras inciertas entre los contrabandistas de paraísos y las leyes de ese paraíso».
La gran aventura del padre
Aunque parece el principio, la imagen de Adou en la maleta es solo el final de una larga odisea protagonizada por su padre, Alí Ouattara, que se había embarcado 10 años antes en la gran aventura de migrar desde Abuyán (Costa Marfil) a España. Licenciado en Filosofía y Letras, Alí Ouattara tenía un trabajo estable como profesor; sin embargo, en 2005, la creciente tensión política en el país hizo que tomase la decisión de irse. Dejó atrás dos hijos, Michael de 12 años y Mariam de 2, y una mujer embarazada de un tercero, Adou.
Durante un año deambuló por el norte de África. Las mafias lo estafaron, pero sobrevivió dando clases particulares y gracias a la ayuda de otros marfileños que encontró en su viaje. Entre tanto, nació Adou en 2006. Sin dinero para continuar, Alí Ouattara dudó varias veces si volver a su tierra; sin embargo, el apoyo incondicional de su mujer lo animó a continuar con el proyecto migratorio y llegar a Canarias por la ruta de los cayucos. A falta de dinero, el padre de Adou participó en la construcción del cayuco que debería transportarlo. La travesía fue complicada: el motor se averió a mitad de camino… Por suerte, uno de los 29 pasajeros era mecánico y lo arregló, y la embarcación llegó hasta Fuerteventura.
Gracias a la Cruz Roja y a una ONG, Alí Outtara consiguió un trabajo fijo en una lavandería. Eso sí, a cambio de esa estabilidad laboral, y para regularizar su situación, debió permanecer los 3 años siguientes en España. Tuvo que conformarse entonces con llamar por teléfono a su familia y ahorrar dinero para ir a visitarla algún día. Regularizada su situación, en 2010, pudo viajar a Costa de Marfil y conocer al fin a su hijo Adou. A su regreso a Fuerteventura, comenzó a ahorrar para emprender el proceso burocrático de reagrupación familiar. La primera en llegar fue Lucie, su esposa, en mayo de 2012. Los tres hijos quedaron a cargo de la abuela materna en Abuyán, adonde Lucie viajaba cada 6 meses para visitarlos.

A Lucie y Alí Ouattara les hubiera encantado reagrupar a sus tres hijos; sin embargo, debieron hacerse a la idea de que eso iba a ser muy complicado. De hecho, el propio Alí había descartado hace tiempo la idea de traer a Michael, el primogénito, porque era mayor edad, algo que convertía esa posibilidad en una tarea burocrática casi inviable. Así, Lucie y Alí empezaron por reagrupar a Mariam, la hija mediana, que llegó el 26 de abril de 2015 a España. Tan solo 11 días después, su hermano Adou aparecería en en una maleta en Ceuta.
Violencia legislativa
Si Adou llegó a Ceuta en una maleta es porque la Administración española aplicó (mal) la Ley de Extranjería al menos tres veces. Su padre solicitó el derecho a reagrupar a su hijo en 3 delegaciones, y en todas le denegaron el permiso porque los ingresos del grupo familiar eran insuficientes. O, para ser más exactos, «por los dichosos 56 euros que le faltaban en la nómina para llegar al mínimo estipulado para reagrupar a los dos menores».
Cuando la abuela de Adou murió, lo que era una situación dolorosa para la familia Ouattara se convirtió de un día para otro en una situación desesperada. De ahí que Lucie y Alí debieran recurrir a una solución de urgencia: pagaron 5000 euros a unos contrabandistas a cambio de que Adou cruzase la frontera a bordo de un lujoso coche conducido por un hombre con contactos en la frontera y la policía. «El dinero», les dijeron, «serviría para costear todos los gastos del viaje y para sobornar a quien fuera necesario y que el niño obtuviera un visado».
Cuando llegó la fecha de cruzar, Alí viajó a Marruecos para reunirse con su hijo y los contrabandistas. Mientras esperaban el día indicado, padre e hijo pasearon por la playa del Tarajal. Adou, al vislumbrar la otra orilla, preguntó por qué no cruzaban en una colchoneta, sin saber que, 3 meses antes, 15 jóvenes habían muerto ahogados a escasos metros de la costa por la desmesurada intervención policial. En la única reunión con el traficante marroquí que tuvo Alí Ouattara, este le dijo algo que no entendió del todo; le aseguró que no habría problemas para pasar al niño a España… «porque no es muy alto». Nunca imaginó que eso significaba que su hijo acabaría en una maleta.
De hecho, la madre de Adou se enteró de lo sucedido porque una prima vio la noticia en la televisión. «Si los políticos europeos o los africanos —afirma Lucie— pudieran encontrar el camino para que los pobres pudiéramos tener trabajo y una vida digna, la gente no vendría aquí en barcas, ni dejarían a sus familias allí». A lo que Antonia Palomo, jefa de Área de Menores de Ceuta, añade: «La gran reflexión que hay que hacer es qué ocurre en la legislación española con la reagrupación familiar para que se tenga que acudir a estas vías desesperadas».
Por suerte, la foto de la maleta logró con Adou lo que sus padres no habían conseguido ante la Administración: obtuvo el permiso de residencia en 14 días. El revuelo mediático ocasionado sirvió para que «Adou pasara a la historia como el menor extranjero que, después de haber entrado irregularmente en España, obtuvo más rápidamente los papeles para instalarse legalmente en el país». Además, la familia Ouattara recibió el respaldo de la Oficina del Defensor del Pueblo: «la Delegación del Gobierno en Canarias no aplicó correctamente la ley, porque los padres del niño marfileño sí cumplían realmente con todos los requisitos».
La presión mediática
La historia, eso sí, no iba a tener final feliz (o no de momento). Casi a la par que Adou obtenía su permiso de residencia, su padre era acusado de ser un traficante de personas. Es más: estuvo 32 días encarcelado en Los Rosales (Ceuta) mientras la Justicia le efectuaba la prueba de paternidad y verificaba que no pertenecía a mafia alguna. Después vinieron la libertad bajo fianza y la retirada del pasaporte, a la espera de que se celebre el juicio. La pena de cárcel para Alí Ouattara puede llegar a ser de 3 años.
Lucie, Mariam y Adou, a finales de 2015, se mudaron a la ciudad de Aubervillier, a las afueras de París. El revuelo mediático por la foto provocó que la familia Ouattara no pudiese salir a la calle en Fuerteventura sin que la atosigasen con fotos y preguntas. De hecho, Adou estaba harto de que lo llamasen «El niño de la maleta». Además, su madre, que solo hablaba francés, necesitaba trabajar para sufragar los gastos judiciales y familiares.
Dado que él no podía salir del país, Alí Ouattara se trasladó a Bilbao, donde reside un buen amigo suyo que podía echarle una mano. Allí, a casi 1000 km de su familia, espera sus visitas periódicas. La migración y el trabajo duro le han dejado secuelas en la espalda, así que ahora confía en que los estudios y los varios idiomas que habla le abran la puerta a trabajar como recepcionista en algún hotel. Entre tanto sigue su pelea con la Administración: si bien en 2016 «había cumplido los diez años de residencia que le exige la ley para aspirar a la nacionalidad española», no ha podido tramitarla aún… El juicio pendiente se lo impide.

Por su parte, Adou sueña con ser futbolista, y no médico, como le gustaría a su padre. Juega en los benjamines del FCM Aubervillier y «admira a Didier Drogba, pero su verdadero ídolo es otro delantero, la estrella del FC Barcelona y de Argentina, Lionel Messi». Algún día le gustaría defender los colores del Barça o del París Saint-Germain, además de los de Costa de Marfil. Según Nicolás Castellano, sería deseable que este libro sirviese al menos para que esa —la de si vale para futbolista profesional— sea la única barrera que encuentre Adou, y que no tenga que enfrentarse a «más fronteras europeas, convertidas en verdaderos muros contra los que se estrellan miles de vidas».
¡Me llamo Adou! nos habla de que las personas somos algo más que una noticia de actualidad; somos, sobre todo, la historia personal que cargamos en nuestra maleta vital. El libro también es una llamada de atención sobre la desmesurada «violencia legislativa» que ejerce nuestra Administración sobre las personas migrantes establecidas legalmente en España. «El deseo de una familia de reunirse con sus seres queridos —escribe Castellano— no debería tener un baremo económico, y lo que es más importante, no puede prevalecer el dinero sobre el interés superior del derecho del menor a estar con su padre».

Por eso, llegados a este punto, quizá lo más sensato sea escuchar lo que opina el propio Adou de su situación:
Le diría al Gobierno español y a todos los de Europa que son idiotas […] Hay que dejar venir a los niños que huyen de la guerra o de la miseria o para estar con su familia. Es algo que tiene que permitirse a los niños.
P.D.: para conocer más a fondo a los protagonistas de esta historia, puedes ver la entrevista de Espejo Público o escuchar al autor del libro en Cadena Ser.
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