La inmigración explicada a mi hija, Sami Naïr

¿Merece la pena leer en 2017 un libro publicado en 2001? ¿Tiene algo que contarnos aún La inmigración explicada a mi hija (DeBolsillo, 2001), el clásico de Sami Naïr? Por desgracia, sí: muchos de los análisis y diagnósticos realizados entonces siguen vigentes o nos permiten apreciar el camino recorrido en materia migratoria. De hecho, Naïr incluyó este texto en La Europa mestiza. Inmigración, ciudadanía, codesarrollo (Galaxia Gutenberg, 2010), el libro que compila buena parte de su obra intelectual.

inmigracion-hija-nairLa inmigración explicada a mi hija es un libro didáctico y de carácter divulgador. Está estructurado en forma de charla entre Naïr y su hija de 16 años, y capítulo tras capítulo acomete los grandes temas asociados a la inmigración: el fantasma de la «marea humana», el racismo, las generaciones, el sistema universal de protección de los derechos humanos… Naïr habla en calidad de padre francés con familia argelina y de residente en España, pero también, claro está, como el catedrático de Ciencias Políticas, doctor en Filosofía Política, doctor en Letras y Ciencias Humanas, asesor político y experto en migraciones que es. El resultado es un libro de fácil lectura que permite acceder a varias ideas fundamentales de su pensamiento.

Al publicarse en 2001, el libro nació al calor de la ley orgánica 4/2000, de 11 de enero, sobre derechos y libertades de los extranjeros en España y su integración social. Tanto es así que, a modo de anexo, incluye el texto íntegro de la ley (además de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789). De lo mucho que se puede comentar, hay tres cuestiones que, por su actualidad, quizá llaman la atención más que otras: la construcción de un islam europeo, la autopercepción de los españoles como migrantes y ciertos cálculos demográficos y reflexiones políticas.

1. El islam: la encrucijada de la pluralidad religiosa

En el capítulo «Una nueva religión europea», Naïr realiza el siguiente vaticinio:

Si los inmigrantes musulmanes se sienten abandonados, despreciados en su fe, se encerrarán en sí mismos y harán de su religión un refugio identitario contra la dureza de la sociedad de acogida. Además, los Estados de donde proceden intentarán controlarlos por medio de la religión. Financiarán la construcción de mezquitas, enviarán a ministros de culto que estarán a sueldo del país de origen e impondrán su propia visión del islam en el país de acogida. Numerosos países ricos de confesión musulmana ya lo están haciendo. En fin, también los movimientos integristas acechan a la inmigración. Se aprovechan del desasosiego de los inmigrantes no integrados, del racismo, de la marginación, para propagar su fanatismo religioso y transformar la confesión en ideología política. Por eso creo que no hay postergar la ayuda a aquellos inmigrantes que quieren integrar su religión democráticamente en el país de acogida.

Lamentablemente, a la vista está que los países europeos hicieron poco o nada para solucionar un problema que saltaba a la vista. Hoy vivimos una ola de islamofobia de una intensidad impensable entonces. Es más: la actual imagen mediática del migrante musulmán dista mucho de la persona trabajadora, pacífica y tolerante que menciona Naïr en el libro. Tampoco parece que sea el mejor momento para la pluralidad religiosa en algunos países. Ahí está, para corroborarlo, lo sucedido el año pasado con el barrio de Molenbeek tras los atentados de Bruselas o lo ocurrido hace poco durante las elecciones de los Países Bajos.

(Un inciso: resulta recomendable ver este reportaje de Euronews que recoge algunos de los grandes hits de la campaña holandesa. A saber: Geert Wilders llamando «escoria» a los marroquíes, los hijos holandeses de los migrantes marroquíes hablando de que son tan holandeses y holandesas como cualquiera, los gais autóctonos quejándose del acoso de los migrantes musulmanes… En fin, el reportaje es breve, pero da cuenta de la complejidad que entraña la convivencia y da la pauta de lo poco que trabajamos en políticas de inclusión y de gestión de la diversidad).

En todo este tiempo, diría Naïr, ha faltado voluntad para construir «un islam europeo». Quizá eso suene algo duro a oídos de políticos como Esperanza Aguirre —recuérdese su tuit sobre los Reyes Católicos— o Francisco Marhuenda —véase su tuit donde dice que «los musulmanes nacieron matando»—, pero la demografía manda: en 2001 ya eran 15 millones las personas que practicaban el islam en Europa, es decir, ya entonces estábamos ante «la segunda religión europea». Por tanto, resulta tan absurdo ignorar su presencia como proponer soluciones incendiarias a la Wilders o a la Le Pen (también, todo sea dicho, sobra lo de Erdogan llamando «fascista» a Holanda, un país mucho más tolerante y democrático que el suyo…). Tenemos que aprender a convivir, de eso se trata.

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Según Naïr, esa convivencia la debemos forjar alrededor de tres ejes: construir un espacio público laico —neutro en términos políticos y religiosos—, admitir el «pluralismo de confesiones» en el espacio privado y poner la ley como garante de los derechos y deberes de la ciudadanía. No necesitamos echar a nadie; lo que precisamos es pactar unas reglas de convivencia claras y organizarlas a través de la ley. Las democracias, en teoría, funcionan así.

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Ahora bien, eso implica un desafío para quienes vienen y para quienes acogen. Por un lado, los musulmanes deben adaptarse a la cultura de la sociedad que los recibe y construir un islam ajustado a ese ámbito, es decir, «un islam español». En palabras de Naïr, eso les ayudaría, además, «a abandonar la tesitura de extranjeros» (imagino que el ejemplo a seguir sería Sadiq Khan, el alcalde de Londres). Entre las medidas para lograr esa adaptación, Naïr recomienda, por ejemplo, que los imanes sean españoles y formados en España (un modo de evitar los religiosos retrógrados financiados por los petrodólares). Asimismo, considera que los musulmanes europeos deben renunciar a la poligamia, aceptar la igualdad entre varones y mujeres, seguir la educación del país donde residen, evitar politizar las mezquitas y circunscribir la religión al ámbito privado.

Por otro lado, les pide a los Gobiernos europeos —y, en particular, al español— que sean hospitalarios con el culto islámico. Eso incluye establecer con claridad dónde y cómo se pude abrir una mezquita y promulgar leyes que habiliten «centros de plegaria» en espacios públicos (hospitales, aeropuertos, universidades, etcétera). También respetar sus festividades, sus «prescripciones alimentarias» o facilitarles emplazamientos idóneos para que tengan cementerios.

No hay solución ideal, afirma Naïr, pero la convivencia entre religiones es un desafío que debe resolverse por cauces democráticos. Es decir: mediante el diálogo, y no mediante la sharia de unos y las proclamas beligerantes de otros, discursos que solo nos llevan a la eterna polarización que termina en violencia. De ahí que las soluciones que intentemos deban aspirar al sincretismo: nuestras respectivas culturas deben enriquecerse mutuamente, fusionarse, mutar, transformarse en otras capaces de superar las limitaciones de las anteriores. Sí, cambiar: menos esencialismos y más voluntad de cambio, más mestizaje. Una cultura es un punto de partida para abrirse a lo universal, no un candado con el que asegurar el repliegue sobre una identidad particular.

2. La emigración española: al exilio del relato oficial

Otra parte notable del libro es la mirada sobre la emigración española de los 60. Sin entrar en grandes profundidades —algo se puede hacer, por ejemplo, a través de 4.º Mundo, emigración española en Europa, de Andrés Sorel—, Naïr sostiene que España es un país donde las migraciones ocupan un lugar marginal en su relato como nación. Es más, según él, le asignamos el lugar de «fracaso social histórico»:

A mi modo de ver, si los españoles olvidan que también ellos fueron inmigrantes en el extranjero es porque la emigración no constituye motivo de gloria para nadie. Incluso en ocasiones es motivo de vergüenza. Evoca la miseria, el hambre, la dureza de las relaciones entre españoles, en su propia tierra… Una especie de fracaso histórico.

Asimismo, tendemos a idealizar cómo fue aquella migración; lo recordamos todo más bonito de lo que fue. Según Naïr, en general, no fuimos tan bien recibidos como algunos se han empeñado en contar; de hecho, ahí están los campamentos franceses que albergaron a los refugiados de la Guerra Civil. Tampoco accedimos a buenos puestos de trabajo, sino que nos contrataron para los empleos más duros y menos cualificados, y fuimos clandestinos (imperdible al respecto el documental El tren de la memoria). Es más: allí donde fuimos —Países Bajos, Francia, Suiza o Alemania— nos perseguía el sambenito de ruidosos, brutos, violentos, sanguinarios —por los toros— y siempre dispuestos a irse de fiesta. Y pocas veces se hablaba bien de nosotros, pues éramos lo que «los inmigrantes latinos, magrebíes o africanos» son hoy en nuestra sociedad.

Por último, Naïr deja planteadas varias preguntas: aquellos millones de españoles y españolas que emigraron alentados por la dictadura franquista, ¿regresaron o se asentaron en los países de acogida y alimentaron con sus hijos las segundas generaciones de esos países? Es más: ¿cuántos se acogieron al derecho de reagrupamiento familiar y se llevaron a los suyos al país donde vivían?

Moraleja: antes de criticar la reagrupación familiar ajena, revisemos lo que hicimos nosotros en el pasado… Incluso vayamos más allá y pensemos en los amigos o conocidos que se han ido durante esta crisis a vivir a Dinamarca, Chile o Estados Unidos: ¿y si un día quisieran reagrupar a sus padres o hermanos para tenerlos más cerca, por razones de salud, etcétera?

3. Demografía, polarización social y miedo a perder lo conseguido

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Sami Naïr. Foto: Wikimedia.

Por último, me han interesado tres reflexiones de contexto. La primera tiene que ver con un comentario demográfico: «En el Tercer Mundo, la población crece mucho más deprisa que las riquezas, y en consecuencia tiende a empobrecerse más que a enriquecerse». Es tan cierto como paradójico, pues el problema de Europa es su envejecimiento y su necesidad de aumentar como sea su demografía (sea vía nacimientos, sea mediante migraciones de repoblación, etc.) para conservar su Estado del Bienestar. Curiosamente, en 1960, Europa tenía el 20 % de la población mundial y África, el 9 %; la predicción para 2050, según Naïr, era que las cifras se invertirán: África aportará el 20 % y Europa, el 7 %. En principio, nadie espera que África tenga entonces un peso geopolítico y económico acorde con su demografía.

La segunda idea es que «ninguna sociedad puede evolucionar a un ritmo para el que no está preparada». ¿Por qué? Porque siempre está tensionada entre quienes opinan que la hospitalidad con las personas migrantes significa disolver los cimientos de la sociedad y quienes, si no haces tabla rasa de todo lo que hay, te reprochan que, en el fondo, no quieres cambiar nada. En fin, que la «vía del punto medio», como la define Naïr, tiene mala prensa garantizada (en La Europa mestiza relata algunos de los avatares vividos con el Gobierno socialista francés a vueltas de la política sobre el codesarrollo que trató de impulsar).

La tercera es que las personas migrantes suelen ser las más duras con otras personas en su misma situación. A quienes ya encontraron sitio —o algo parecido a eso— en la sociedad de acogida, toparse con otros migrantes «les recuerda de forma palpable el pasado» y les despierta un gran resentimiento, también miedo a perder lo que ya tienen. Quizá uno de los ejemplos más notables al respecto —y esto lo añado yo— sea que las patrullas fronterizas con las que Estados Unidos controla el paso de México están constituidas por muchas personas de ascendencia hispana. La ferocidad del capitalismo puede palparse en esa lucha por la supervivencia de las capas sociales más débiles.

Para acabar, un dato anecdótico… que no es tan anecdótico. En 2001, Naïr le pregunta a su hija por el francés más importante a nivel mundial. En ese momento, la respuesta que le dio su hija fue «Zinedine Zidane», un segunda generación. Casi 16 años más tarde, la respuesta sea probablemente la misma: el francés más famoso continúa siendo una persona cuyas raíces familiares están en Argelia y cuyo nombre figura en Wikipedia también en árabe. Sin embargo, la selección francesa de fútbol lleva tiempo atravesada por las acusaciones de racismo debido a la inclusión de muchos jugadores negros o la exclusión de algunos jugadores por su origen magrebí. En fin, el reto, como dice Naïr, es el mestizaje y la fusión, no elaborar sofisticados mecanismos de repliegue identitario.

*

P. D.: si os sabe a poco la charla entre Sami Naïr y su hija, podéis ver esta conversación entre Samir Naïr y su amigo Tzvetan Todorov (recientemente fallecido). Son unas dos horas (en español). También son recomendables esta entrevista que le hizo Iñaki Gabilondo y esta otra que le hizo Mónica Terribas. Por último, esta entrevista que publicamos con él en revista Teína (2007) y recomiendo esta conferencia.


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