Llegó al País Vasco hace más de veinte años con una única meta: estudiar. Cuando se marchó de Marruecos, su país, Mounir Bou-Ali era un joven físico que deseaba progresar en su carrera. El horizonte se perfilaba lejos de Tánger y como una tesis doctoral. Aunque «tenía más sentido ir a Francia o a Bélgica» –ya que había hecho toda la carrera en francés–, vino a Euskadi porque «tenía amigos estudiando aquí» y porque «las referencias académicas eran muy buenas». No imaginaba Mounir que con aquella decisión cambiaría tanto su vida, que acabaría encontrando aquí su lugar en el mundo, formando una familia y recibiendo varios reconocimientos por sus trabajos de investigación, como sucedió.
«Vine a hacer el doctorado a Leioa porque me habían dado buenas referencias de la universidad, e hice mi tesis sobre Mecánica de Fluidos. La Mecánica de Fluidos es la asignatura que analiza el comportamiento de cualquier material deformable», apunta de manera didáctica para que lo entienda hasta alguien de letras. El caso es que, mientras hacía su doctorado, conoció a Pilar, una chica que también estaba haciendo su tesis –la suya, en Biología– y que hoy es su mujer. Aunque los posgrados tengan fama de ser incompatibles con la vida social, Mounir asegura que «se pueden hacer las dos cosas a la vez».
La pareja, el trabajo y el entorno modificaron sus planes iniciales. «Originalmente, no iba a quedarme, pero una vez que estas aquí, te enamoras de Euskadi. Desde que llegué encontré gente muy trabajadora, gente noble, seria y sana. La sociedad en su conjunto era muy educada, todo estaba limpio y en orden. En la calle no oías ni los pitidos de los coches ni nada. No esperaba encontrar algo así y la verdad es que me encantó. Me sentí muy a gusto desde el primer día», relata.
Los años siguientes fueron, quizá, más exigentes para él porque su trabajo estaba en Navarra y la familia, en Vizcaya. «Saqué una plaza de profesor asociado en la Universidad Pública de Navarra, me casé con Pilar y tuvimos a nuestros hijos, Ismael y Nadia». Con el trabajo allí y la familia aquí, Mounir empezó a buscar otras opciones más cercanas que le evitaran tener que desplazarse tanto. «En 2002 saqué la plaza de profesor en Mondragon Unibersitatea y, desde entonces, me encuentro fenomenal. Aquello fue un desafío muy estimulante porque empezamos con la Mecánica de Fluidos desde cero, tanto con la asignatura como con el departamento de I+D», recuerda.
A día de hoy, Mounir da clases a los jóvenes que cursan el tercer año de Ingeniería. Asegura que los aprecia como si fuesen sus hijos y no duda en definirlos como «el futuro de Euskadi». Además, coordina el departamento de Mecánica de Fluidos y continúa investigando en la materia, una labor por la que él y su equipo han recibido distintos reconocimientos y premios, dentro y fuera del País Vasco. «Hemos conformado un excelente grupo de trabajo, de prestigio. Tenemos varios proyectos y, sí, hemos sido galardonados por algunos», dice con tanta alegría como sorprendente naturalidad.
Premio de Europa
El premio más reciente lo recibieron hace muy poco, en noviembre, cuando la Agencia Espacial Europea reconoció su labor en un proyecto de alcance internacional que busca predecir el comportamiento termo-hidro-dinámico de distintas mezclas que se encuentran sometidas a altas presiones. «Este es un proyecto en el que participan otras universidades, además de la de Mondragón, y otros países, como China, Francia e Inglaterra –detalla–. Aunque la tendencia general es la de recortar en investigación científica y reducir las convocatorias, en Euskadi se promueve la investigación y el tema está mejor que en muchos otros lugares», añade.
Mounir también reconoce que su país ha mejorado en ciencia e innovación. «Viajo con cierta frecuencia para ver a mi padre, que vive allí, y he notado en estos años un avance gigantesco. Marruecos tiene muchos proyectos de gran envergadura, como la planta termosolar más grande del mundo», dice, mientras constata que las cosas han cambiado mucho y que ahora hay más oportunidades de las que había cuando él era un chaval.
«A veces, para tener éxito no basta con tener talento. Hay que estar en el lugar adecuado, y Euskadi es uno de ellos. Si yo no hubiera venido a hacer el doctorado, probablemente hoy sería taxista, como mi padre, y no habría podido dedicarme a lo que más me gusta, a la investigación. Por eso siento que he acertado. Por supuesto, echo de menos cosas de mi tierra, y viajo allí cada tanto, con la familia o incluso con la cuadrilla. Pero lo cierto es que aquí he encontrado mi sitio. Vivo en Elorrio y, para mí, es el pueblo más precioso del mundo. Me siento agradecido con el País Vasco e intento dar lo mejor de mí al lugar que tanto me ha dado».