De las 118 colectividades extranjeras que existen actualmente en Euskadi, la rumana es una de las más numerosas. Según los datos de Ikuspegi –el Observatorio Vasco de Inmigración–, nuestra comunidad cuenta con algo más de 15.300 vecinos de Rumanía. Tanto aquí, como en el conjunto del Estado –donde la cifra ronda las 785.000 personas–, es uno de los grupos más arraigados en la sociedad. La mayor parte de sus miembros reside en estas latitudes desde hace años; los suficientes como para echar raíces, hacer amigos, estabilizarse en el trabajo y formar familia.
La llamada ‘segunda generación’ es ya una realidad. En las escuelas y los institutos hay centenares de niños de origen rumano que han venido al País Vasco de pequeños o que, directamente, han nacido aquí. Son vascos. Hablan euskera y castellano pero, sorprendentemente, no siempre controlan el idioma de sus abuelos y sus padres. «A diferencia de otros colectivos, que mantienen la lengua materna en casa, los hogares rumanos tienen la peculiaridad de que no lo hacen. Ya sea porque hay parejas mixtas o porque resulta más sencillo para los niños, suelen hablar en español», dice Liviana Bucuresteanu.
Natural de Piatra Neamt y filóloga de profesión, Liviana es profesora de idiomas. Llegó a España en 2008, para hacer un máster en Cooperación Internacional, en Valencia, y hace tres años se trasladó al País Vasco, donde no solo enseña su idioma, sino que forma parte de un interesante programa cultural promovido por el Ministerio de Educación de Rumanía y el Instituto de Lengua Rumana de Bucarest, «algo así como nuestra versión del Instituto Cervantes», compara. El programa en el que trabaja busca mantener vivo el vínculo del país con sus ciudadanos emigrados, inició en 2007 y está en marcha en varios países de Europa.
«Hay toda una generación de rumanos que emigraron abriendo camino. Son la generación del sacrificio, la que siempre está entre dos tierras. Pero hay una segunda generación, conformada por sus hijos, que desconocen el idioma y la cultura de sus antepasados. Son niños y jóvenes que, cuando van de vacaciones a Rumanía, no pueden hablar con sus abuelos», describe Liviana, a modo de ejemplo, para ilustrar el alcance íntimo de este problema cultural. «Se dice que tenemos facilidad para los idiomas y que somos políglotas, pero la realidad es que muchos de nuestros jóvenes no saben hablar en su propia lengua», observa.
«Por eso se ha creado este programa. Es una iniciativa innovadora y sin precedentes que busca preservar el idioma fuera de fronteras y tender ese puente entre generaciones pero, también, fomentar el conocimiento entre culturas», añade, poniendo énfasis en esto último. Porque «las clases de lengua y cultura rumana se imparten en colegios públicos y están abiertas a todos los niños y jóvenes que quieran asistir, sean de donde sean. De hecho, hay varios pequeños de aquí y de otras nacionalidades que se apuntan para aprender junto a sus amiguitos».
La iniciativa está impulsada y financiada por las instituciones de Rumanía. En Euskadi comenzó hace un par de años –concretamente, en Getxo–, y Liviana describe la experiencia como un éxito. «Es muy bonito porque también se organiza una semana temática y se hacen talleres que involucran a los padres. La acogida ha sido muy buena en el País Vasco, donde hay mucha sensibilidad ante la importancia y el significado de la lengua. El idioma es algo fundamental, forma parte de tus raíces y tu identidad cultural», indica esta filóloga, que coordina los cursos en la zona norte y disfruta perfeccionando sus conocimientos de castellano.
«Aprendí español en la universidad, en mi país, porque estudié Filología Hispánica. Pero el verdadero aprendizaje empezó hace ocho años, al emigrar. Cuando llegué a Valencia, hablaba un castellano muy formal, súper académico, pero poco a poco me empecé a soltar. Las prácticas del máster en cooperación las hice en Colombia y luego me vine para aquí, donde terminé de descubrir que en cada sitio se habla distinto. Cada lugar tiene sus particularidades y eso es maravilloso. El idioma te permite conocer el lugar y su gente».
Pero, además, el idioma y la cultura pueden ser una excusa estupenda para la diversión y el encuentro. Ayer mismo, sin ir más lejos, se celebró el primer concurso regional ‘Conoce Rumanía’, en la sede del consulado, en Bilbao. Allí se dieron cita siete equipos de niños, de entre 8 y 14 años, procedentes de Asturias, La Rioja, Cantabria, Navarra que compitieron para pasar a la fase nacional. «Del País Vasco todavía no tenemos ningún equipo, pero estoy segura de que el año que viene sí lo habrá».