439 | Hamad

Hamad Ali Rudwan llegó a Euskadi en 2015 y, desde hace apenas tres meses, regenta una tienda de zumos naturales en Bilbao. Combina kiwis con naranjas, plátanos con fresas… Pasa buena parte del día en un ambiente saludable y de colores donde se respira el perfume de las frutas. Nadie diría, al verle sonreír allí, que pasó años enteros en un ambiente opresivo donde el color predominante era el gris. Menos aún que los diez metros cuadrados de su tienda son mucho más amplios que los cientos de kilómetros de muro que separan Israel de Palestina. Desde su casa, en Azzoun, se divisaba ese horizonte de cemento.

El muro lo cambió todo –resume–. Las cosas que estaban a un paso de nosotros quedaron muy lejos de un día para otro. Escuelas, hospitales, familiares… Antes del muro, yo tardaba diez minutos en llegar desde mi casa al trabajo. Después del muro, demoraba casi dos horas. Tenía que ir hasta las zonas de paso habilitadas y, como muchos otros palestinos, vivía a diario la tensión y las esperas de los puntos de control. La situación es muy dura para quienes vivimos allí. Es muy injusta”.

Hamad tiene 29 años y es enfermero de profesión. Su trabajo, precisamente, estaba en un hospital. Consistía en salvar vidas, no en quitarlas. Pero, así y todo, cuenta que los militares israelíes lo detuvieron cuatro veces y allanaron su casa más de una. Al preguntarle por qué, su respuesta es tan concisa que abruma: “Porque soy palestino”, contesta con la naturalidad de quien tiene asumido que ha nacido en uno de los países más castigados del mundo sin derecho a réplica.

“Como otros jóvenes, yo me manifestaba en contra del muro de separación, en contra de ese régimen que tanto daño nos hace. Pero manifestarse está prohibido. Tengo amigos en la cárcel. Los arrestaron por protestar. Están presos sin haber tenido juicio, sin garantías de nada. Los militares entraron varias veces a mi casa. Buscaban cualquier cosa con la que poder incriminarme. Cada vez que entraban, lo destrozaban todo. Intentan generar mucho miedo y angustia. Yo sabía que iban a por mí. Era solo cuestión de tiempo”.

El riesgo fue aumentando y la situación se volvió insostenible. No solo para él, sino también para su familia, que sufría esas violentas irrupciones. “Decidí marcharme. Era lo mejor”, dice Hamad, que tuvo que huir durante semanas para pedir refugio en Europa. “Fue un viaje difícil y largo, pero más difícil era vivir así, perseguido en un mundo cada vez más radicalizado. Yo no quería eso para mí. Yo estaba decidido a buscar mi futuro”.

Tierra de nadie

Ese futuro comenzó en Gijón, de la mano de una ONG que, finalmente, lo trasladó a Bilbao. “Aquí era donde había una plaza. La ONG decide a dónde vas, te ayuda con los primeros pasos y te da apoyo social durante el primer año. Ese apoyo no es indefinido. Te dan lo justo para vivir durante unos meses, mientras te haces con el nuevo lugar, aprendes el idioma y encuentras el modo de valerte por ti mismo. A partir de ahí, es cosa tuya salir adelante”, explica.

El problema es que, a veces, la Administración va más despacio que la vida. Según los datos de la Oficina Europea de Estadística (EUROSTAT), en España existen más de 16.000 solicitudes de asilo por resolver. Una de ellas es la de Hamad, que lleva meses esperando que se le conceda el estatus de refugiado. De momento, cuenta con un documento de identidad que le autoriza a trabajar, pero no a viajar, y que es de carácter transitorio: se renueva cada seis meses.

“No sé qué tengo que contar que no haya contado ya. No sé qué más puedo hacer yo para dejar de estar así, esperando y esperando. Hay palabras y discursos muy bonitos, pero la realidad es esta tarjeta de cartón con una foto grapada. Es muy difícil alquilar un piso, abrir una cuenta bancaria o que alguien te contrate para trabajar cuando te presentas con esto. La gente no se fía, no quiere líos, y es comprensible”, dice Hamad. Él pudo abrir la tienda de zumos gracias al apoyo de su socio, un hostelero del Casco Viejo que es sirio, tiene nacionalidad alemana y lleva muchos años aquí. “Si no, hubiera sido imposible”, reconoce.

En paralelo, solo tiene buenas palabras para Bilbao y su gente. “Las personas me han acogido muy bien. Todos son amables conmigo y me siento protegido. Aquí hay estabilidad, hay leyes que se respetan y hay democracia. Los vascos son muy solidarios con los palestinos, están al tanto de lo que nos pasa. Estoy contento y agradecido. La seguridad es un privilegio. Me siento a salvo en el País Vasco”.

Artículo publicado originalmente por Laura Caorsi en el diario El Correo.
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