431 | Sheyla

Vino al País Vasco buscando “algo diferente” y la experiencia superó todas sus expectativas. Cuando llegó a Vizcaya, el año pasado, Sheyla Aguilar sabía que su nuevo entorno sería muy distinto al de su Chiapas natal, el estado más austral de México. “Esa información está en internet”, comenta, señalando la obviedad. Lo que no estaba en internet ni en su imaginación ni en sus planes era que acabaría trabajando en una empresa fundada por otros jóvenes como ella que destacan por su irreverencia y sus deseos de innovación: los creadores del vino azul que se ha puesto tan de moda este año.

Sheyla es estudiante universitaria y cruzó el Atlántico para continuar su formación en Marketing. “Tenía varias opciones: Madrid, Barcelona y Bilbao. De las dos primeras ciudades conocía más, pero del País Vasco no sabía absolutamente nada y eso me llamó la atención. Me puse a investigar, a buscar en internet, y lo que vi me gustó mucho. Envié mails pidiendo información, averigüé cómo era la universidad… y todo lo que encontré me pareció muy atractivo. Elegí Euskadi porque quise apostar por algo diferente y la verdad es que no me arrepiento”.

Lo dice después de un año en el que, incluso, disfrutó del invierno. “En Chiapas hace mucho calor, demasiado para mi gusto. La temperatura alcanza los 37ºC de manera habitual. Prefiero mil veces el clima de Euskadi, aunque puedas tener las cuatro estaciones en un solo día y tengas que salir preparado para todo”, compara divertida. No obstante, lo que más le ha gustado es “el contraste cultural y el tamaño de Bilbao, una ciudad pequeña y cómoda para vivir”.

Se siente a gusto en Euskadi y se nota, pese a que cuando llegó no conocía a nadie. “Tuve la suerte de contar con el apoyo de la iglesia protestante al principio. Antes de venir, me puse en contacto con la congregación y ellos me orientaron acerca de cómo llegar a los sitios, o dónde quedarme los primeros días. Eso ayudó mucho. Después, sí, ya pude iniciar mi camino; aprendí a llegar a la universidad y a moverme con más soltura poco a poco”, cuenta Sheyla. La universidad y la movilidad son dos claves en su historia.

“Cuando empecé las clases, me pareció que el horario era muy relajado. Solo tenía que ir por la mañana. El resto del día lo tenía libre. Quería aprovechar el tiempo para aprender más cosas y hacer prácticas de trabajo -relata-. Un día, se organizó una visita a Portugalete, al taller del vino azul, pero yo no fui porque no sabía llegar. No conocí la empresa en ese momento, sino después, cuando supe que buscaban gente para hacer prácticas. Ni lo pensé. Envié mi currículum enseguida”.

Un modelo «rompedor»

La empresa estaba formada por cinco veinteañeros que un día tuvieron la idea de hacer algo diferente. Y ese ‘algo diferente’ resultó ser un vino azul. Ninguno de ellos era enólogo ni tenía especial pasión por el vino -Sheyla, de hecho, ni siquiera bebe alcohol-. Sin embargo, ninguna de esas cosas fueron impedimentos para que lo crearan. Necesitaron, eso sí, dos años de trabajo y la ayuda de un par de organismos especializados en tecnología alimentaria.

A Sheyla, el planteamiento inicial le encantó. Pero fue la propia entrevista de trabajo lo que terminó de convencerla de que aquella podía ser una experiencia novedosa. “La entrevista fue muy distinta a lo que yo esperaba. No fue clásica, en plan ‘véndete’, sino que fue una conversación distendida en la que enseguida me dieron confianza. Lo que más me gustó de la empresa es que buscan formar un equipo, no tener gente trabajando para ellos. Cuando empecé a hacer mis prácticas, pude comprobar que era verdad. No hay jerarquías. Hay libertad. Eso es algo muy interesante y rompedor”, opina.

La filosofía se corresponde con la llamada ‘generación Y’, los famosos millenials que traen de cabeza a los departamentos de Publicidad y Marketing de casi todas las multinacionales. Para hacerse una idea, los chicos que conforman esta empresa del vino no ocultan que no tienen ningún tipo de tradición vinícola o que ni siquiera les gusta el vino tradicional; al revés, se jactan de ello. Sobre su producto señalan que, al tomarlo, “estás bebiendo innovación y creación. Estás rompiendo las reglas existentes e inventando nuevas. Estás reinventando la tradición”. Lo explican con más detalle en su página web, el escaparate de una oficina que, si bien tiene su base en Portugalete, se mueve sobre todo en internet.

Son nativos digitales, trabajan deslocalizados y su escritorio cabe en un smartphone. Por ello, da un poco lo mismo dónde hayan nacido: consiguen “entenderse a la primera”, dice Sheyla, que empezó haciendo prácticas con ellos y todavía forma parte del grupo. “La pregunta clave de esto y de cualquier otra cosa que imagines es ‘¿y por qué no?’”.

Artículo publicado originalmente por Laura Caorsi en el diario El Correo.
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