430 | Andrés

Andrés López llegó a Bilbao hace siete años. Estaba a punto de cumplir los dieciocho y vino reagrupado por su madre, que había emigrado de Colombia un par de años antes que él. “Ella tomó la decisión de marcharse para mejorar nuestra situación económica –relata–. Vivíamos en Cali y teníamos muy pocos medios para salir adelante. La familia nos apoyaba en todo lo que podía, pero nosotros teníamos que buscarnos la vida, como se dice aquí. Teníamos un puesto callejero de comidas. Vendíamos empanadas de carne, arepas con queso y hojaldres para subsistir. Si la palabra humildad equivale a pobreza, entonces éramos pobres”.

Cuando su madre emigró, Andrés y su hermano se quedaron con su tío. Su “papá tío”, como dice él, ya que fue quien los crió desde muy niños. “Es el hermano de mi madre, pero ha sido como un padre para mí. Se involucró tanto en sacarnos adelante que descuidó su futuro personal. Cuando pienso en él, que ahora está solo en Colombia, se me arruga el corazón. Me encantaría que viniera a vernos. Uno de mis proyectos de vida es traerlo”, explica él, que siempre se ha marcado metas a corto, medio y largo plazo. “No siempre consigues lo que quieres, pero hay que seguir intentándolo”.

Uno de los proyectos pendientes –en este caso, de su madre– tiene que ver con la formación. “Ella siempre insistió en que yo debía estudiar. Siempre me dijo ‘quiero que seas alguien en la vida, que trabajes y cobres por algo que tú sepas, no como yo’ –cita Andrés–, pero la verdad es que nunca me atrajo el estudio. No es que lo evitara, pero tampoco lo iba buscando. Terminé mi bachillerato con esfuerzo porque lo que yo quería era ponerme a trabajar. Quería empezar cuanto antes a ganar dinero para ayudar en casa”.

Y eso ha hecho desde que llegó a Bilbao: trabajar. “Trabajar en lo que surgiera; la tarea me daba igual”, reconoce él, que en estos años pasó por la cocina de una conocida cadena de comida rápida, se dedicó “a la logística” en otra empresa que lo contrató como repartidor, y en la actualidad trabaja como auxiliar geriátrico, cuidando por turnos a una persona mayor. “Esta semana hago el turno largo: entro a las nueve de la noche y salgo a la una de la tarde”, detalla. Está contento con el empleo y, aunque en semanas como esta el horario es muy exigente, él saca tiempo para sus afectos y sus aficiones.

Entre los afectos, destacan su mujer y la niña que viene en camino. “Esta tarde tenemos un curso de preparación al parto; esperamos para agosto”, dice ilusionado. Está feliz con la idea de ser padre y formar su propia familia. Entre las aficiones, Andrés destaca la música, un terreno en el que se ha adentrado “con intención de profesionalidad” y con un nombre artístico: ‘Yecko, la nueva firma‘.

Cantante, no artista

“Yo no soy un artista. No puedo considerarme como tal porque no estudié en un conservatorio, y no puedo ir por la vida creyéndome artista cuando no lo soy en mi vida personal. Eso no tiene sentido. Sin embargo, me gusta mucho cantar y, según dicen, se me da muy bien –reconoce–. Tengo este gusto por la música desde que era pequeño. Cuando tenía diez años imitaba a Richie Ray o Maelo Ruiz. Ahora canto más cosas, pero siempre imitando a artistas. Soy cantante de karaoke y me encanta ese género. Cuando cojo el micrófono, lo hago con la intención de que salga lo mejor posible”.

La primera canción que interpretó en público fue ‘Aquí estoy yo‘, de Luis Fonsi. “Fue en un bar karaoke de Bilbao y había mucha gente ese día. Estaba nervioso, pero salió muy bien. Cuando iba por la segunda estrofa, la gente del público que estaba charlando o distraída se dio la vuelta para mirarme”, recuerda, y cuenta que ha vuelto a cantar más veces en ese bar. “El dueño estaba contento conmigo y me dijo que podía ir cuando quisiera”.

Además de esa experiencia, Andrés ha tenido otras ocasiones para cantar en público e, incluso, para grabar un tema propio en un estudio profesional. “Participé en el casting internacional de voces que se hizo en abril, y también en un concurso de karaoke, donde quedé entre los diez primeros. Y lo de la grabación surgió de manera inesperada. Cuando trabajaba en el local de comida, conocí a una pareja. El chico era colombiano, nos pusimos a hablar y resultó ser que él era un artista; su nombre es Varón. Grabé mi canción en su estudio y fue una gran experiencia. Aprendí mucho y habría grabado más si hubiera tenido dinero. De momento, no puedo, pero todo llegará. Creo que lo único imposible es volver de la muerte. El resto se logra con motivación, disciplina y esfuerzo. Y con oportunidades. El País Vasco me ha dado mucho más de lo que me dio mi país”.

Artículo publicado originalmente por Laura Caorsi en el diario El Correo.
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