414 | Samar

Samar Crespillo Elgtaibi es un buen reflejo de la sociedad actual. Su vida cotidiana, sus afectos y ella misma están signados por la hibridación cultural, por la mezcla de identidades y por sentimientos de pertenencia ligados a más de un sitio en el mundo. Nació aquí, pero sus padres son de Marruecos. En casa, habla en árabe con ellos. Nunca tuvo que emigrar, pero conoce bien esa realidad y no es ajena a sus dificultades. Le duelen los estereotipos negativos que predominan sobre los extranjeros aunque, técnicamente, no pertenezca al colectivo inmigrante. En suma, vive a caballo entre dos culturas y trabaja para engarzarlas.

“Yo no nací en Marruecos, pero me considero árabe. Hay personas que reniegan de sus orígenes, yo no. Me siento orgullosa de haber crecido en una familia árabe, en un ambiente cultural distinto, con otros matices, que enriquecen los que tengo aquí. El idioma es un ejemplo. Mi lengua materna es el árabe, y la utilizo a diario para no perderla. Con el resto de la cultura pasa igual: no se trata de elegir entre una cosa y la otra -argumenta-, sino de aunar lo mejor de cada sitio. Por supuesto, las diferencias son grandes, pero también son bonitas. Yo creo que lo distinto nos enriquece, aunque nunca se piense en ello de ese modo”, lamenta.

Samar prosigue en su razonamiento y no se anda con rodeos: “Se habla mucho de la opresión a las mujeres sin hacer ningún matiz. Es verdad que hay un trato diferente hacia la mujer, pero no pasa por la opresión sino por el respeto. Y se hace mucho foco en eso, en lo que se percibe como negativo, pero no se habla nunca del cuidado de los ancianos, por ejemplo. Allí no hay residencias para mayores. Las familias se ocupan de ellos hasta el último momento, cuidan mucho de las abuelas y los abuelos. En Marruecos, se valora a los ancianos y se los respeta”, explica en un intento por ampliar el panorama.

Samar, que acaba de cumplir diecinueve años, va cada verano a Marruecos con sus padres, de vacaciones. “La sociedad vasca y la marroquí son diferentes en varios aspectos -compara-, pero eso no supone un problema para mí. Me encuentro cómoda en los dos lugares. En ambos me siento como en casa”. Para ella, las dos culturas son compatibles, ya no solo en un mismo sitio, sino en una misma persona. Por eso insiste en que los estereotipos negativos son muy dañinos en el plano social y ayudan más bien poco a la convivencia de las personas.

Afirmaciones con datos

Al respecto, relata un episodio reciente que vivió en la universidad, en Donosti, donde cursa el primer año de Criminología. “En clase, surgió el tema de la violencia machista y alguien dijo que la mayoría de los maltratadores son extranjeros. Me molestó esa afirmación. No me pareció justo, primero, porque no es cierto; solo hace falta ver los datos estadísticos para comprobarlo. Pero, además, me disgustó porque en clase tenemos varios compañeros extranjeros. Hay un chico del Sáhara, una chica latinoamericana y dos compañeros de Italia y de Francia. No se puede generalizar así como así, hablar sin datos fiables o etiquetar a la gente por su lugar de procedencia, como lamentablemente pasa”, opina Samar.

“Mi mejor amiga es de Colombia y te puedo asegurar que no responde para nada al imaginario colectivo sobre las mujeres colombianas. Mi madre es marroquí y es una de las mujeres más independientes y luchadoras que conozco. Ella inmigró cuando tenía mi edad, o un poco menos, y lo pasó muy mal. No controlaba el idioma, no tenía apoyos, pero salió adelante. Quería estudiar y tuvo que trabajar duro. Me tuvo a mí y hubo un tiempo en el que estuvimos las dos solas. Yo soy hija de su primer matrimonio, y es mi madre quien me sacó adelante, sola, hasta que se volvió a casar”, relata Samar con visible admiración.

Su vida ha sido muy diferente a la de su mamá. Ha tenido otras oportunidades y se siente agradecida y privilegiada por ello. “Yo voy a la universidad, viajo a San Sebastián todos los días, tengo vacaciones, tiempo libre, como cualquier otra persona de mi edad que se ha criado aquí. Crecí en una familia llena de amor y respeto. En mi corazón, el marido de mi madre, Jaouad, es mi aita. Él también es marroquí y también trabaja para que la integración sea posible, para que sea más sencilla. Fíjate cómo son las cosas, me encantaría llevar su apellido, y algún día, lo haré. Quise cambiármelo hace tiempo pero fue él mismo quien me hizo ver que mi vida sería más fácil con un apellido de aquí que con dos de Marruecos. Por desgracia, aun estamos en ese punto, pero algún día será distinto y dará igual. Estoy segura”.

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