Para el ciudadano europeo medio, África es antes pobreza, guerra, emigración o destino de cooperantes que un socio de negocios con el que establecer una relación comercial. La combinación de desconocimiento y prejuicios acerca de nuestros vecinos del sur impide, muchas veces, tender puentes de intercambio. La inestabilidad política y las diferencias culturales también actúan como barreras. Para cambiar esta realidad -o, al menos, empezar a hacerlo-, el primer vivero de empresas africano de Bilbao acogerá un foro novedoso cuyo objetivo es impulsar el comercio bilateral entre África subsahariana y Euskadi.
El encuentro, organizado por Koop SF34 y Harrobia Lanbide Ikastola, tendrá lugar el 10 de marzo en la sede de la cooperativa, en el barrio de San Francisco. Allí se darán cita más de sesenta empresas y clústers, estarán representados más de diez países y participará una veintena de expertos en comercio internacional, en concreto, con el África subsahariana. Fatou Dieng se encuentra entre los miembros de esta iniciativa. Joven, vital y llena de proyectos, esta mujer senegalesa dice haber nacido para el comercio: se ha formado para ello y, además, lo disfruta.
“En mi familia, casi todos son comerciantes y siempre quise dedicarme a eso, desde niña. Por esa razón me fui. Yo emigré de mi país en 2011 para poder estudiar. Había terminado el bachillerato y quería especializarme en Comercio Internacional, pero no es fácil hacer una carrera en Senegal. Va muchísima gente a la universidad, las aulas están saturadas; a muchas clases asistes de pie y, como llegues un poco tarde, te toca seguirlas desde afuera -describe-. A mí aquello no me convencía; sentía que iba a perder el tiempo. Hablé con mi padre, que vive en Bilbao desde hace más de treinta años, y me dijo que viniera”.
Tener aquí a una parte de su familia -primos y tíos, además de su padre- fue de gran ayuda para Fatou, que recuerda sus inicios en Bilbao como un tiempo en el que no podía hablar con casi nadie. “Mis idiomas son en francés y el wolof, así que al principio solo podía comunicarme con mi familia y poco más. Fue difícil esa etapa, aunque enseguida me apunté a aprender castellano. El primer año lo dediqué a eso: iba a clases de idioma y las complementaba yendo al instituto. Aunque ya había terminado el bachillerato, ir me servía para conocer a la gente, soltarme un poco y hablar. Me daba vergüenza, pero si quería estudiar aquí tenía que romper el hielo”, explica.
Comercio entre África y Euskadi
Un año después de llegar, Fatou comenzó a cursar un grado superior en Comercio Internacional. “Todavía tenía flojo el idioma y era la única negra, así que al principio todo el mundo me miraba. Era como el bicho raro del lugar. Pero la verdad es que me fue bien porque, a pesar de todo, sacaba buenas notas. Flipaban un poco conmigo”, relata con humor. “Lo difícil vino después -agrega, con tono más serio-, porque cuando estaba en el segundo curso me quedé embarazada y decidí continuar con los estudios. No iba a parar, así que seguí yendo a clase con mi tripa. Acabé la parte teórica un 14 de febrero y tuve a mi bebé cuatro días después”.
Fatou prorrogó el comienzo de sus prácticas, que hizo el año pasado en una empresa vasca. De su experiencia destaca que aprendió mucho y que la trataron muy bien. “Además, pude dedicarme a la parte que más me gusta, que es la de ser transitaria, es decir, intermediaria entre los transportitstas y los exportadores e importadores. Me encanta todo el papeleo, los documentos, las aduanas y la logística de los contenedores”, dice con un entusiasmo tan sorprendente como genuino. “En esa empresa aprendí muchísimo. Ahora quiero aplicar lo que sé en proyectos comerciales que vinculen África con el País Vasco”.
Rico en materias primas y con una importante diáspora en Europa, su continente tiene mucho que ofrecer a las empresas vascas, en particular, a las industrias. “Es importante fomentar un desarrollo beneficioso para todos, incluso a pequeña escala. Muchos africanos que viven aquí envían ropa y artículos a sus familias. Lo hacen compartiendo espacio en los contenedores, pero pagan unas comisiones muy elevadas. Eso se puede mejorar. En realidad… todo se puede mejorar”, reflexiona Fatou, cuyo campo de acción va más allá del comercio.
“Los vascos son muy abiertos, les gusta aprender cosas de culturas diferentes, se interesan por todo y eso es muy bonito. En Koop SF34 doy clases de wolof. Tengo cuatro alumnas vascas, con vínculos en Senegal, que quieren aprender el idioma. También hay personas interesadas en aprender nuestras danzas, en saber cómo somos, cómo es nuestra sociedad. Me dicen que soy una ‘senevasca’ y, de algún modo, lo soy. Es bonita la mezcla”.
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