Darling Tuchani siempre quiso ser independiente. Desde que vivía en Bolivia y decidió estudiar en la universidad, siempre tuvo claro que iba a valerse por sus propios medios. “Yo no quería pedir nada a nadie, ni quedarme en casa de mis padres, ni convertirme en una carga para ellos”, asegura. Obtener la licenciatura en Derecho fue un camino laborioso; el entorno no era sencillo y le exigió grandes esfuerzos. Pero toparse con el mercado laboral y darse cuenta de que no había sitio para ella fue un obstáculo demasiado grande.
“No había ofertas de trabajo y yo no tenía los recursos económicos para montar mi propio despacho. Por otro lado, tenía una amiga viviendo aquí. Éramos compañeras desde la escuela y, cada tanto, me llamaba y hablábamos mucho. Hacía años que ella había emigrado y estaba contenta en Euskadi. Cuando le conté lo que me pasaba, me animó a venir también”. Aquella época -2004- era un momento de prosperidad. “Venir a España estaba de moda en Bolivia”, recuerda Darling, que tampoco olvida el planteamiento de su amiga: “Vienes, trabajas un año, ahorras dinero y vuelves. Así podrás comprar los ordenadores, alquilar un lugar y montar tu bufete”, le dijo.
La ‘moda’ de venir a Europa se hacía palpable en las agencias de viajes, donde no solo se vendían los billetes de avión o se financiaba su coste, sino que se ofrecían todo tipo de consejos y facilidades para un público que, en su mayoría, nunca había viajado y venía a trabajar. Darling lo describe muy bien cuando recuerda su experiencia. “En la agencia te preguntaban a qué ciudad ibas a ir, luego te informaban sobre los cuatro o cinco sitios de interés que cualquier turista debería conocer. Te explicaban que, cuando estuvieras en la cola de migraciones, no tenías que hablar con nadie; que si te dejaban pasar, debías seguir tu camino sin mirar atrás”.
También les hacían recomendaciones estéticas. La principal: ir bien vestido. “Demasiado vago el concepto”, observa Darling ahora, que se ríe de sí misma y de su poco acertada decisión de volar con zapatos de tacón tantas horas. “Me vestí lo mejor que pude; me puse esos zapatos… y me arrepentí, claro, porque me costó mucho calzarme y caminar cuando aterrizamos”, cuenta divertida. Así y todo, con los pies doloridos y “los nervios de punta” hizo la cola en migraciones, pasó y no miró atrás. Todo lo que importaba lo tenía delante: trabajar duro, ahorrar y volver.
Cambio de planes
Le pasó como a muchos: lo que iba a ser “solo un año” se prolongó. “Conseguí trabajo casi enseguida, primero cuidando niños, después acompañando a una señora mayor. Trabajaba como interna y era un régimen muy exigente y muy duro, pero me permitía reducir al máximo mis gastos. El problema es que todo lo que gané durante el primer año lo destiné exclusivamente a pagar mi billete de avión, porque para viajar pedí dinero prestado. También mandé algo para cubrir algunos gastos de mis padres y ayudarlos, así que cuando se cumplió el primer año y mi madre me preguntó si iba a volver, tuve que decirle ‘aún no’”.
Hace once años que Darling llegó al País Vasco. Ha pasado mucho tiempo desde que experimentó su primer invierno en febrero, desde que vio la nieve, desde que conoció el mar. Todavía recuerda la sensación de frío en los huesos, los patios y calles helados, el sabor de la sal. “Bolivia no tiene mar. Solo lo conocía por fotos, por la tele, por los cuentos. Me habían dicho que el agua era salada y yo la quise probar”, dice Darling, que lloró mucho en Sopelana, de emoción y de añoranza. “Me impresionaba todo lo que veía, la naturaleza, las carreteras, el metro… Parecía una campesinita en Nueva York. Estaba llena de asombro, pero al principio solo pensaba en volver”.
Sin embargo, se quedó. “Me fui quedando”, conjuga ella. Primero, para cumplir su objetivo de ahorrar. Después, para regularizar su situación. Más tarde, para tramitar su nacionalidad. Finalmente, porque se enamoró. “La vida cambia mucho -reconoce-. Y uno también va cambiando. Poco a poco empecé a conseguir otros trabajos, en una panadería, en un Garbigune… Actualmente trabajo en una tienda de ropa, como dependienta”.
El sueño de ejercer su profesión no está aparcado. Por el contrario, Darling compagina su trabajo con sus estudios. Está en pleno proceso de homologación de su título. “Tengo que dar examen de diez asignaturas y es complicado, porque son todas de Derecho puro y duro. Lo bueno es que encontré una asociación, Kosmópolis, que apoya mucho en este tipo de procesos, y que mi pareja y su familia también me alientan a seguir. Mi suegro, de hecho, estudia conmigo. Yo creo que se lo ha tomado como un reto personal. Realmente, he tenido mucha suerte”.