395 | Lily

Para emprender hacen falta tres cosas: mantener un esfuerzo constante, creer en tu proyecto y que alguien crea en ti. La cuarta -y, quizá, la más complicada- es que todas esas cosas ocurran a la vez. Esta es la idea que prevalece tras conversar con Lily Medrano, una odontóloga boliviana que llegó a Euskadi a comienzos de 2004 y que, una década después, ha conseguido convalidar sus estudios, ejercer su profesión y montar una consulta. “En un camino siempre hay piedras -dice-; lo importante es avanzar”.

El recorrido del que habla no empezó aquí, sino en su país, donde estudiar una carrera como la suya es laborioso y muy caro. “Mis padres hicieron un esfuerzo muy grande para que mis hermanos y yo pudiéramos estudiar. En mi caso, además, hubo que hacer un esfuerzo extra, ya que la carrera se encarece mucho por la compra de materiales que se necesitan para las prácticas”. Ese coste añadido, explica Lily, corrió por su cuenta, que pudo solventarlo trabajando como peluquera. “Estudié peluquería porque necesitaba una salida laboral. Con lo que ganaba, compraba lo necesario para mis estudios universitarios. Así pude terminar odontología”.

Acabar una carrera es importante… para volver a empezar. Cualquier joven profesional recién salido de la universidad sabe que ese hito, esa meta, se transforma con rapidez en un nuevo punto de partida. “Yo empecé a trabajar como empleada en una clínica y no me iba mal. Quiero decir, estaba trabajando de lo mío. Pero mi sueño era tener mi propia consulta, y ese es un sueño muy caro. Para llevarlo a cabo, necesitas tener un colchón económico o pedir un préstamo. Yo no tenía tantos ahorros, y no tenía avales como para que me concedieran un préstamo o un crédito bancario”, relata.

“Intenté ahorrar más dinero. Tenía un torno de mesa, con correa, que montaba en el coche familiar para atender a la gente a domicilio. No era mal plan, pero era sacrificado y no ganaba lo suficiente. Hablé entonces con mis padres para pedirles ayuda económica, y mi padre dijo que no. Él me explicó que se había esforzado mucho para que sus cuatro hijos tuviéramos unos estudios, y que de ahí en más, la responsabilidad de salir adelante era nuestra”, recuerda Lily, y añade otro dato crucial: aquella negativa coincidió con los planes migratorios de su novio, que actualmente es su marido.

“Mi cuñado estaba viviendo en Bruselas. Un día viajó aquí por turismo y esto le encantó. Conocía nuestra situación en Bolivia, la típica de una pareja joven, y hablando con mi esposo le preguntó que por qué no nos veníamos a Europa. Nos lo pensamos mucho, ya que tomar una decisión así no es nada fácil, y al final nos decidimos. Viajamos a Euskadi a principios de 2004. Vinimos con la misma idea que muchas otras personas: trabajar un par de años y volver a nuestro país. Pero las cosas cambian sobre la marcha. Cuando emigras sabes a lo que vienes, pero en realidad no estás preparado”, reconoce.

El impacto de un delantal

“Hay que pasar por el momento de verse a uno mismo limpiando casas. Una cosa es imaginarlo y otra muy distinta es vivirlo. Después de haber estudiado mucho para sacarte una carrera, verte con uniforme de mucama y delantal no es plato de buen gusto. Y si, encima, la persona que te emplea te trata mal, te habla mal, no te valora o te grita… lo pasas muy mal. Por muy extrovertido o espabilado que seas, nunca es fácil abrirse a un país tan grande ni encajar tantísimas cosas nuevas. Emigrar te cambia la mentalidad”.

Lily tiene esos inicios muy presentes, aunque reconoce que esa etapa desagradable duró poco. La siguiente casa en la que trabajó era de “una familia encantadora con dos niños preciosos” que siempre la trataron muy bien y que se alegraron cuando consiguió un segundo empleo, como auxiliar en una clínica dental. “Irune, la odontóloga, me abrió las puertas de su consulta y tuvo confianza en mí. A día de hoy trabajo con ella, que me ayudó a regularizar mi situación administrativa, a convalidar mi titulación y a ejercer mi profesión aquí, en un país que no era el mío”, subraya.

“Mi marido empezó repartiendo publicidad, recogiendo pimientos en Urduliz, ayudando en la cocina de un Batzoki, fregando platos, hasta que le ofrecieron un contrato de trabajo y también pudo organizar sus ‘papeles’. A día de hoy, trabaja en una empresa de informática, que es lo suyo. Nos ha ido bien a los dos porque nos esforzamos mucho y no dejamos de intentarlo… pero también porque hubo gente de aquí que creyó en nosotros y nos dio la oportunidad. La confianza, como en todo, es fundamental”.

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