391 | Carlos

De las muchas formas que puede adoptar la añoranza, la comida es una de las más extendidas. Quizá porque está presente en el día a día, en lo más cotidiano y doméstico, la ‘nostalgia gastronómica’ es demasiado constante como para negar su existencia. “Hace algunos años, cuando me vine a vivir aquí, el cambio de país se notaba un montón, y en parte era por eso. Si querías comer algo típico de tu tierra, algo que para ti era habitual antes de emigrar, no lo encontrabas. Eso hacía que te dieras cuenta de lo lejos que estabas de casa”, dice Carlos Carbajal.

Carlos, que se marchó de Colombia en el año 2000 y que vive desde entonces en Euskadi, recuerda muy bien, y con humor, la primera vez que se reencontró con un alimento añorado. “Fue de casualidad, en un supermercado muy grande de Bilbao. Entré a comprar algo y ahí lo vi, mi primer producto latino en el País Vasco. Era un plátano macho. Estaba verde, pero no me importó. ¡Me puse muy contento!”, relata entre risas. Ese fue el día en que la añoranza estomacal le hizo un hueco a la ilusión.

El hallazgo lo cambió todo. No fue de manera inmediata, pero años después le serviría para definir su área de trabajo. “Al principio, como casi todos, no eliges. Trabajas en lo que puedes. Yo soy mecánico industrial de profesión y, antes de venir, trabajaba muy bien en una empresa multinacional. Y pasé de eso a la construcción, que era lo que estaba en auge en ese momento. Un montón de años de mi vida los he dedicado a pegar ladrillos”.

Carlos no es un emigrante económico al uso. Sus motivos para marcharse de Colombia no estaban ligados a la falta de trabajo sino,más bien, a lo contrario. “Tenía un buen empleo y eso se convirtió en un problema. Empecé a recibir amenazas. Fui víctima de las extorsiones y, conmigo, mi familia. Me había casado hacía poco, mi esposa estaba embarazada y recibíamos mensajes pidiendo dinero, pagos puntuales, cosas así”, relata con mucha tristeza.

“Llegó un momento en el que temí realmente por nosotros y decidí que eso no podía continuar -prosigue-. Con mucha pena, tomamos la determinación de emigrar. Esperamos a que naciera nuestra hija y, dos meses después, nos marchamos. Puedo decir que salí de mi país por la violencia, porque aquella no era forma de vivir”.

Bilbao, la ciudad elegida
Carlos llegó directamente a Eibar, donde tenía a una persona conocida. “Ella había emigrado mucho antes y en su familia siempre me repetían que si algún día necesitaba irme de Colombia, que se lo dijera. Yo al principio no hacía mucho caso. En ese entonces me ganaba la vida como ‘manitas’, arreglando cosas, y no tenía los problemas que acabo de explicar. Eso llegó después, con el cambio de trabajo. Y, cuando llegó, me acordé de esta chica”.

Después de tres meses en Eibar, Carlos se mudó a Bilbao, una ciudad en la que encontró “mucho más movimiento y diversidad”, además de una comunidad colombiana un poco más numerosa. “No era un montón de gente, pero sí había algunas familias, y eso nos hacía sentir un poco en casa”, comenta. Para la vida cotidiana, resolver dudas y encontrar trabajo, contar con algunos vínculos era fundamental.

“Empecé en la construcción y allí me mantuve durante muchos años, hasta que llegó la crisis económica y todo se detuvo. Empezó a haber menos trabajo hasta que, al final, no nos pagaban siquiera. En ese momento, comprendí que tenía que buscar otra cosa, una fuente de ingresos distinta, y cogí una tienda de productos latinos en Deusto”, relata. Después de aprender el negocio, consolidarse y sentirse seguro, Carlos decidió ir un paso más allá. Inició su propio negocio de distribución alimentaria y abrió el abanico a los productos africanos. A día de hoy, sirve a varios ultramarinos y locutorios, no solo de Euskadi, sino también de Cantabria y de Burgos.

“La comida es más que algo funcional. Los alimentos son muy importantes en el plano afectivo. Ahora, en muchos supermercados se ven productos de otros países. Yo mismo, entre las cosas que comercializo, tengo alrededor de 3.000 referencias, galletas, harinas, quesos, bebidas, conservas… Cada colectivo tiene lo suyo. Incluso hay grupos de personas de un país que se reúnen para hacer compras colectivas de alimentos. Para mí, eso es muy interesante, además de ser mi medio de vida. Estoy contento con lo que hago y con donde estoy. Llevo una vida normal, mis hijos crecen seguros. Vivimos en paz”.

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