376 | Marcelo

Marcelo Ferrufino pertenece a una familia de joyeros, aunque el tiempo que se dedicó a este oficio fue más por tradición que por gusto. La delicadeza de la orfebrería no es lo suyo, reconoce, al tiempo que celebra los trabajos más activos, los más físicos. “Yo podría haberme dedicado a la joyería y estar ahora mismo detrás de una mesa, trabajando con tranquilidad. Y viviría bien, como otros miembros de mi familia, pero no hubiera sido feliz. Por eso, desde muy joven me he buscado la vida en otros espacios, desde el comercio hasta la construcción. Soy un obrero más, como tantos en el mundo, que va haciendo pequeños cambios para progresar”.

La dinámica de buscar oportunidades y de “trabajar en lo que había” comenzó pronto para él, que fue padre muy joven en Bolivia. Además de salir adelante por sí mismo, tenía una familia en la que pensar. “Mi mujer y yo teníamos un niño y mucha energía, pero la situación de mi país, hace diez años, no era como la de ahora. Hoy tienes crecimiento, actividad, construcción, unos servicios sociales que mejoran. Antes no era así. No había tanto movimiento”, compara.

Ante ese panorama, apostaron por un cambio radical: “Mi mujer decidió emigrar. Eligió Euskadi porque tenía una amiga aquí. En aquel momento había más oportunidades de empleo para las mujeres que para los hombres. Se ofrecía, sobre todo, trabajo doméstico, así que ella tomó la iniciativa. Viajó a Getxo, donde empezó a trabajar como interna. Es una actividad muy dura, pero te soluciona el tema de la vivienda cuando no conoces a nadie y te permite ahorrar. Esto es muy importante porque, cuando emigras, siempre vienes con dinero que no es tuyo. Tienes que devolver lo que te han prestado y, al mismo tiempo, ayudar económicamente a los tuyos”.

Como sucede en la mayoría de los casos, Marcelo se quedó en Bolivia a cargo de su hijo, mientras su esposa daba el primer paso fuera del país. “Las mujeres abren camino”, dice, poniendo el valor la decisión de su esposa. “Al principio, iba a venir solo ella, reunir dinero y volver. Pero, al cabo de un año, decidí venir yo también. Y nos pasó como a muchos, que hacen un plan migratorio de poco tiempo, dos o tres años, pero luego descubren que las cosas no funcionan así. Empecé a trabajar, tuvimos dos niños aquí… Y aunque sigas pensando en volver, ya no es tan fácil. Tus hijos han nacido y crecido en Euskadi, son felices, este es su mundo… No puedes ir contra ellos”, expone.

Pero no solo son los hijos quienes marcan las decisiones. También es el crecimiento personal. Aunque Marcelo piensa con frecuencia en su tierra y en su madre, reconoce que el cambio de país le ha permitido crecer como persona, reflexionar sobre cuestiones que antes no advertía y aprender nuevas habilidades, que está deseoso de poner en práctica donde más se pueden necesitar. No se refiere a su trabajo -es jardinero desde hace años-, sino a las actividades sociales que desarrolla en su tiempo libre.

Más que folclore

“Formo parte de una asociación de bolivianos que se preocupa por impulsar cosas nuevas. Por supuesto, promovemos muchas actividades culturales, ya que eso es muy importante y forma parte de la identidad. Pero Bolivia es mucho más que folclore. La danza está muy bien, siempre y cuando se atiendan otras necesidades. Nosotros también abordamos problemas serios de nuestro colectivo, aspectos que afectan a lo laboral y lo familiar”.

“Hombres y mujeres hemos hecho varios talleres para abordar el asunto del maltrato, de la violencia machista. Esto es algo muy importante y muy necesario, del mismo modo que es clave aprender a organizar una celebración o un acto cultural de la mejor manera. Yo no tenía ni idea de cómo se lleva adelante un evento cultural, y eso que nací en Oruro, la capital del folclore de Bolivia -reconoce-. Siempre pienso que estas cosas serían de gran utilidad en mi país y fantaseo con trasladar lo que he aprendido porque allí hay iniciativas, pero son pocas y se pueden mejorar”.

De los diez años que lleva viviendo en Vizcaya, Marcelo destaca que aquí ha podido desarrollar su proyecto familiar y laboral. “Soy inquieto. En Bolivia cambiaba mucho de actividad, de empleo; buscaba siempre progresar un poquito más, hacer algo nuevo, aprender. Aquí el marcado laboral es diferente y aprendí a mantenerme en un mismo empleo durante muchos años”, dice, y apunta que en esta década no solo él ha cambiado.

“En mi país las cosas van mejor. Ahora hay gente de aquí que migra para allí, desde parejas mixtas hasta profesionales, jugadores de fútbol o gente de la construcción. Y también van hosteleros. Hace tres años estuve allí de visita, para celebrar el 65 cumpleaños de mi madre, y me sorprendió encontrar en Cochabamba un bar español, con tortilla de patatas. Eso, antes, no existía”.

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