Todo proyecto migratorio se apoya en una convicción inicial: salir del país es mejor que quedarse. La convicción es genuina, lo suficientemente profunda como para emprender toda clase de viajes, hasta los más arriesgados. En la mayoría de los casos, la búsqueda es personal: conseguir trabajo, reunir dinero, estudiar, consolidar una pareja, huir de la inseguridad, alejarse de un conflicto o dejar atrás problemas que no se pueden resolver quedándose.
Motivos migratorios hay muchos, aunque casi siempre son individuales con alcance familiar. Se ‘sacrifica’ uno por sí mismo y por los suyos, pero no por los demás. No obstante, hay matices y excepciones. No todo es sacrificio ni todo es individualismo. También hay hueco para la ilusión. En ciertos casos, los proyectos migratorios persiguen el progreso colectivo, tienen por objetivo mejorar las condiciones de una comunidad, de sus jóvenes, sus mayores y de las generaciones que vendrán.
Este es el caso de Ricardo López Robles, un ingeniero mexicano que, como muchos otros extranjeros, vino a Euskadi con la idea de formarse y regresar. Lleva aquí siete años y está “encantado” con la gente, la cultura, su trabajo y la ciudad, pero mantiene su determinación de volver una vez que termine el doctorado. Mientras, se ocupa de tender puentes comerciales y empresariales entre Euskadi y Zacatecas, la ciudad a la que quiere devolver sus logros transformados en oportunidades… para otros.
“Yo soy un privilegiado -reconoce-. Pude estudiar y pude hacer la carrera que quería. Mi madre, desde pequeño, me inculcó que si eres afortunado, si has tenido más oportunidades que otras personas, debes preocuparte por los demás, por tu comunidad; debes pensar cómo devolver a tu ciudad esos beneficios que has recibido -expone-. Cuando terminé la carrera, me ofrecieron trabajo fuera del país. Tenía ante mí dos opciones: viajar a Perú o ir Estados Unidos. La oferta estadounidense era más atractiva desde el punto de vista económico, pero yo elegí marcharme a Perú”.
La explicación es sencilla: “Escogí lo que me parecía más demandante, la experiencia que me pudiera exigir un punto más alto de compromiso. Yo buscaba crear vínculos para mi región, acuerdos beneficiosos, y las empresas estadounidenses no son buenas para eso; no tienen un compromiso social, solo ven la cuenta de explotación. Existía más potencial en América Latina, donde sí se pueden estrechar lazos”. Con esta idea, Ricardo viajó a Lima como consultor, contratado por una empresa minera para generar un cambio de organización; “un tipo de proyecto que no se resuelve en las oficinas”, apunta.
Así, trabajó durante un año en una mina que estaba a 4.700 metros sobre el nivel del mar. “El aeropuerto más cercano estaba a tres horas en coche, por caminos de montaña, y el ordenador a veces no encendía por la falta de oxígeno que hay a esa altura”, describe. La vivencia sí cumplió con sus expectativas de exigencia -“fue muy intensa”-, y le arrojó una enorme lección. “Ahí me di cuenta de que me faltaba aprender mucho para poder aportar valor y promover el desarrollo regional”.
Bilbao: un caso de éxito
Todavía en Perú, Ricardo empezó a investigar sobre procesos de reconversión. “Busqué casos de éxito de ciudades y sociedades, y me encontré con Bilbao y su transformación, con su paso de ciudad gris e industrial a enclave tecnológico y cultural. Me pareció increíble y fascinante… sobre todo cuando descubrí que a mi ciudad, Zacatecas, la fundaron tres vascos en 1546. Hay un vínculo histórico y cultural. Mi ciudad supo ser estratégica y luego perdió su fuerza. Los vascos, en cambio, han sabido reinventarse. Quise venir para aprender cómo lo habían hecho y para incorporar esos nuevos matices en el ADN de mi sociedad”.
Se apuntó a un máster europeo en Gestión de Proyectos, en la UPV, hizo las maletas y vino a Bilbao, decidido a aprender cuanto pudiera. A los pocos meses de empezar, le ofrecieron trabajo en el Automotive Intelligence Center (AIC). “En paralelo, la universidad me ofreció hacer mi tesis doctoral. Y a ambas cosas dije que sí”, explica Ricardo, que actualmente es gerente de proyecto en la empresa y está preparando su tesis. “Acepté porque es una oportunidad única de completar mi formación y, al mismo tiempo, tender puentes”.
“En estos años, he viajado a México para dar charlas, he traído a jóvenes para que se formaran en empresas vascas y regresaran allí, y he contado con el apoyo del lugar donde trabajo, un sector que se distingue por su internacionalidad, por pensar de manera global. Cuando regrese a mi país, tendré la ventaja de conocer ambos modelos y podré ayudar a ensamblarlos. La idea es abrir camino para las empresas de aquí y promover, al mismo tiempo, el desarrollo del lugar en que se instalen. Busco un modelo productivo para todos”.