372 | Maarten

Le gusta la lluvia. Podría decirse que tiene un valor estético para él, que disfruta de pasear por la ciudad cuando sus calles están mojadas. “Bilbao luce muy bien cuando llueve. Las aceras húmedas, el reflejo de las farolas en el agua, los tonos grises y verdes… tienen muchísimo encanto”, describe el belga Maarten Volckaert, que está “encantado” con la ciudad. “En días así, Bilbao me recuerda a mi tierra. La lluvia me hace sentir en casa”, asegura. Para él, que además de extranjero es diseñador gráfico, la paleta de colores de Euskadi es sugerente y evocadora.

“Parece algo sin importancia, pero el clima puede generar cercanía. Yo soy de Pinte, un pueblo pequeño que está cerca de Gante, la capital de Flandes. Está al norte de Bélgica y el clima es muy similar al del País Vasco. Le restas cinco grados a la temperatura de aquí y ¡listo!, ya lo tienes. Porque llover… llueve igual”, explica con humor. “Bueno, también hay que decir que el aeropuerto genera una cercanía real. Existe un vuelo directo entre Bilbao y Bruselas que me permite ver a mi familia a menudo, tanto allí como aquí”, añade, con tono práctico.

Pero no solo el clima o la proximidad con Bélgica es lo que a Maarten le gusta de Euskadi. Si algo destaca de aquí es el factor humano. “La oferta cultural está muy vinculada a la vida social. Los lazos entre la gente son más estrechos que en mi país, para bien y para mal. Quiero decir, conoces a tus vecinos y unos se interesan por los otros, de modo que hay mayor control social. A su vez, hay mucho más disfrute. La integración, por ejemplo, es estupenda. En mi caso ha sido muy fluida y natural. Por supuesto, soy consciente de que la aceptación depende mucho del país del que uno venga; me consideran ‘guiri’, no inmigrante, si bien también hay una parte que tiene que ver con lo personal, con lo sociable que sea uno”, matiza.

Al igual que muchos otros extranjeros, a Maarten le tocó adaptarse a un entorno y un idioma diferentes. “No hablaba nada de castellano cuando llegué”, reconoce. En cambio, sí tenía experiencia en esto de ser el diferente y ‘el nuevo’. “Cuando tenía dieciocho años, me marché del pueblo a la ciudad. Luego, de allí a la capital. Y, después, me marché a Irlanda. Viví allí durante un año, aunque el país no terminaba de convencerme, ya que culturalmente, en el ámbito del diseño, no ofrecía demasiado en ese entonces”.

Lo que sí le ofreció Irlanda fue un mapa en el que aparecía Durango, su siguiente destino, el primero en Euskadi. “Conocí a una chica que era de allí -cuenta-. La relación no continuó, pero yo me quedé a vivir. Estaba encantado. Empecé a trabajar en un bar, y eso me ayudó a aprender rápidamente el idioma. Después, seguí con el diseño, tanto gráfico como de interiores. Trabajé por mi cuenta, como freelance, en estudios… Hace poco me asocié con unos chicos de aquí y creamos una agencia de comunicación especializada en hostelería y gastronomía. Pero, antes de llegar a esta etapa, he hecho de todo”, dice, y saca cuentas: “Hace casi 13 años que vivo en Euskadi”.

Toscos, pero honestos

“Como te decía antes, en mi caso las cosas se dieron con mucha fluidez. Lo que ocurre es que nunca he estado quieto. ¿Que lo primero era buscar trabajo? Busqué trabajo. ¿Que después había que aprender castellano? Aprendí castellano. Y así con todo. Siempre he estado dando pasos, siempre hacia adelante. Tal vez por eso nunca me he sentido estancado o con nostalgia. Soy activo y siempre estoy haciendo cosas. Además, cuando llegué a Durango, había muy poquitos extranjeros y ningún belga. Eso fomentó que me relacionara con las personas de aquí en lugar de refugiarme en la colectividad de mi país”, analiza.

De hecho, Maarten está muy contento de que las cosas se hayan dado así, porque aprecia -y mucho- el carácter de los vascos. “No tienen dobleces -señala-. Te dicen las cosas tal como son, como las sienten, ya sea buenas o no. Es verdad que pueden ser toscos, un poco brutos, pero son muy honestos. Esto es algo importantísimo, sobre todo cuando recién llegas y no controlas el idioma, los matices, si hay suspicacias o no. Eso es de agradecer porque no tienes que estar descifrando nada”, comenta.

“Y en el trabajo es igual. Me gusta mucho la manera que tienen de trabajar, de hacer negocios, porque van al grano, son claros y, si hay algún problema, es muy fácil saber dónde está. Son eficaces trabajando”, opina Maarten. “Obviamente, hay que moverse mucho para ganarse la vida como diseñador. Nunca falta quien te dice ‘mi sobrino también tiene photoshop’. Pero, a pesar de ello, la gente aprecia el mundo del diseño. Algunos barrios, como Bilbao La Vieja, son lugares perfectos para los jóvenes creativos”.

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