“Cuando era pequeñita, iba siempre con mi abuela. Éramos de las primeras en llegar. Nos levantábamos temprano y buscábamos juntas un buen lugar entre las gradas. Entonces esperábamos a que llegaran mis padres y el resto de la familia. Para mí, era un momento muy especial. Era un día largo, porque los bailes duraban unas veinte horas en total, y yo lo vivía como algo mágico, lleno de color, alegría, música y emoción. Empecé a disfrutarlo siendo niña. Y ahora, que han pasado los años, sigo esperándolo con la misma ilusión. Este es un mes maravilloso en mi tierra. En Bolivia, febrero significa carnaval”.
Las palabras pertenecen a Melvy Núñez, una joven boliviana que reside en Bilbao desde hace años y que, a pesar de la distancia y el tiempo que lleva en Euskadi, mantiene vivos los lazos con Oruro, su ciudad. “Yo llegué al País Vasco cuando tenía quince años -explica-. Mi padre vino a hacer un doctorado y nos trajo a mi madre, a mis hermanas y a mí. Quería que estudiáramos aquí. Terminé el bachillerato, luego hice una FP de diagnóstico de laboratorio clínico y, después, me metí en Farmacia, aunque lo dejé. Cambié radicalmente de área. Me apunté en Turismo y este año ya termino la carrera”, sintetiza.
Durante los trece años que lleva aquí, Melvy ha viajado varias veces a Bolivia. Casi siempre escoge febrero, para no perderse el carnaval. En ocasiones, lo disfruta “desde el graderío”, como cuando iba con su abuela, pero otras veces lo vive a pie de calle, como en 2009, cuando se dio el gusto de bailar por primera vez al compás de otras treinta mil personas. “La sensación es indescriptible. Los preparativos, los trajes bordados a mano, ir a la peluquería en la víspera, a las tres de la mañana, bailar durante cinco horas seguidas, homenajear a la virgen… Cuando lo intento explicar, me quedo sin palabras suficientes”.
Algo parecido le sucede cuando quiere explicar la tristeza que siente cuando no puede asistir. “Más de una vez he visto la retransmisión por internet y muchas veces he llorado delante del ordenador, con pena de no estar allí. El carnaval, además de ser una fiesta y una celebración popular, tiene raíces religiosas. Se honra a la Virgen del Socavón, de la que soy muy devota. Cuando voy, me siento agradecida por poder estar allí. Cuando no, siento tristeza”, describe, consciente de que “no siempre se entiende el sentimiento”. La experiencia, en su faceta más religiosa, podría compararse a los pasos de Semana Santa que se realizan aquí.
Se trata, en todo caso, de una actividad y un sentir colectivos que insumen mucho tiempo, energía y dedicación. El carnaval de Oruro está reconocido por la UNESCO como una Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. “Se trata de una de las manifestaciones más grandes de arte popular y cultura andina”, apunta Melvy, que se ha propuesto seriamente dar a conocer la riqueza cultural de su país. Y no está sola en ese empeño.
Carnaval, también en Euskadi
A partir de hoy se aproximan días de mucha actividad y trabajo para la colectividad boliviana de Euskadi. Durante esta semana y la siguiente, diversos grupos y asociaciones celebrarán el carnaval aquí. “Obviamente, no es lo mismo. No es posible reproducir una celebración con esa magnitud, pero intentaremos hacerlo del modo más parecido y fiel al original”, señala Melvy. Tanto ella, como decenas de compañeros suyos de Fedebol (la Federación de Bolivianos en el País Vasco), ensayan desde noviembre, todas las semanas.
“El próximo viernes elegiremos a la reina del carnaval. Puede decirse que ese es el punto de partida de esta fiesta. Después, el sábado 14 nos presentaremos en Barakaldo, a las seis de la tarde. Y el sábado 21, en Zorrotza”, enumera. Entre tanto, ultiman todos los detalles de coreografía y vestuario. “Muchos trajes los traemos de allí. Son artesanales, y su confección es muy laboriosa. Cada año, los distintos grupos escogen un tema, como el cóndor, las hormigas o la virgencita, que se lleva a la vestimenta. Los temas siempre proceden de los mitos, las leyendas y la religión”, explica.
Y es que el carnaval boliviano, más allá de su carácter festivo, tiene un marcado componente histórico, ancestral y cultural. “Para nosotros, como colectivo, es importantísimo dar a conocer este trocito tan singular de nuestro país. Nos parece fundamental compartir con los demás, sean vascos o de otras partes del mundo, una de las actividades colectivas más creativas de nuestra tierra. Si alguien tiene la oportunidad de ir a Oruro, que vaya. Cada vez hay más visitantes de fuera, de Asia y Europa, que se acercan… y no son pocos los que repiten y se animan a bailar”.