344 | Tarek

La llegada de una carta cambió el curso de su vida, aunque no de la manera que esperaba el remitente. En Argelia, en los recién estrenados años noventa, recibir un sobre oficial solo podía significar una cosa: la obligación casi inmediata de enrolarse en el ejército. “La mili se hacía a los veinte años, pero la situación estaba tan mal que empezaron a alistar a chavales más jóvenes. A mí me escribieron cuando tenía dieciocho años”, recuerda Tarek Kherroubi Aoues, un argelino que lleva muchos años en Bilbao y al que todo el mundo conoce como Karim.

“Eso del nombre… es un lío. Mi madre siempre me llamó Karim de manera cotidiana, desde pequeño, y ese fue el apodo que me quedó, aunque mi nombre real es Tarek. En el trabajo, ahora, a veces ocurre que llaman por teléfono, unos se refieren a mí por el apodo, otros por el nombre… y no se ponen de acuerdo sobre quién están hablando hasta que alguno dice ‘¿Quién va a ser? ¡el moro!’ Es gracioso, pero es un lío, así que hagamos las cosas bien: llámame Tarek”, propone, divertido. Sabe que esa expresión -“el moro”- no es despectiva en su caso.

“Lo tengo clarísimo -añade-. Me siento muy integrado en Euskadi desde que llegué, y eso ocurrió hace mucho”. 23 años, para ser exactos. “Como te contaba -reanuda-, la carta de la mili lo cambió todo. Yo estaba estudiando, cursaba mi primer año en la universidad, y me acuerdo que mi padre se opuso rotundamente a que me alistara. Éramos humildes, pero lo consiguió: compró un billete de avión y me sacó del país, rumbo a Europa”. Su primer destino, de hecho, fue Francia, donde tenía algún familiar y, además, controlaba mejor el idioma.

Sin embargo, no se adaptó y decidió venir a Bilbao. “No fue una casualidad: cuando era pequeño, había una señora vasca que me cuidaba allí, en Argel. Y al marcharme del país, una de sus hijas me dijo ‘vete a Euskadi’. Por eso lo tenía en mente. Por eso vine, haciéndole caso. La verdad es que tenía razón. Mira que, por el trabajo, he vivido en otras ciudades, incluso en otros países. Pero no hay nada como esto. Llegué cuando la ría era marrón, cuando había muchas fábricas… y aun así me gustó. Hoy repaso estos años y me siento muy feliz y orgulloso. Sobre todo, cuando comprendo cómo empecé y cómo estoy ahora”.

Ese “ahora” al que se refiere Tarek se despliega en diferentes direcciones. Incluye a su mujer, que es de aquí, con la que lleva casado muchos años. Incluye a su hija, que este año ha comenzado a estudiar Enfermería y le hace sentir que todos los esfuerzos han valido la pena. E incluye también al trabajo, a los empleos que ha tenido y, en especial, al más reciente, en el puerto. Tarek es autónomo, mueve contenedores en Santurtzi y, además, es miembro de la unión de los Transportistas del Puerto de Bilbao (ATAP), una asociación que se creó en mayo de este año y que reúne a más del 85% de los transportistas que trabajan allí y que, como él, son autónomos.

Aprender lo que haga falta

“Mira… he tenido muchos trabajos desde que llegué. Creo que la necesidad te empuja a espabilar y a trabajar de lo que haga falta. Si salía una vacante de soldador, yo me animaba y aprendía a soldar. Si salía algo en una fábrica, o en la hostelería, lo mismo. Pero donde más he trabajado ha sido en la obra. Dediqué muchos años a la construcción, hasta que reventó la burbuja y empezó la crisis. En ese momento, me quedé sin curro, como mucha gente. Cobraba el paro, sí, pero eso se iba a terminar. Y yo le daba vueltas y vueltas a eso. No dejaba de preguntarme ‘qué voy a hacer, a mi edad sin empleo y con una familia’. Esa experiencia es terrible. Cualquiera que la haya vivido lo sabe”.

Pero Tarek consiguió sobreponerse al embate. “Se lo debo a mi mujer, que es la hostia -dice, con tono de admiración-. Un día vino y me dijo: ‘Tienes que reciclarte. Aprende algo nuevo. Sácate el carné’. Y le hice caso. Antes de agotar el paro, me apunté a una autoescuela, saqué el carné para conducir remolques de dos ejes y, luego, con trailer. En ese momento, surgió lo del puerto, gracias a dos amigos que trabajaban allí y que, realmente, son como hermanos. Practiqué con sus camiones, me ayudaron mucho y siempre les estaré agradecido”, reconoce hoy, que ya lleva tres años moviendo contenedores con su trailer en el puerto.

“Cuando necesitas trabajar, aprendes lo que haga falta -insiste-. Pero, además, debo decir que estoy encantado con mi trabajo. Me gusta lo que hago, me gusta el ambiente, me llevo bien con mis compañeros. Obviamente, en todos los sitios hay gente para todos los gustos y nunca falta alguien que te vacile, aunque conmigo siempre ha sido la excepción. Creo que me ha ayudado mucho el no arrodillarme jamás, ni trabajar por menos, solo por ser extranjero. Y, sin duda, me ha ayudado que mi pareja sea de aquí. De alguna manera, eso se percibe como una señal clara de que te has integrado”.

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