343 | Jaime

Lo primero que vio de Bilbao fue la estación de Termibús. Allí lo esperaba un amigo, colombiano como él, que se había venido a Euskadi solo un par de semanas antes. “Fue en diciembre de 2001, el último año en que podíamos viajar sin visado. Mi amigo tomó la decisión de venir porque su hermano vivía aquí. Él quería probar suerte y me sugirió intentarlo también”. Para él, que en ese entonces atravesaba un momento complicado, la invitación fue una especie de ‘ahora o nunca’. Lo meditó. Evaluó la idea. Y aceptó. El 23 de diciembre de ese año, apurando al máximo el calendario, su avión aterrizó en Barajas.

No fue una decisión sencilla. “La primera Navidad fue muy triste porque dejé tres hijos en Colombia”, recuerda Jaime Giraldo, que, sin embargo, hoy siente que atinó con el cambio. “Fue muy duro para todos, pero ha merecido la pena. En mi país yo trabajaba para una multinacional del café. Trabajaba bien y me gustaba el empleo, hasta que vendieron la compañía y empezaron los cambios. Redujeron personal, me ofrecieron un traslado de ciudad… Yo justo estaba terminando la carrera, y decidí dar prioridad a mis estudios”. Se graduó en Administración de Empresas. Y se convirtió en un licenciado sin empleo.

Ante este panorama, el ofrecimiento de su amigo se presentó como un balón de oxígeno. Por eso aceptó. “Contactamos con una empresa de limpieza y, pocos días después, empezamos a trabajar. Fue el 2 de enero, justo después de las fiestas. El dueño de la empresa se portó muy bien con nosotros; quería tener todo en regla y enseguida se preocupó por hacernos los papeles. Hicimos los trámites, presentamos el contrato de trabajo… todo. Pero aquello tardó años”. Cinco largos años en los que Jaime logró afianzarse y establecerse, pero sin derecho a algo tan simple como volver a su país.

“Si volvía, lo perdía todo. Así que pasé esos años en oficinas, presentando papeles y trabajando mucho, pero sin ver a mis hijos”, recuerda. Curiosamente, no fue la vía ordinaria, sino una excepcional, la que le permitió obtener -“por fin”- su permiso de trabajo y residencia. “Fue la ley de regularización de Zapatero. Mi abogado me dijo que sería más rápido intentarlo por ese camino que por el tradicional, y así fue. Gracias a esa ley, obtuve mi documentación y volví a ver a mis niños”.

Mientras la Administración seguía su curso, Jaime se centró en trabajar. “Tenía que currar muchas horas para reunir un buen sueldo”, cuenta y ofrece algunos detalles: “estaba en la empresa de limpieza y a eso le sumé un empleo de verano, como ayudante de cocina. En el restaurante veían que trabajaba bien, así que fui avanzando y me pasaron al comedor, como camarero. Los fines de semana también trabajaba, en un centro comercial. Como te digo, había venido a eso”.

Avanzar, siempre

Con el tiempo, llegaron los ‘papeles’ y, también, empezó a conocer más gente. Así le llegó una oferta laboral muy buena, regentando el restaurante de un amigo, y así decidió asociarse y lanzarse por su cuenta con una tienda de alimentación y un locutorio. “Con el tiempo, mi socia y yo decidimos seguir caminos separados, así que ella siguió con la tienda y yo me quedé con el locutorio, donde trabajo desde hace seis años”. Administra su propia empresa y, además, conoce de cerca las historias de decenas de personas que, al igual que él, vinieron a labrarse un futuro.

“Es impresionante porque, aun con la crisis, la gente sigue buscándose la vida y ahorrando para ayudar a sus familiares que están lejos. Quizá no envíen tanto dinero como antes, pero siguen haciendo el esfuerzo. No se pueden permitir dejar de hacerlo”, relata. Sin embargo, “a veces se pierde de vista el sacrificio de la gente honrada y solo se ve lo negativo”, lamenta. “De Colombia solo se piensa en el narcotráfico y la guerrilla. Yo nunca vi cocaína en mi vida, nunca vi a un guerrillero. Solo por la tele. Pero esas, lamentablemente son las imágenes que marcan a un país. Y siempre marcan por lo malo. Siempre por la cocaína, no por el café”, reflexiona.

“Por supuesto que allí hay mucho para mejorar. Yo he vuelto varias veces y duele lo que ves, lo que sucede, la inseguridad. Duele que sea tan diferente al País Vasco. Bilbao es una ciudad encantadora, es muy tranquila y la gente es educada y respetuosa. En estos años, han venido mis hermanos, mi familia, y todos hemos podido emprender negocio. Todos tuvimos la oportunidad de trabajar y salir adelante -reconoce, agradecido-. Me gustaría que mi tierra también siguiera el mismo camino, pero sin desconocer las cosas buenas que ya hay y que nunca se difunden. Nunca se cuentan las buenas historias”.

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