Se llama Virgil Lagara y su vida está marcada por el agua. En concreto, por un deporte de agua que practica desde la infancia: el remo. Fue esta actividad la que le sacó de su casa cuando tenía quince años para entrenar con la delegación de su país. Fue este deporte el que le llevó hasta una competición internacional en Bélgica, de la que volvió convertido en campeón del mundo. Y fue el remo lo que le hizo viajar de Rumanía a Vigo para unirse al equipo del Meira. “Llegué con veinte años y viví allí los siguientes trece, entre Vigo y Pontevedra”, cuenta con un marcado acento gallego. Ahora, desde hace un año, reside en San Sebastián.
“El remo me ha dado muchas cosas positivas -subraya-. Además de viajar y de las satisfacciones deportivas, me ha inculcado mucha disciplina. La cultura del esfuerzo y la constancia me ha servido para todo en la vida”, dice, consciente de que su perfil no responde a los estereotipos. “Existen muchos prejuicios sobre los inmigrantes rumanos, pero es importante destacar que las generalizaciones son malas y hacen daño. Mis amigos de Rumanía y yo mismo nos hemos integrado muy bien. Trabajamos aquí, tenemos parejas de aquí, incluso hemos tenido hijos aquí”, indica Virgil, que tiene dos pequeños en Galicia, de siete y ocho años.
“Mis hijos viven con su madre, pues ya no estamos juntos, pero voy a menudo a verlos y la relación es muy buena”, detalla para ilustrar “lo normal”. Cada viaje le insume más de seis horas en la carretera, aunque él considera que no es mucho. “’Mucho’ es ir a Rumanía conduciendo, como cuando fui con mi hermano en moto. Tardas tres días. Galicia, en comparación, está cerca”, dice con optimismo. Su buen humor es otro rasgo que le ha ayudado a salir adelante en la vida.
“Yo vine a un club de remo, como te decía antes. Pero luego me quedé y formé una familia. Cuando eres inmigrante no tienes a mamá y papá que te ayuden. Nadie te regala nada y nadie te paga el alquiler, así que debes hacerlo tú todo. Por supuesto que es difícil, pero si te lo propones, lo consigues”, indica Virgil que, pese a ser un atleta de élite, no tuvo reparos en trabajar “de lo que hubiera”. Desde vigilante en una empresa de seguridad y soldador, hasta montador de andamios y pintor naval en el astillero de Moaña: se embarcó en todas las ofertas. Y, también, en una aventura: cumplir el sueño de ser bombero.
“Cuando competía y mis hijos eran muy pequeños, esas eran mis prioridades. Trabajaba once horas en el astillero, entrenaba todos los días y estaba con los peques. No tenía tiempo para nada más. Ahora tengo más tiempo que antes. No compito ni trabajo tantísimas horas, así que puedo permitirme hacer el intento. Preparo las oposiciones y entreno, pero con calma”, dice Virgil, que tiene muy presente su edad.
Los mismos callos
“Tengo 34 años y me encuentro muy bien porque nunca he dejado de hacer deporte. Pero, como me dijeron una vez, ‘antes de los cuarenta años tienes que hacer algo con tu vida; si no, es muy difícil que lo hagas después’. Me parece un buen consejo e intento ponerlo en práctica. Mucha gente me dice las pruebas para ser bombero son muy duras, que las oposiciones son exigentes, que es muy difícil… Y yo estoy de acuerdo: son pruebas duras, sí, pero no imposibles. Nada es imposible cuando te esfuerzas para conseguirlo. Solo tienes que estar dispuesto a hacer los sacrificios”, opina.
Y prosigue con un recuerdo lejano. “Me decían cosas parecidas cuando empecé a competir con el remo. Obviamente, era duro. Obviamente, costaba. Había que renunciar a otras cosas. Mientras mis amigos salían de fiesta, yo entrenaba. Pero lo hice y conseguí cosas muy buenas. Acabé campeón del mundo junior en 1997. Es decir que no era una meta inalcanzable. Se podía lograr. Y eso, además, me abrió las puertas de otros lugares. Me dio nuevas oportunidades”. También le ayudó a despertar simpatías, puesto que el remo es un deporte bien anclado en la cultura vasca.
“Las modalidades son diferentes -precisa-. El remo, en Rumanía, es más técnico y más veloz. La modalidad es de banco móvil, las embarcaciones son más estrechas y cuesta más mantener el equilibrio. Aquí, la modalidad es de banco fijo. Es un deporte más recio, más físico, y también inciden las olas del mar. El remo es mucho más tradicional. Son técnicas distintas, si bien nos podemos adaptar. Al final, unos y otros tenemos los mismos callos en las manos”.