Nueva York es una de las ciudades más conocidas del mundo. Basta nombrar un par de calles o edificios para que cualquier lector piense en ella. La estatua de la Libertad, Wall Street, la Quinta Avenida o el gigantesco Central Park son solo algunos ejemplos. Escenario de inolvidables películas, de canciones y de exitosas series de televisión, la ‘ciudad que nunca duerme’ se asocia con la actividad incesante, el comercio, las finanzas, la moda y el glamour. Quizá por ello -y porque no son pocos quienes sueñan con visitarla al menos una vez en la vida-, cuando Brian Russak dice que es de allí, la gente no tarda en preguntarle por qué se ha mudado aquí.
“Me lo preguntan casi a diario”, reconoce divertido, así que no le extrañan la curiosidad ni la insistencia. ¿Qué hace un neoyorquino en Bilbao? La respuesta tiene más de veinte años y es una mezcla de casualidad, amor, San Francisco y Zaldibar. Sí, Zaldibar, el pueblo de su marido, Endika. “Cuando terminé mis estudios, en 1993, me mudé a San Francisco, en la costa del Pacífico. Y allí, por esas cosas del azar, conocí a Endika, que había viajado de Euskadi a Estados Unidos para hacer un master. Fue un flechazo -confiesa-. Desde entonces, estamos juntos”.
Su primera visita al País Vasco fue ese año, cuando las líneas del metro solo estaban sobre un papel y el edificio del Guggenheim era aún una maqueta futurista en el seno del Museo de Bellas Artes. Aquello le impresionó. No se esperaba un “entorno tan maravilloso” ni una “apuesta tan ambiciosa” para mejorar una ciudad. “Como te podrás imaginar, viniendo del país que vengo, yo no tenía ni idea de Euskadi, mucho menos de un pueblito tan pequeño como el de Endika. Recuerdo que él me hablaba de Bilbao para darme una referencia urbana un poco más conocida y que yo solo podía asociarlo con el Hobbit, por Bilbo Bolsón”.
La pareja regresó a Vizcaya en 1997; en esa ocasión, por más tiempo. “Habíamos vivido en Estados Unidos y decidimos radicarnos una temporada aquí -cuenta-. Estuvimos tres años, hasta que me entró el gusanillo profesional”, señala Brian, que en aquel entonces trabajaba como organizador de eventos y relacionista público, aunque era -y es- un periodista especializado en el mundo de la moda. “En el año 2000 sentí la necesidad de regresar a Nueva York. En ese momento, tenía treinta años y quería dedicarle más tiempo a mi profesión”. Él y su chico cruzaron nuevamente el Atlántico.
Entre el vértigo y la tranquilidad
Tras ocho años de vida compartida en Nueva York, Brian y Endika decidieron volver a Bilbao; esta vez, para quedarse. “Los dos hemos tenido ‘etapas’ y por eso hemos vivido en diferentes lugares del mundo. La experiencia en mi ciudad estuvo muy bien. Nueva York nunca decepciona y es muy estimulante, pero también desgasta muchísimo. Es un lugar tan grande, tan bestia, que cuando sales de casa por la mañana vas preparado para la guerra”, ilustra con humor. “Necesitábamos algo más tranquilo, una ciudad que pudiéramos abarcar y en la que tuviéramos la posibilidad de quedar con nuestros amigos también entre semana, algo que allí es impensable”, añade un tanto más serio.
“Mientras vivíamos en mi país, viajamos aquí varias veces, ya que la familia de Endika estaba en Euskadi. En uno de esos viajes, en 2005, nos casamos; la boda fue en Sopelana. Nuestra decisión de afincarnos en el País Vasco coincidió con el comienzo de la crisis”, explica, aunque añade que esa coyuntura les sirvió para reinventarse. “En un viaje a Londres descubrimos una franquicia de heladerías y cafeterías. Nos pareció una propuesta muy chula y decidimos traerla a Bilbao. Abrimos el negocio hace dos años, junto al Museo Guggenheim, que ahora es una realidad. ¡La verdad es que estoy encantado!”.
Lo cuenta con entusiasmo y con la tranquilidad que da haber acertado con un gran cambio de vida. “Yo estoy fascinado con Bilbao. Me encanta la ciudad, la calidad de vida que tiene, la gente… Es una ciudad muy cómoda, todo está a mano, el entorno es estupendo y es una gran base para viajar a otros lugares. Y qué te voy a decir de la gastronomía, si yo aprendí a comer pescado aquí. Es más, muchas especies de pescado las conocí en Euskadi, en castellano, y tuve que aprender después cómo se llamaban en inglés”, cuenta.
Como esas, tiene “millones de historias divertidas”, sobre todo, para sus amigos vascos, que ya se han acostumbrado a verlo pelando gambas con cuchillo y tenedor. “Bueno… todavía soy estadounidense… Pero, fíjate que abrir un negocio aquí ha sido muy importante a nivel personal para mí, ya que me ha permitido formar parte de la economía real de la ciudad, sentirme más bilbaíno todavía. Y es que Brian lo tiene muy claro: “Los bilbaínos nacemos donde queremos, incluso en Nueva York”.