“Pero, ¿qué está pasando en tu país?” Esta es una de las preguntas que le hacen con más frecuencia a Carolina Mistela cuando se enteran de que es venezolana. “Desde fuera existe una percepción de país fracturado, polarizado. Solo se habla de la división. A la televisión le gustan mucho los datos concisos y, en los relatos que se hacen, se utilizan los más sencillos. Se habla del antagonismo, del enfrentamiento social, de dos mitades… Y eso es una simplificación muy burda de la situación, porque en esa narración se excluyen datos más complejos e infinidad de factores que están ahí, ejerciendo fuerzas en unas y otras direcciones”.
No hace falta aclarar que Carolina tiene -y defiende- un pensamiento crítico sobre los movimientos sociales. “En América Latina somos muy políticos”, sostiene. “Yo no puedo ser indiferente al modo en que se aborda y se cuenta al mundo la coyuntura de mi país. Si eres venezolano y enciendes la televisión, lo que ves puede cuadrarte o no dependiendo de dónde procedas. A mí, que soy de origen humilde, que me crié en una barriada de Caracas, no me cuadra nada”, añade. Su incredulidad es similar a la que experimentan muchas personas cuando les dice que es de Venezuela.
“Mi piel es morena, me hago rastas en el pelo, soy afrodescendiente… Lo primero que piensa cualquiera al verme es que soy dominicana o cubana. Y tiene sentido, porque soy caribeña: mi país está en el Caribe. Lo que pasa es que, en el imaginario colectivo, la mujer venezolana es otra cosa. Hasta que empezó la revolución bolivariana, mi país era la tierra de las telenovelas, el hogar de las ‘misses’, las mujeres guapas y la cirugía plástica. Ahora todo son expertos analizando cifras macroeconómicas y decisiones políticas”, resume con ironía.
“El problema -prosigue- es que nadie te cuenta la diferencia que hay entre las posturas ideológicas y las propuestas reales. Una cosa es el ideario y, otra muy distinta, lo que quieres para tu día a día. Más aún, lo que no quieres en tu vida cotidiana. La gente no quiere violencia. En mi país no tenemos experiencia en eso, nadie sabe lo que es una guerra civil, pero todos tienen conciencia de que no es buena. Ahí tenemos el ejemplo cercano de Colombia… ¿Quién quiere algo así para su país? Nadie. Y eso va más allá de las ideologías. Tiene que ver con el miedo, el sentido común, la convivencia. Más todavía si el escenario se circunscribe a una barriada”, puntualiza.
Del extrarradio de Caracas
Hasta que vino al País Vasco, en 2001, Carolina vivía en Petare, una de las barriadas más populosas de Caracas. Se crió en el seno de una familia humilde, obrera, en un entorno de casas modestas engarzadas en la ladera de un monte, agolpadas y superpuestas entre calles y callejuelas de figuras imposibles. “Era un ambiente muy pobre, sí, pero había muchísimas actividades sociales y educativas. Había clases para adultos y mucho espacio para el activismo social. Cuando Chávez llegó al poder, la peña estaba efervescente. Significaba un poco de esperanza. Después de cuarenta años, al menos, una opción”, recuerda ella, que entonces tenía veinte años y sentía que podía comerse al mundo.
Allí, en ese marco, hizo amigos vascos. “Hay mucho voluntariado, mucha acción social y de cooperación internacional. Cada año iban chavales y chavalas diferentes, todos de aquí. Por eso, cuando un día me plantearon venir, conocer, hacer la experiencia, me entusiasmé y decidí hacer el viaje. No me fui de mi país con la idea de no volver, ni disgustada con aquello. Me fui más bien por una inquietud de juventud, preguntándome ‘¿y por qué no?’ Por eso mismo, tampoco llegué con la intención de quedarme. Ni siquiera ahora, después de tantos años, me planteo las cosas en plan ‘establecerme para siempre’. Yo simplemente vivo el día a día, valoro lo bueno e intento mejorar lo que no me gusta. Soy muy reivindicativa”, subraya.
Carolina explica que, si bien la integración cultural es buena, el ámbito laboral es el más complicado para los extranjeros. “Llegas y, al principio, cualquier trabajo es bueno porque lo ves como algo transitorio. Te dices a ti mismo que ya llegarán las oportunidades. Pero eso no ocurre. Para la inmigración, no hay muchas oportunidades. Tienes que ser muy bueno, tener mucha suerte o las dos cosas para poder dedicarte a tu profesión”, afirma ella, que trabaja cuidando a una persona mayor en Vitoria.
En paralelo, Carolina es muy crítica también con los propios extranjeros, ya que entiende que su implicación social debería ser más intensa. “Casi no hay participación ciudadana por parte de los inmigrantes -sostiene-. Y es curioso, porque muchas veces escuchas frases como ‘qué bonito es Euskadi’, ‘qué seguro me siento aquí’, ‘qué bien funciona todo’, pero luego, cuando hay una manifestación en contra de los recortes, por ejemplo, no van. La mayoría no sale a defender aquellas cosas que valoran y que consiguieron con mucho sacrificio las personas de aquí, sus padres y abuelos. Eso es triste”.