325 | Isabela

Lo primero que hizo cuando llegó a Euskadi fue localizar la parroquia ortodoxa más próxima y acercarse con su marido a la iglesia. “La palabra de Dios tiene vida. El día que vas a misa, recargas energía. Después afrontas los problemas cotidianos de otra manera”, afirma Isabela Munteanu, una joven rumana, de Tulcea, que emigró de su país hace siete años, cuando tenía 22. “Mi esposo y yo viajamos juntos -relata-. Teníamos un amigo que siempre nos decía: ‘no importa a dónde vayáis, es importante que estéis los dos, así os será más fácil afrontar los cambios’. Llevaba razón. Cuando emigras en pareja no te sientes tan solo, tienes un apoyo, pasas por las dificultades de otra manera”.

Pero contar con un apoyo no erradica la nostalgia ni garantiza que todo será más fácil. “Al principio, especialmente, sientes mucho la añoranza. Dejas atrás a tu familia, tus amigos, tu ciudad… y les echas de menos, claro. Ese cambio cuesta mucho. Además, si no manejas el idioma te resulta difícil hablar con los demás y entender lo que te dicen. Si te falta algo tan básico, no puedes pensar en trabajar”, reflexiona. Por esa razón, su siguiente paso en Euskadi fue apuntarse a la Escuela de Idiomas. “Debería hablar mejor de lo que hablo -dice a modo de autocrítica-. El otro día fuimos al cine a ver ‘Ocho apellidos vascos’, y había frases que no entendía”, reconoce entre risas.

Isabela es dura consigo misma, pero lo cierto es que se expresa muy bien. “Muchas cosas las he aprendido en el trabajo -dice-. Soy dependienta en una carnicería y desde el principio, mi jefe me ha tenido muchísima paciencia. En Rumanía, yo trabajaba en un supermercado, pero no sabía nada de hamburguesas, morcillas, salchichas o cortes de carne. Cuando empecé aquí, me agobiaba mucho porque quería hacer las cosas bien. Me gusta mi trabajo. Me gustó desde el principio y quería conservarlo. La verdad es que he tenido mucha suerte”.

Dice esto por su empleo, que le ha permitido establecerse y salir adelante, pero también por las personas que ha conocido aquí, en el seno de la Iglesia Ortodoxa. “Antes te hablaba de la añoranza de los primeros tiempos… Una de las cosas que ha logrado mitigarla es la gente que hemos conocido en la parroquia. Los domingos, después de misa, nos reunimos, comemos juntos, conversamos. Somos como una gran familia. Hemos creado lazos muy fuertes. Tanto es así que ahora me pasa al revés: cuando viajo a mi país, echo de menos Euskadi”.

Para Isabela, la fe ocupa un lugar central. Participa de manera activa en la Iglesia Ortodoxa de Derio, donde integra el comité parroquial, e intenta acercar la religión a los jóvenes. “La adolescencia es una etapa complicada y muy sensible. Por eso creamos diversas actividades para chavales de entre 14 y 18 años. Vemos películas, hacemos juegos, conversamos mucho sobre las cosas que les preocupan… Nuestra labor es cultural, educativa, social y recreativa. Intentamos ofrecer un modelo sano de vida y de amistad”, detalla.

Juventud ortodoxa en Vizcaya

Con estos fundamentos, el mes que viene tendrá lugar un gran encuentro de jóvenes aquí en Vizcaya. Este congreso, de carácter anual, se celebrará en Derio, entre el 2 y el 4 de mayo. Los jóvenes participantes -unos 200, procedentes de toda la península- se hospedarán en el Hotel Seminario, que acogerá buena parte de las actividades. El encuentro está organizado por el Obispado Ortodoxo rumano de España y Portugal, y el lema de esta ocasión es una pregunta: ‘¿Podemos amarnos de una manera hermosa?’

“Se trata de un acontecimiento muy importante para nosotros, la diáspora ortodoxa. Es el congreso nacional de la Hermandad Nepsis”, indica Isabela. “La palabra ‘nepsis’ deriva del griego y significa despertar, atención plena. Pero también es el nombre genérico que designa a las diversas asociaciones o grupos de jóvenes ortodoxos rumanos que se encuentran en Europa Occidental y Meridional”, añade. “La fraternidad se formó en 1999, en París, y desde entonces se celebra un encuentro anual, a escala europea”.

Isabela, que viajó a París en 2009 para celebrar los diez años de la fundación, remarca la importancia de este tipo de iniciativas. “Es importante para los jóvenes y, también, para la comunidad, porque se fomenta la participación, las conferencias, el debate en talleres de discusión, las actividades sociales y el descubrimiento de la ciudad sede y su entorno. Después de este congreso nacional, tendrá lugar el internacional, en Lisboa -anuncia entusiasmada-. Trabajar por los jóvenes y compartir espacios con ellos es fundamental. Son el futuro”.

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