320 | Arley

Arley es madrugador. Le gusta levantarse temprano, y no solo por obligación, como cuando trabajaba en Mercabilbao y cargaba las primeras cajas a las cuatro de la madrugada. La costumbre de anticiparse al sol le viene de antes, de cuando vivía en Colombia con sus padres, y sus padres vivían aún. “Muchas veces, mi padre y yo nos levantábamos a las cinco de la mañana. Preparábamos el café y disfrutábamos de ese momento juntos”, recuerda. Han pasado muchos años desde aquella cocina en Pereira.

“Mis padres ya no están. Fallecieron hace unos años. Yo vivía aquí, en Getxo, cuando sucedió, así que la última vez que viajé a mi país fue para la despedida”, cuenta conmovido, aunque lo acepta con entereza. “Es duro, sobre todo cuando te toca desmontar una casa y los días del calendario se te escapan, porque tienes que volver a tus obligaciones, y tus obligaciones están en otra parte del mundo. Pero también es ley de vida y uno tiene que seguir adelante, levantar a su familia, criar a los hijos. Por eso estamos aquí. Esa es la razón que nos trajo y la que nos ha mantenido en Euskadi”, explica Arley, que al principio vino “por dos años”, pero acabó multiplicando la cifra.

“Llegué a Vizcaya en enero de 2000. Vine con mi hijo, que en ese momento tenía 13 años y que ahora ya es un hombre de 26. Mi mujer había emigrado cuatro años antes, para trabajar en el servicio doméstico, porque la situación laboral en Colombia no era buena. Yo soy tecnólogo en obras civiles, una profesión ligada a la construcción y cuyo título no he podido homologar porque solo me convalidaban una materia… Pero igual decidí intentarlo. Allí estaba todo muy difícil, mientras que aquí había crecimiento, trabajo. Eran buenos tiempos”, repasa.

Su primer trabajo fue en una empresa constructora de Murgia. De aquello, además de hacer lo que le apasiona, construir, destaca que le permitió obtener su permiso de residencia y trabajo. “Es mucho, pero costó caro -comenta-. Me pagaban lo que querían cuando querían. Se aprovechaban, claro, hasta que un día dije ‘no va más’. Era injusto, así que renuncié y me puse a buscar otro empleo”. Lo encontró en Mercabilbao, donde se dedicaba a estibar cajas y donde, al cabo de un tiempo, le ofrecieron otro trabajo. “Vinieron de una ETT para contratar personal. Ofrecían puestos de trabajo en una fábrica de Ondarroa”, detalla.

Arley se apuntó a la oferta y cambió radicalmente de entorno, de actividad… y de horario. “En Bilbao trabajaba de 4 a 12 del mediodía. En Ondarroa empezaba a las 12 de la noche y salía a las 6 de la mañana. Fabricábamos mangueras para coches. Mantuve ese empleo hasta que se acabó el contrato, y otra vez me puse a buscar. Al final, tuve suerte, porque conseguí trabajo como conserje en Algorta. Las condiciones laborales eran mucho mejores que en mis trabajos anteriores y, además, estaba cerca de casa. Me dediqué a ello durante ocho años”, valora.

Otras construcciones

El año pasado se le presentó una oportunidad. “Iban a traspasar una tienda de productos latinos en Bilbao. Hablé con el dueño, me explicó las condiciones y me animé”. Su decisión tenía mucho de aventura, ya que Arley nunca se había dedicado al comercio, pero también algo de viento a favor: la experiencia de haberse buscado la vida en diversos oficios, distintos del suyo. “La principal ventaja, lo que más me sedujo, fue la idea de ‘trabajar para mí’. Ahora soy autónomo y hago un montón de horas aquí dentro; es cansado y muy exigente, pero al menos sé que es un tiempo y una energía que invierto para mejorar las condiciones de mi familia”, reflexiona.

Si bien la tienda lleva abierta desde hace quince años, Arley cogió el timón en junio de 2013. Y, a pesar de las dificultades, o de que “algunas cosas tardan más de lo que uno imagina al principio”, está contento y entusiasmado con su apuesta. “Son formas de vida y opciones -señala-. Quizá no haya podido dedicarme a lo que siempre quise hacer, pero, bien pensado, aquí también estoy poniendo andamios. También estoy construyendo un futuro”, dice.

“Además, cuando decidimos quedarnos, lo vi muy claro. Emigrar valió la pena. Pude ayudar mucho a mis padres mientras estuvieron allí, y sacar adelante a nuestra familia aquí. Nuestro hijo pequeño nació en Euskadi y su llegada fue lo que nos hizo repensar nuestros planes de volver a Colombia. Ha pasado mucho tiempo, casi no tengo familia allí, a excepción de unas tías. Mi hermano y los de mi mujer están aquí. Mis grandes afectos están en el País Vasco”.

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