Se marchó de su ciudad cuando tenía quince años. Siempre había vivido en Severin, al suroeste de Rumanía, con el perfil de Serbia dibujado al otro lado del Danubio. Cambiar ese horizonte no fue fácil porque tampoco fue su decisión, sino la de sus padres, que dos años antes emigraron del país para afincarse en Valencia. “La situación en Rumanía era muy mala”, dice Mihaela Bisca que, hoy, a sus 23 años, agradece aquel cambio.
Pero no siempre pensó así. Para ella fue una experiencia muy dura. “Estaba en el colegio, tenía a mis amigos, conocía la ciudad y vivía con mi abuela. Me quedé con ella cuando mis padres se marcharon”, explica. “En esos dos años, vine de vacaciones aquí, con mis padres, pero siempre regresaba a Rumanía. Cuando el cambio fue definitivo, me costó un montón. Obviamente, no quería venir, y el primer año en Valencia fue terrible: no conocía a nadie, no dominaba el idioma, la ciudad era extraña y diferente. Como cualquier adolescente, pasé los primeros meses enganchada a internet, escribiéndome con mis amigos de siempre”, relata.
Aquella etapa pasó. “Entré al instituto, aprendí el idioma, acabé la ESO, hice nuevos amigos y empecé a trabajar. Mi primer empleo fue en el sector de la hostelería”, precisa. Habían pasado cinco años y parecía que había encontrado su sitio, que se había afianzado, que se quedaría en el mismo lugar. Entonces, volvió a mudar de horizonte. Esta vez, cambió el Mediterráneo por el Cantábrico. “Las perspectivas laborales no eran buenas para mí. Había muy poco trabajo”, dice Mihaela, que sintió de lleno la crisis.
“Mi prima estaba viviendo aquí, en Euskadi, y me dijo que en el norte había más opciones. Por eso decidí venir”, explica ahora, dos años y medio después. “Empecé como todos, trabajando en casas, cuidando a un señor mayor”. Pero hace poco -cuatro meses apenas-, le surgió una oportunidad tan buena como imprevista: llevar una tienda con productos de su país. “La tienda era de un señor, rumano también, que quería traspasarla porque los ingresos que obtenía no eran suficientes para sostener a su familia. Estaba casado, tenía cuatro hijos y prefería dedicar todo su tiempo a la construcción”, comenta Mihaela.
Así, pese a su juventud y la crisis, decidió lanzarse a la aventura junto con su chico, a quien conoció aquí. “La tienda llevaba tres años abierta y ya tenía su clientela, aunque en este tiempo la hemos ampliado. Por un lado, es la única que vende productos rumanos en Barakaldo, por otro, también vienen personas de Bilbao y de Algorta, y no solo gente de nuestro país”. Con entusiasmo y alegría -incluso, un punto de sorpresa-, Mihaela explica que una parte de sus clientes son sudamericanos y vascos. “Nuestro queso es igual a uno que se elabora en Colombia. Una vez vino un chico colombiano, lo compró y lo llevó a una reunión con sus amigos… ¡Ahora vienen todos los amigos a la tienda!”, cuenta divertida.
Más que Drácula
“También nos pasó un día que entró una señora de aquí. Le había llamado la atención un embutido que vio en el escaparate. Le dimos a probar y acabó comprando medio kilo”. Para Mihaela, este tipo de situaciones son muy gratificantes y no solo desde el punto de vista comercial. “Es bonito que las personas de otros lugares descubran cosas de tu país. De Rumanía se sabe poco. La historia del conde Drácula es lo más conocido… De hecho, uno de nuestros vinos lo lleva en la etiqueta”, comenta, a modo de ejemplo.
“Sin embargo, otras cosas no se saben. No se conoce la gastronomía, ni los ahumados, ni algunas tradiciones religiosas que son súper bonitas. La Navidad en Rumanía es preciosa; la gente sale a cantar villancicos. Y las celebraciones en la iglesia, por ejemplo en Semana Santa, el día de Pascua, son muy populares. Todo el mundo va a misa, incluso los jóvenes, y es precioso ver al sacerdote y la comunidad con sus velas, por la noche, rodeando la iglesia”, describe.
“Por supuesto, hay que reconocer que la situación allí está fatal. Y si no se sabe mucho de eso es porque la gente está acostumbrada a la crisis y ya no se queja tanto. Pero, la comida cuesta como aquí, mientras que los sueldos son muy inferiores. Hubo alguna mejora con el ingreso en la Unión Europea, pero nada significativo. Conocemos a un señor vasco que tiene una fábrica en Rumanía. El encargado de esa fábrica gana un sueldo normal de aquí, pero allí es mejor que el del director del banco al que va… Y casos como ese hay muchos. Por eso es que los jóvenes se van, al igual que está pasando ahora aquí. Esa experiencia es tremenda, lo sé porque la viví, pero a veces es la única manera. Como te he dicho, yo no quería venir. Ahora, lo agradezco”.