311 | Rosalva

Es temprano y Rosalva ya ha organizado todo el día. «Ahora me voy a estudiar. Al mediodía entro en mi primer trabajo y por la tarde, en el segundo. Pero, espera. Dame dos segundos que me ato los zapatos, así ya salimos y de camino te cuento», dice mientras se prepara en su casa. Afuera llueve bastante. Las calles de Vitoria han despertado mojadas y frías. La conversación se reanuda en la acera.

«Estoy contenta, entusiasmada, feliz», describe ella, paraguas en mano. «Nunca pensé que volvería a estudiar, que podría formarme, aprender algo. Con tres hijos y tantas horas de trabajo al día es difícil, pero ya ves que no es imposible». Por el contrario, sostiene que es necesario. «Entre otras cosas -argumenta-, es un ejemplo para mis hijos mayores, que tienen 15 y 17 años. En lugar de insistir para que estudien lo hago yo también y les muestro que se puede, con hechos».
Hay más razones. «Hace diez años que me marché de Bolivia y vine aquí. Fue una década muy dura, de mucho sacrificio. Desde entonces hasta hoy he trabajado siempre en lo mismo: cuidando niños y ancianos. El tiempo va pasando, te centras en resolver el día a día, en salir adelante y mantener a tu familia… Hasta que un día te paras a pensar y te das cuenta de que no has hecho otras cosas para ti misma, para cultivarte y mejorar, para darte oportunidades». Este fue el razonamiento que siguió hace poco, mientras hablaba con una amiga.

«Fue ella quien me incentivó. También es extranjera, lleva aquí el mismo tiempo que yo, y un día me preguntó: ‘¿Qué te parece si nos ponemos a estudiar algo?’. Insistió mucho en que debíamos ponernos las pilas y, la verdad, me alegro de haberle hecho caso», señala Rosalva, que escogió aprender peluquería. «Lo elegí porque me gusta mucho la estética, estar guapa, arreglarme y compartir eso con otras mujeres. Además, es un curso de dos años, un oficio, una nueva herramienta para salir adelante», comenta. «Yo creo que siempre hay que esforzarse por avanzar y conseguir algo mejor», reflexiona ahora, años después de haber hecho el movimiento más grande de su vida: salir de Guayaramerin, su pueblo, para venir a trabajar a Vitoria.

«Nuestra situación allí era muy mala. El país no atravesaba un buen momento. Mi hija, la que hoy tiene quince años, era pequeña entonces y tenía asma, así que cada dos semanas estábamos en el hospital. Cada vez que íbamos para que la atendieran, nos tocaba pagar mucho dinero, así que vendíamos la televisión, o la bicicleta, o alguna joya para cubrir los gastos. Y claro… llegó un punto en el que ya no teníamos nada más para vender».

La llamada que cambió todo

En ese momento, la hermana mayor de Rosalva -que llevaba un par de años viviendo en Euskadi- la llamó para decirle que viniera. «Le contesté que sí sin pensarlo, sin consultarlo con nadie ni meditarlo. Fue impulsivo. Tomé la decisión porque no veía otra salida. Ella me envió el dinero y yo salí de mi pueblo». Llegó hasta la ciudad y allí se derrumbó. «No me vi con fuerzas para marcharme del país y dejar a mi familia -confiesa-. Tan solo me había ido del pueblo… No podía ni imaginarme lo que sería estar tan lejos, en otro continente». Rosalva se arrepintió y regresó al pueblo, confiando en que encontraría una solución. Pero no fue así. «Pronto me di cuenta de que tenía que salir de allí, por mucho que me costara y por mucho que me doliera separarme de mi familia. Mi hermana me dio otra oportunidad y, esta vez sí, junté valor y me vine. En lo único que pensé fue en mi marido y mis hijos».

Tres meses después de llegar a Vitoria y empezar a trabajar, llegó el esposo de Rosalva. «Fue poco el tiempo que estuvimos separados, por suerte. Y tampoco tardamos mucho en traer a los pequeños. Para nosotros era demasiado duro estar tan lejos de ellos. Recuerdo que algunos días salíamos a caminar y, cuando pasábamos frente a algún parque y veíamos a otros padres con sus hijos, se nos caía el alma a los pies». Una década después, con sus hijos ya mayores y la pequeña terminando la escuela, Rosalva mira hacia atrás y siente que todo aquello ha valido la pena. «No he vuelto a Bolivia en todos estos años. Quizá en algún momento lo haga, pero de vacaciones. Aquí hemos encontrado un hogar, mi marido y yo hemos salido adelante poco a poco, y estamos contentos. Me encanta Vitoria y no tenemos planes de irnos».

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s