306 | Alexander

En ocasiones, la familia pesa más que la estabilidad laboral, aunque en general sean aspectos que caminan de la mano. Las oportunidades y los afectos no siempre están en el mismo lugar, y esto es algo que comprobó Alexander Rengifo hace más de una década, cuando aún vivía en Colombia con su mujer y su hija. «La familia de mi esposa estaba aquí, en Euskadi. La mía estaba en Londres», explica. «Mi mujer echaba de menos a los suyos, que se habían marchado seis años atrás, y me dijo que quería venir para estar más cerca de ellos», añade.

En ese momento, 1999, él tenía un buen empleo en una conocida multinacional, así que su primer pensamiento fue «¿a qué me voy a ir yo de aquí?», como recuerda ahora, catorce años después… en Bilbao. «No existía una necesidad material de cambiar de país, pero para mi esposa sí había una razón afectiva. Lo conversamos y decidimos juntos que vendría ella primero a reencontrarse con su familia y a experimentar. Luego veríamos», relata Alexander, que en un principio no se sentía atraído por el ‘boom’ económico que había entonces, ni se quejaba de lo que tenía en su país.

Sin embargo, la familia pesó más. En los meses siguientes, preparó su salida de la empresa, compró un billete de avión y se vino. Como era de esperar, la calidez del abrazo y del reencuentro contrastó con la frialdad de empezar desde cero en un sitio nuevo. «Llegué con la ilusión de conseguir algo rápido y empezar de inmediato a trabajar, pero las cosas no funcionan así. Pasé un mes entero entregando mi currículum por aquí y por allá, sin respuesta… Era desesperante. Solo pensaba en volver a Colombia», confiesa.

La primera oportunidad le llegó de una sala de fiestas. «Me ofrecieron trabajar como DJ en una discoteca y acepté. Obviamente, no tenía nada que ver con el tipo de actividad que acababa de dejar, pero no me importó ni tampoco me intimidó. En mi país también había trabajado en un parque de atracciones y como animador de fiestas. Además, cuando uno se decide a empezar otra vez y progresar, cambia el chip y aprende a hacer de todo. Dije que sí y empecé de inmediato».

Un año en Londres

Tiempo después, volvió al mundo de la empresa, aunque el camino de regreso tuvo más que ver con su trabajo en la discoteca que con su experiencia previa en el sector de la administración y las ventas. «Mientras estuve en la sala de fiestas, conocí a mucha gente del mundo latino, establecí lazos, organicé conciertos. Tenía capacidad de convocatoria y por eso me ofrecieron trabajo en una empresa de envío de dinero. Empecé como encargado de oficina. El objetivo era que la gente que me conocía viniera a hacer los giros a donde estaba yo. Al cabo de un año ya era gerente regional».

Trabajó varios años en esa empresa, al principio compaginándolo con su empleo en la discoteca, donde seguía yendo los fines de semana. Hasta que en un momento dado, hace ahora seis años, le surgió la posibilidad de trabajar en Londres, una ciudad a la que siempre había querido ir. «Era una empresa que se dedicaba a lo mismo, al envío internacional de dinero. Fui a hacer la entrevista, me ofrecieron un buen puesto y acepté». Alexander pasó un año entero en Inglaterra. «Mi esposa fue varias veces, pero la ciudad no le gustaba y a mis hijas tampoco», explica él, que tuvo a su segunda hija aquí en Bizkaia.

Así que, otra vez, tomó la decisión de estar cerca de los suyos. «En cuanto surgió la primera oportunidad laboral aquí, regresé», dice Alex -como le conoce todo el mundo- que hoy trabaja como jefe de relaciones públicas en una sala de fiestas y, además, es locutor en Radio Tropical.

«Sí, pasé de estar sentado tras un escritorio a moverme todo el tiempo en el mundo de la comunicación. A veces uno no trabaja en aquello que estudió», comenta sin dramatismo. «Como te decía antes, al venir aquí cambió mi forma de trabajar. También cambiaron algunas prioridades -agrega-. Quizá en Colombia podría tener un mejor pasar económico, pero nunca tendría la tranquilidad que tengo aquí», sopesa.

Esa tranquilidad es, de hecho, lo que más le gusta de Euskadi. «Más que su paisaje, más que la combinación de tierra, mar, río, nieve y playa, más que unas instituciones que se preocupan por los ciudadanos, valoro mucho la seguridad y el sosiego. Por eso -prosigue-, ya no me planteo volver. Después de catorce años, nuestras hijas son de aquí, nosotros hemos echado raíces y hasta tenemos una hipoteca», dice para ilustrar cuán profundo (y duradero) es el arraigo.

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