A partir de esta semana, en Vitoria, el colectivo Bachué celebrará varias actividades relacionadas con la defensa de los derechos humanos en Iberoamérica. Este miércoles, Walter Agredo -de la Fundación CSPP de Bogotá- impartirá una charla documental sobre las acciones que se están llevando a cabo en Colombia. El coloquio tendrá lugar en el Seminario 3M de Magisterio, de la UPV, y forma parte de una reflexión más amplia, que abarca también a otros países latinoamericanos, a los desafíos actuales y a las consecuencias de las dictaduras, incluso las más sutiles, que bien conoce Sergio Cortés Torres.
«Soy un hijo anónimo de la dictadura -dice-. Nací en 1969, en Chile, apenas cuatro años antes del golpe de Estado. Mis padres tenían afinidad por Salvador Allende y eso les ocasionó problemas… No fueron graves, pero fueron problemas, y yo viví toda mi niñez y adolescencia bajo el yugo de la dictadura militar. No sufrí torturas, pero padecí los ‘tentáculos’, las consecuencias que tiene un gobierno de facto. Quizá lo más doloroso fue que no pude estudiar. No había becas, ni ayuda de ningún tipo. El acceso a la universidad era clasista. La educación no estaba al alcance de todos», lamenta.
Sergio no tenía recursos, pero sí determinación, firmes convicciones y sueños. «Mi familia es gente de campo. Mi abuelo fue el primero en emigrar a la ciudad y yo nací en Quilpué, una ciudad pequeñita, de interior, muy próxima a Valparaíso y Viña del Mar. Crecí allí y terminé el Bachillerato sabiendo que con ello no iba a conseguir nada porque no era suficiente. Como mucho, podría ser peón u operario, pero yo tenía otras aspiraciones. Quería estudiar. Y me negaba a creer que esa realidad, esa barrera a la educación era la única situación posible, lo único que había en el mundo. ‘Fuera tiene que ser diferente’, pensaba».
Hizo su vida, como todos. Trabajó en lo que pudo. Se casó joven y formó una familia. Pero ese pensamiento siempre estaba presente. «Tendrá que ser diferente; tendrá que ser…». La idea permanecía, aunque los años pasaran. Hasta que un día tomó la decisión de pasar de las ideas a los hechos. Con 38 años a cuestas, Sergio sintió que era el momento de salir al mundo para ver qué le ofrecía. Y lo primero que encontró fue la aciaga experiencia de «estar en Europa sin papeles».
«La primera ciudad a la que llegué fue Barcelona, y de allí me trasladé a Vitoria, hace cinco años. Ahora tengo mi documentación en regla, han venido mi mujer y mis hijos, y hemos tenido aquí a Maider. Sufrimos la crisis como muchas familias, pero lo esencial está en orden y, en lo personal, estoy contento. Antes no. Al principio fue muy duro. Además de estar solo, vi de cerca la economía sumergida, la precariedad, lo difícil que resulta salir adelante», recuerda.
Consolidar el sueño
Si bien la situación económica no es la mejor -«en casa, solo mi mujer tiene trabajo y hace un esfuerzo muy grande», reconoce-, Sergio destaca que aquí ha podido empezar a consolidar aquel sueño largamente acariciado: «¡Estoy estudiando! -dice con entusiasmo- Me he apuntado al curso de Integración Social en el Instituto Francisco de Vitoria y estoy muy contento con ello. Esta tierra me ha brindado la posibilidad de aprender, de formarme y crecer… y no sólo en el aspecto académico».
Sergio valora que aquí ha conseguido «cambiar el chip» en materia de género, en el plano personal. «Yo vengo de un país y de una generación bastante machistas. Moverte de sitio y darte cuenta de que es tu mujer quien te mantiene, y que eres tú quien debe ir a buscar a los hijos al colegio, cambiar pañales u ocuparte de la casa te hace plantearte muchas cosas. En cierto modo, es como nacer de nuevo. Por supuesto, me costó, porque choca con todo lo que traía aprendido. Pero, mira, me apunté a un taller sobre las nuevas masculinidades y ha sido realmente genial».
Genial y «positivo», como muchas de las cosas que le han cautivado de Euskadi. «Las personas son previsoras, hay orden, y cuidan mucho la tradición y la cultura. La ciudad es muy bonita, hay mucho por conocer en los alrededores, y el vino tiene la misma calidad que en Chile -compara-. Tal vez una de las cosas más complicadas para mí fue adaptarme a vivir en altura, «en un edificio, quiero decir». Pero hasta eso tiene aspectos prácticos… «No tienes que barrer ningún patio trasero ni pelearte con la manguera para regar el jardín», dice con una sonrisa.