Existe más de una razón para emigrar y, en ocasiones, los motivos se disparan a la vez. Para Jorge y su familia, eso fue lo que ocurrió. «Llegamos al País Vasco en diciembre de 2009, y la expectativa era que, a pesar de la crisis, podríamos encontrar unas oportunidades diferentes a las que teníamos en Colombia. Una de las cosas que más nos motivaba para venir era el aspecto académico. Mi mujer es psicóloga, yo soy economista, y teníamos interés en hacer posgrados. La universidad allí es más cara. La matrícula nos habría costado casi el doble», detalla.
La educación de sus dos hijos y la experiencia que supondría para ellos vivir en otro lugar era también un factor de peso, aunque lo que más le preocupaba al matrimonio era el asunto de la seguridad. «Nos atraía mucho mejorar nuestra movilidad como ciudadanos: poder andar por la calle como cualquier transeúnte, tranquilos, sin tener que estar pendientes de quiénes van alrededor, sin esa precaución permanente», explica. «Además, en nuestro país existe el servicio militar obligatorio… Si nos hubiéramos quedado, nuestro hijo mayor tendría que haberlo hecho, y eso, en Colombia, significa exponerse demasiado. No vale la pena tener hijos para regalárselos al Estado», sentencia.
La amalgama de razones pudo más que la estabilidad económica que tenían en Bogotá. «Mi esposa trabajaba como psicóloga en el ámbito clínico y yo pasé por diferentes empresas, desde bancos hasta compañías de transporte, desempeñando mi profesión. Los últimos quince años ocupé cargos directivos», desvela. Esa situación les permitió acceder a ciertos privilegios – como hacer viajes en familia fuera del país- que son difíciles de lograr para la mayoría de la población en América Latina. De hecho, así fue como conocieron Euskadi.
«Vinimos en 2005, de vacaciones, y el lugar nos encantó. El paisaje era maravilloso, tenía costa y mucho verde. También notamos que el clima era más suave que el que tenemos en Bogotá, y nos pareció un sitio estupendo». Por todo ello, cuando decidieron marcharse de Colombia cuatro años después, la elección del destino fue fácil: «Nos vinimos directos aquí, aunque no conocíamos a nadie. Lo que habíamos visto alcanzaba».
Sin embargo, una cosa es ser turista y otra distinta, inmigrante. «Cuando uno viene de paseo, lo tratan muy bien. Los turistas, en casi todas partes, son bien recibidos. Cuando te estableces es diferente. Ahí comprendes otros matices que, cuando estás de vacaciones, pasas por alto». Aunque Jorge tenía claro que aquí empezarían desde cero, que estaban solos, albergaba la esperanza de que la inserción laboral iba a ser más sencilla. «Y no lo fue. En estos años, por desgracia, no hemos encontrado el reconocimiento profesional que esperábamos».
Los alcances de la crisis
Por otra parte, subestimaron el alcance que tendría la crisis. «Si me presento a una oferta de empleo me dicen ‘qué bueno su currículum, qué interesante, ya lo llamaremos’, pero ahí se queda, no va a más. En un momento como este, la inserción laboral es complicada para todos, y cuando alguien ofrece un trabajo, lógicamente le da preferencia a quienes son naturales de aquí».
La lectura positiva de esta aventura migratoria es que su esposa, Ruth, hizo su posgrado en Neurociencia. «Cuando comprendimos que sería difícil trabajar en nuestros respectivos campos y generar unos ingresos y un nivel de vida similar al que teníamos antes, decidimos centrar la formación profesional en uno de los dos. Ella es bastante más joven que yo, de modo que tendrá más oportunidades de sacar rédito de los conocimientos que adquiera ahora», expone Jorge, que agradece también haber venido con ahorros para apuntalar este ambicioso proyecto.
«Ahora -añade-, tenemos dudas. La inestabilidad económica y política nos hace replantearnos esta decisión. Queremos viajar a Colombia para ver cómo están las cosas allí después de estos cuatro años y explorar nuestras posibilidades, aunque no lo tenemos nada claro porque hemos estado desvinculados mucho tiempo. Por otro lado -sopesa-, aquí necesitamos un cambio. Hasta ahora, hemos hecho cosas puntuales, pero no hay una continuidad. Lo que sí hemos mantenido es nuestra colaboración voluntaria con distintas entidades y asociaciones, como la Cruz Roja, porque nos parece importante ayudar a los demás y generar lazos con otras personas. Uno tiene que pertenecer a algo, ¿no?».