289 | Thomas

Thomas Van Gool llegó a Bilbao en avión. Ese día, el 26 de enero de 1999, no vino en la cabina de mando, pero podría haberlo hecho como tantas otras veces, que aterrizó en el aeropuerto de Loiu pilotando una aeronave. «Bilbao tiene un aeropuerto difícil, pero es uno de los más bonitos que hay. A medida que te acercas, divisas el verde intenso, los montes, la playa, el mar… El paisaje es realmente precioso», opina este piloto holandés, que se trasladó a Euskadi por trabajo y acabó quedándose porque le «encantó».

«Cuando tenía 27 años, una pequeña empresa de aviación holandesa me contrató para venir aquí, con la delegación de Bilbao. Así que llegué y, al día siguiente, empecé a trabajar». A partir de ese momento, y durante los tres años siguientes, solo volaba desde Loiu. «Ese tiempo fue maravilloso -recuerda-. Mis compañeros y yo éramos jóvenes, nos encontrábamos muy a gusto en la ciudad y teníamos la suerte de vivir justo en el centro, en un hotel en pleno Indautxu, rodeados por el movimiento, los bares y las tiendas».

Sus comienzos fueron más dulces que los de muchos extranjeros, para quienes los primeros años suelen ser los más duros. «Tuve suerte -reconoce-. Aquella fue una etapa muy buena y creo que por ello me resultó tan fácil adaptarme. Aprendí castellano tan pronto como pude, pienso que el idioma es fundamental para poder relacionarse, y no tuve dificultades para hacer nuevas amistades. Dicen que la gente del norte, los vascos, son personas muy cerradas, pero qué va. Aquí enseguida te ayudan, son solidarios y te tratan como si te conocieran de toda la vida. Los vascos tienen un gran corazón y unas comidas… ay, las comidas… ¡Qué bueno es reunirse con amigos para pasar la tarde en el txoko!».

Thomas confiesa que el País Vasco le tiene cautivado. «No sé qué es, pero me encanta. Mira que he conocido muchos sitios de España y hay lugares estupendos, con una cultura y una gastronomía muy ricas, pero como Euskadi no hay nada. Bilbao, por ejemplo, es una ciudad pequeña, acogedora, preciosa. Y Mungia, donde vivo ahora, es un sitio privilegiado. Es seguro, puedes andar tranquilamente por la noche, está cerca de la ciudad y a quince minutos de la playa. La costa vasca es impresionante. Aquí sí hay calidad de vida y, lógicamente, me siento muy cómodo», subraya.

Tanto, que decidió quedarse, pese a haber cambiado de compañía y trabajar fuera. «En 2002 perdí el trabajo que tenía y me contrató una empresa de aviación nueva, que tiene una de sus bases operativas en Francia, en Burdeos. Yo voy en coche, son tres horas de viaje desde aquí. Trabajo cinco o seis días seguidos y luego tengo tres de descanso que, por supuesto, los paso en Euskadi».

Feliz de regresar

Si bien el calendario y los trayectos son un poco «paliza», Thomas señala que es un «privilegiado» e insiste en que pocas cosas le hacen tan feliz como regresar a Bilbao. «Yo no cambio esto por nada -enfatiza-. La mayor parte de mi vida como extranjero la he vivido en este lugar. Aunque mis padres, mis hermanos y mis amigos de toda la vida siguen en Holanda, y aunque los echo de menos, por supuesto, cada vez que voy a verles y pasan los días, solo pienso en volver a Bilbao. Supongo que eso significa que mi casa está aquí, en el País Vasco», reflexiona.

De hecho, sí lo está, pues Thomas ha conocido a su mujer en Euskadi y juntos han formado una familia. «Tenemos dos hijos pequeños y eso hace que sea más duro marcharme tantos días. Sin embargo, jamás me he planteado que mi familia tenga que desplazarse. Si nos fuéramos a Burdeos, seríamos todos extranjeros y eso es mucho más complicado. Por eso, prefiero ir y venir yo -explica-. Además, los tiempos han cambiado y uno tiene que aprender a adaptarse. En la actualidad, el trabajo de piloto no es tan estable como podía ser antes. Hoy vas a donde hay trabajo, aunque implique cierto sacrificio».

Un sacrificio que, en su caso, tiene momentos de recompensa. «Cada vez que regreso, me alegro, porque me siento más de aquí que de ningún otro sitio. Y eso que las costumbres locales son muy distintas a las de Holanda. A diferencia de los vascos, que sienten orgullo de quiénes son y su cultura, los holandeses no somos muy patrióticos, excepto en el Día de la Reina y en el fútbol, que va todo el mundo vestido de naranja. Supongo que en mi caso se aplica bien el refrán de que los vascos nacemos donde queremos», concluye con una sonrisa.

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