¿Es difícil ser mujer en la República Democrática del Congo?
– ¡Dificilísimo! Algunas cosas han cambiado en estos años, pero cuando yo vivía allí era muy duro. La Seguridad Social, por ejemplo, no es como aquí. Allí sólo tienes derecho a la Sanidad si trabajas o la pagas, y si eres hombre o dependes de uno. Es decir: tú puedes ser mujer y trabajar, pero no tienes acceso a una atención médica de calidad. Los hombres, en cambio, sí. Ellos y sus familias.
La respuesta de Jolie Mputela no relata un pasado lejano. Cuenta cómo eran las cosas en el año 2006, el último que vivió en Kinshasa. «Por supuesto -continúa-, abrirte camino en el mundo laboral tampoco es fácil, sobre todo en ciertos ámbitos profesionales y de poder. En el Gobierno de mi país, la presencia femenina no llega ni al 1%. Sólo había una ministra; de Género, precisamente. Los demás eran hombres. Ese modelo se perpetúa a pesar de todas las mujeres con estudios superiores que se han graduado en estos años», observa.
Jolie, que es licenciada en Ciencias Políticas, señala algo más. «Ahora todo el mundo quiere estudiar para tener un futuro. En especial, las mujeres. Tener una profesión es clave en mi país. Si te casas y tu marido se muere, su familia te quitará todos los bienes porque tiene derecho. Muchas viudas se quedan en la calle. Si tienes una profesión, al menos tendrás una herramienta para conseguir trabajo y sacar adelante a tus hijos», dice, y deja entrever que la supervivencia adopta formas muy sofisticadas a veces. Otras, no. En la mayoría de los casos, persiste el ‘sálvese quien pueda’.
Los datos oficiales son bastante más duros que el relato de Jolie. Su país es el segundo más peligroso del mundo para las mujeres y el primero en violaciones, según diversas ONG. Los abusos sexuales, estimados en más de mil al día, son un arma de guerra más. Como señalan desde ACNUR, la agencia de la ONU para los refugiados, las mujeres son víctimas de una violencia específica contra ellas simplemente por ser mujeres. En ese marco es muy fácil entender por qué huyen de las zonas más peligrosas del Estado y, si pueden, lo abandonan. En la República Democrática del Congo (RDC), las personas desplazadas dentro y fuera del país suman más de tres millones. La mitad, al menos, son mujeres.
«Yo no tenía futuro en mi país. Aunque trabajaba, las condiciones eran muy malas y las cosas estaban fatal. Había guerra, conflicto, confusión. Me fui como pude y llegué aquí de casualidad, porque la mayor parte de los congoleños emigran hacia países francófonos, como Bélgica o Francia». A Jolie no le importó el idioma, ni «la sensación de estar perdida», ni la brecha cultural. Todo eso se podía subsanar. «Por supuesto, no conocía a nadie y no hablaba español; apenas podía comunicarme en inglés. Sin embargo, los vascos siempre fueron muy buenos y cálidos conmigo; incluso en la calle, cuando preguntaba por una dirección, se tomaban su tiempo para explicarme», valora.
El primer paso
Lo primero que hizo al llegar fue buscar a sus paisanos. «Es el primer paso -dice-. Buscas a cualquier africano que te indique dónde hay otras personas de tu país. Buscas asociaciones de inmigrantes. Pides consejo. Ellas te guían. Después, buscas los caminos para empezar a formarte, aprender el idioma, aprender cualquier oficio que te permita acceder a un trabajo para vivir tú y ayudar a tu familia, la que se ha quedado. Y, por supuesto, no es nada fácil. No es fácil llegar aquí, tampoco salir adelante», subraya.
Jolie, que colabora con ACNUR Euskadi y también lleva su propio blog, hace estas reflexiones para recordar que este jueves se conmemora el Día Internacional del Refugiado, y que hay unos 18 millones de mujeres en esa penosa situación. Además del suyo, Sudán y Siria son otros países con cifras críticas. A menudo, olvidadas. «En África existe la creencia de que en Europa el trabajo eres tú, es decir, que la prosperidad sólo depende de ti, pero no es cierto. Sobre todo, ahora. Muchas personas llegan con un sueño y luego se encuentran con la realidad, una barrera que impide lograr aquello que se plantearon».
Hace una pausa y agrega que, pese a ello, no existe una alternativa. «Tienes que seguir. Y luchar. Y acostumbrarte a lo que hay. Para mí, que llegué a Bilbao hace seis años, Euskadi es mi segundo país. Claro que extraño mi tierra, a mi familia. Claro que me gustaría volver. Me duele el alma todos los días, pero no tengo elección», confiesa.
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