Tensar la cadena, bajar la rueda, cambiar el lubricante. Reparar el embrague, revisar los frenos, verificar los niveles de aceite. Las palabras favoritas de Jesús tienen eco de motor, textura de taller y cierta cadencia mecánica. Lo suyo son las motos, reparar lo que está roto y darle una segunda vida a las piezas. Se dedicaba a ello en Colombia, antes de emigrar hacia Euskadi, y sigue haciéndolo aquí, en su modesto taller bilbaíno. «Toda la vida me he machucado los dedos», dice, y añade que le encanta su trabajo. «No soy mecánico por descarte, ni porque fuera lo único que había. Soy mecánico por vocación».
En Quindío, la provincia colombiana donde vivía, Jesús fue jefe de taller de una importante marca de motos, hasta que abrió su propio negocio. «Llegué a tener dos talleres y uno de ellos sigue funcionando», precisa. Aunque allí era conocido por su trabajo -y por su segundo nombre; todo el mundo le llamaba «don Arléx»- el año pasado decidió probar suerte en el País Vasco.
«Llegué el 16 de agosto, reagrupado por mi esposa, que había venido antes por trabajo. Vine con toda mi documentación en regla y lo primero que hice fue iniciar los trámites -subraya-. Me bajé del avión y, al día siguiente, empecé a recorrer oficinas».
Su permiso de residencia y trabajo le llegó poco después. Empezó en un taller local, aunque ese empleo le duró poco. «Apenas un mes. No querían hacerme contrato ni pagar lo que habíamos acordado, pese a que yo estaba aquí de manera legal», dice. Así las cosas, Jesús se marchó y decidió iniciar un negocio por su cuenta.
«Tomé aquel mes como experiencia, para saber cómo se trabaja aquí, cuáles son las necesidades y de qué modo se hacen las cosas». Su conclusión fue que el método de trabajo es muy distinto, y, por tanto, él tenía un servicio diferente que ofrecer. Un «factor de diferenciación de la competencia», a decir de los expertos en marketing.
«Aquí se cambian las piezas estropeadas; allí se reparan», resume. «Y esto influye en los costes. Una cosa es que tengas que comprar una pieza nueva y sumarle a eso la mano de obra, y otra cosa es que solo pagues la mano de obra, porque la pieza ya está y solo hace falta arreglarla. Mi principal ventaja, creo, es que yo puedo ofrecer las dos opciones a mis clientes». En opinión de Jesús, «la tradición de arreglar cosas aquí se ha perdido», y esto obedece a varias razones.
La cultura de tirar
«En general, las personas que saben reparar piezas ya son mayores y están jubiladas. Su manera de trabajar pertenece a otro tiempo, cuando el papel de un mecánico era más manual y artesanal, más de machucarse los dedos. Ahora, lo que se hace es cambiar aquello que se ha roto. Los vehículos son cada vez más electrónicos, y es fácil encontrar dónde está el fallo y subsanarlo. Pones la pieza nueva, tiras la vieja y ya está», compara.
«Lo otro que ocurre en Europa es que las personas, como clientes o consumidores, se han acostumbrado a tirar las cosas. Cuando llegué, me sorprendió mucho que dejaran estropear u oxidar un vehículo para mandarlo al desguace, ya que les salía más barato comprar uno nuevo que arreglar el que tenían. Después comprendí lo que te comentaba antes: algunos repuestos cuestan casi lo mismo que un vehículo nuevo más modesto», explica Jesús, aunque matiza que, en el contexto de crisis actual, la costumbre de reparar vuelve a ponerse de moda.
Visto de esa manera, el momento que ha elegido para abrir la persiana es inmejorable. Sin embargo, no todo es color de rosa. «Abrir un negocio aquí es muy difícil», asegura, pese a que se siente «afortunado» porque pudo hacerlo en poco tiempo. «Comencé en noviembre, en cuanto me dieron las licencias y los permisos, pero soy consciente de que otras personas esperan mucho más; a veces, años».
Más que el clima o las costumbres locales, lo que más le ha costado a Jesús fue entender los entresijos administrativos. «Es complicadísimo. Para todo necesitas un permiso, un papel, un trámite, un sello… Y claro, cuando recién llegas, no lo sabes. No tienes ni idea de cómo funcionan las cosas. Aquí todo está muy marcado, y eso me parece bien, porque me gusta regirme por las normas, pero es difícil entender todas las reglas cuando eres nuevo. A veces parece que no quisieras adaptarte, cuando el problema, en realidad, es que no te enteras. Mi sueño es sacar adelante el taller. A eso vine -remarca-: a trabajar y hacer clientes».