277 | Noel

El 20 de agosto de 2007 llegó a la costa de Tenerife un cayuco procedente de Senegal. Había partido casi dos semanas antes y traía a unas veinte personas a bordo. Entre ellas estaba Noel Diatta. El viaje fue duro -uno de sus compañeros murió-, pero no tanto como otras travesías en las que Noel había tomado parte. Pescador de tiburones durante muchos años, él ya estaba curtido en los vaivenes del mar. «Las tormentas entre Sierra Leona y Guinea son más fuertes que las que hay al norte de Senegal», asegura.

Noel cuenta que desde muy joven se dedicó a la pesca. Para su familia no era sencillo costearle unos estudios, de modo que hizo «lo que tenía que hacer»: ponerse a trabajar. Durante siete años pasó casi más tiempo en el agua que en tierra, con salidas que rara vez duraban menos de quince días. «En el mar me ha pasado de todo -relata-. Algunas veces, sí, lo pasé muy mal. Hubo una ocasión en la que se nos rompió el motor del cayuco en alta mar, donde no teníamos posibilidad de repararlo. El plan original eran cuatro días de ida, diez de pesca y cinco de vuelta, pero la avería lo cambió todo. Nos quedamos sin comida, sin agua, no veíamos ninguna otra embarcación para pedir auxilio…»

La pregunta que él y sus compañeros se hacían con insistencia era: «¿Qué vamos a hacer ahora para sobrevivir?» La respuesta, confiar en la buena suerte y aguantar. Pasaron diez días sin comer ni beber, ni ver a nadie en el horizonte. Y cuando creyeron que estaba todo perdido, otro cayuco apareció en el mar y los rescató. «Lo primero que hicieron fue pasarnos veinte litros de agua y no duraron ni un minuto», relata.

Fue en uno de esos viajes pesqueros entre Senegal y Sierra Leona cuando Noel escuchó por primera vez que algunos cayucos no tenían por destino la búsqueda de peces, sino la de nuevas oportunidades. «Oí en la radio que venían a Europa y les dije a mis compañeros ‘¿qué cayucos son esos? ¡Me apunto!’» La respuesta de los suyos fue un «¡olvídalo!» rotundo. «No se puede, en esos viajes te mueres», le advirtieron. Pero él no les hizo caso. «Paso veinte días seguidos en el mar para pescar, con viento, con lluvias, sin apenas comida… El viaje no puede ser peor que eso», pensó. A partir de ese momento, su determinación se convirtió en su brújula. Y la única marca era el norte.

Noel siguió trabajando tanto como pudo. Tenía que ahorrar. Emigrar en patera no es igual que hacerlo en avión, pero cuesta lo mismo. «Un lugar en la embarcación valía entonces mil euros», lo que refrenda la idea de que en el mundo no emigra quien quiere, sino quien puede. «Si no tienes nada, no te puedes venir», sentencia él con una serenidad pasmosa. Por fortuna, la pesca de tiburones le dejaba algo de margen. «Los pescábamos por las aletas; eso es lo que se vende. Al cambio, nos pagaban unos 60 ó 70 euros por kilo, así que ganábamos más o menos según el tamaño del tiburón. Algunos eran tan grandes que no podíamos subirlos a la barca, sólo la aleta podía llegar a pesar cinco kilos», explica.

Muchos meses y aletas después -y en contra de su familia, que se oponía al proyecto-, Noel compró un lugar en la patera que iba a partir hacia Canarias. Quizá ese viaje no fue el más duro de los que ha hecho pero, a juzgar por la precisión de sus recuerdos, lo marcó. Sabe a la perfección cuántos días estuvo en Tenerife, en Fuerteventura y en Almería antes de llegar aquí. «Lo peor fue el centro de inmigrantes de Fuerteventura, donde pasé 40 días hacinado. Yo no estaba acostumbrado a eso, a estar encerrado con tanta gente, y te digo: en el mar nunca tuve miedo, pero ahí sí».

El único contacto de Noel era un conocido suyo, de otro pueblo de Senegal, del que sólo tenía un número de teléfono. Le llamaron desde el centro de acogida de Almería. Vivía en Durango. Dijo que recibiría a Noel con los brazos abiertos y así fue. «Así llegué al País Vasco», cuenta él, que se manifiesta «totalmente enamorado de esta tierra y de su gente». En su opinión, «aquí el racismo no existe y las personas son buenas», porque han sido muy generosas con él. En estos años, ha conocido la solidaridad de los trabajadores sociales, los jesuitas, Cáritas y sus propios paisanos, ya que en Durango hay una colonia senegalesa.

«Estudio mucho -dice-. Me he apuntado a todos los cursos que he podido, ya tengo 16 diplomas en albañilería, soldadura, fontanería, carpintería, pintura… y cuando acabe el año tendré tres más. No sé si me servirán, pero es importante estar activo. Si pudiera elegir un trabajo, me gustaría volver a la mar».

Anuncio publicitario

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s