Lo primero es la familia, tanto si habla de Argentina como si se refiere a Bilbao. Los afectos que quedaron lejos y los que conoció -o vio nacer- aquí encabezan su lista de querencias. Después, sí, viene «todo lo demás»: el gusto por el monte, la afición por la pesca, el placer de la música y su trabajo como marmolista. Pero, ante todo, los lazos. Para Manuel Liendo Cortez, que se marchó de su tierra hace ya catorce años, la familia que formó aquí y la que tiene en la distancia es lo mejor de la vida.
Por eso fue tan duro su primer año en Euskadi. Si bien tenía aquí a su mujer, que es vasca, y a la familia de ella, que le recibió muy bien, faltaban sus hermanos, sus padres, sus sobrinos. «A pesar de todos los cambios, yo me adapté muy bien. La gente aquí siempre fue muy amable conmigo. Esa parte fue fácil -dice-. Lo difícil no fue adaptarme aquí, sino acostumbrarme a la distancia. Durante ese primer año, de lunes a viernes trabajaba; y los fines de semana, lloraba», cuenta Manuel para explicar el proceso.
El paso del tiempo y el nacimiento de sus hijos -tiene tres- suavizaron esa sensación. También las nuevas tecnologías, que le facilitaron mucho las cosas. «Hace diez o doce años, me comunicaba con los míos por carta. El sobre tardaba veinte días en llegar y pasaban otros quince hasta que yo recibía respuesta… Ahora todo ha cambiado. Tengo Facebook, mail… Entre eso y que ya todo el mundo tiene un teléfono móvil, estoy al tanto de lo que pasa en mi pueblo. Mis amigos de allá me mantienen informado», compara.
Aunque para cambios y comparaciones, ninguno como los del principio, cuando se trasladó aquí. «Yo soy de Jujuy -cuenta-, la provincia más al norte de Argentina. Allí todo son fincas y monte. Es una zona rural donde todos los trabajos están ligados al campo. Yo me dedicaba a la siembra, al monte, a conducir tractores. Como te podrás imaginar, el cambio al emigrar fue brutal. Salí del campo a la ciudad… ¡y al otro lado del mundo!».
La ‘mudanza’ de entorno, de país y de vida tiene un nombre: Cristina. Es la mujer de Manuel. «Fue ella, mi media naranja, la que me trajo hasta aquí», dice él, antes de contar que se conocieron en Jujuy hace dieciséis años. Cristina había ido con vocación de cooperante por una temporada, pero le conoció y acabó quedándose dos años. «Nos hicimos novios e intentamos vivir allí, pero la verdad es que era muy difícil. No había muchas oportunidades y estábamos muy justos. No podíamos ahorrar ni nada, así que un día ella me preguntó si me animaba a venir a Bilbao para probar suerte acá. Dije que sí. Y aquí seguimos», sintetiza.
Pendientes de mármol
Manuel consiguió trabajo poco después de llegar. Empezó en la construcción, como encofrador, pero descubrió que se le daba bien el manejo del mármol. Y que, además, le gustaba. Le ofrecieron empleo en una marmolería y allí desarrolló su oficio, hasta el día de hoy. «Hacemos de todo, desde encimeras y escaleras, hasta las placas para el cementerio -cuenta-. Pero, además de las cosas grandes, él ha invertido muchas horas de su tiempo libre en crear objetos pequeños, más artesanales; «como unos pendientes para mi señora», detalla. «En verdad, en casa hay muchas cosas hechas con mármol; la mesa, los ceniceros… Cristina siempre me dice que un día vamos a acabar en el piso de abajo de tantas piedras que traigo», cuenta entre risas.
Además de su trabajo, que disfruta, Manuel se ha convertido en un gran aficionado de la pesca y la micología. «Tengo un amigo de Sondika al que le gusta mucho el monte. Un día me invitó a ir con él, porque iba a juntar setas, y la experiencia me encantó. Ahora vamos todos los años, y también vamos a pescar, aunque al principio no pescaba nada, ja ja. He tenido que aprender. Soy un hombre de campo y me gusta mucho la naturaleza del País Vasco».
También le gusta la música. En particular, el folklore. Y, junto a dos amigos argentinos —uno de Jujuy, como él, y el otro de Santa Fe— ha formado ‘Los cantores del Lapacho’, un grupo de música típica de su país. «Nuestros instrumentos son dos guitarras y un bombo, además de la voz, claro. Hacemos sambas, chacareras… Este año participamos en el festival Gentes del Mundo, en El Arenal, y también colaboraron mi mujer y mis hijos. Eso es lo lindo», dice Manuel, que realmente aprecia el tener cerca a los suyos en el día a día.
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