259 | Gustave

Desde que dejó su tierra -en el año 2000- hasta que llegó a Bilbao y pidió asilo, pasaron 9 años, 17 países y 80 ciudades bajo sus pies. Como un Ulises africano, Gustave Kiansumba vivió su propia odisea antes de alcanzar su destino. El camino no fue nada fácil, pero menos lo fueron sus inicios, marcados por los enfrentamientos armados, las revueltas sociales, la tiranía dictatorial y un largo periodo belicista que, según se estima, es el que más vidas ha costado desde la Segunda Guerra Mundial. Mal momento para ser estudiante universitario y activista social en el Congo. Pésimo para estar en la piel y los zapatos de Gustave.

«Yo quería ser ingeniero agrónomo, y estaba estudiando en la Universidad mientras el país vivía todo aquello. No pude acabar la carrera por la situación y por mis propias decisiones: era activista, defendía los derechos de la gente; en especial, de las mujeres. Perdí muchos amigos, había dictadura. Si quería seguir con vida, debía cambiar de ideas o cambiar de país. Por eso me fui». Su largo periplo por África le permitió adquirir «muchísima cultura»; costumbres, idiomas, paisajes e ideas que hoy, en Bilbao, se han convertido en su «mejor herramienta para gestionar la diversidad». Porque a eso se dedica Gustave, a «tender puentes entre personas; entre vascos y extranjeros, y entre inmigrantes de diferentes países».

Gustave vive en el barrio de San Francisco y es voluntario a tiempo completo en el Centro de Recursos Africanistas de Euskadi (CREA-África), un proyecto impulsado por la ONG Solidaridad Internacional para «acercar África a Occidente y lograr que se conozcan de verdad». Para él es tan importante «contribuir al desarrollo del barrio» como «dar una mejor imagen de los africanos» que, a ojos locales, no siempre es buena. «Si vas caminando y ven que eres negro, a veces te piden droga porque creen que vendes. Cuando viene alguien y me dice ‘caballo’, siempre contesto lo mismo: ‘búscatelo en internet'».

Los prejuicios o las «generalizaciones simplistas» se dan en todos los planos. «Si te pregunto por mi continente, seguramente me dirás lo que dicen casi todos: ‘África es un continente que tiene arena, animales, sida, hambre y guerras’. Del mismo modo, asociarás a los africanos que viven aquí con la pobreza, la delincuencia, la droga y la prostitución porque eso es lo único que se ve y lo único que se muestra -razona-. Nuestra labor es enseñar todo aquello que no se ve, que es positivo y existe, y crear puentes; pero no ‘para’ alguien, sino ‘con’ alguien: la integración implica la participación activa de toda la sociedad, no solo de los inmigrantes», añade en un perfecto castellano, muy rico en matices.

Querer que algo funcione

«Aprendí a hablar aquí, en CREA, mientras enseñaba francés a un grupo de 23 vascos -relata-. La idea es esa: que exista un espacio de encuentro donde un congoleño, un senegalés, un vasco o un marroquí puedan aprender nuevos idiomas, nuevas habilidades y nuevas maneras de entender las cosas. Incluso, para que muchos adultos extranjeros que no han accedido a la alfabetización puedan aprender a escribir y ganar confianza y autonomía. Este centro es la suma de los que están y de los que llegan, hay hombres y mujeres, musulmanes y cristianos, personas diferentes, con idiomas y culturas diferentes que hacemos un ejercicio de convivencia y de respeto», describe Gustave.

Por supuesto, reconoce que lograr este escenario no fue sencillo ni rápido. «Al comienzo, era un centro bastante masculino. Había diferencias y tiranteces, claro. No es fácil empezar. Y, para que algo así funcione, todos deben querer que funcione. No puede ser solo cosa de unos, o algo impuesto, sin más. Pero esto es así en todos lados; también en los Estados. Mira España, que tiene múltiples identidades: hay vascos, catalanes, andaluces… y la convivencia se construye, se trabaja, con espacios de encuentro e intereses comunes. En nuestro caso, lo conseguimos a través del deporte, las manualidades, los idiomas o la música, y con actividades de apoyo a los vecinos del barrio, los de toda la vida», señala.

Para Gustave, «lo más importante es tener voluntad y respeto hacia los demás, y capacidad de entender las condiciones particulares de cada uno porque no hay una cultura mejor que otra». Su sueño es que «la gente se conozca mejor, que no haya tanto recelo”.

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