Pasado mañana, en Bilbao, comenzarán las jornadas internacionales sobre ‘Género, comunicación y construcción de paz en África’, una iniciativa de ACNUR que se desarrollará en el Colegio de Abogados de Vizcaya. En la ceremonia de inauguración, prevista para el miércoles a las 17 horas, se estrenará el documental ‘Msilale Wanawake: mujeres de Kivu Sur caminando’, grabado en la República Democrática del Congo durante las elecciones presidenciales del país.
La importancia de estas jornadas, que durarán dos días, es que intentarán acercar la realidad de millones de mujeres del vecino continente y destacar su capacidad de lucha. Mujeres que, si bien son las principales afectadas por los conflictos violentos de sus países, no han perdido la capacidad de organizarse para resistir, desarrollar sus propias vidas, sobreponerse a escenarios de guerra o sumisión y buscar su felicidad, aunque esté lejos, en otra parte del mundo. Mujeres como Clementine Baza Bola, que en septiembre de 2011 compartió su dura historia en estas páginas, o como Amina Mohammed, que lo hace hoy.
Su relato se ambienta en Sokoto, al norte de Nigeria, y algunas cifras domésticas ayudan a entender mejor el punto de partida. La estructura de la casa: 64 habitaciones y cuatro salas. El interior: cincuenta hijos, cuatro esposas, ocho concubinas y su padre, un hombre «muy poderoso e importante» en el país, con «un modo de pensar muy anticuado», a quien «le gustaban el poder y las mujeres». Un ex militar reconvertido en comerciante que no dudó en decirle a Amina que debía casarse y ser la tercera esposa de un hombre de 52 años para mejorar el negocio familiar.
«Mi padre, que ya ha muerto, fue un hombre muy rico. Y también fue muy estricto y muy duro», dice Amina con su acento peculiar y sin ningún resquicio de duda. «Yo tuve muchos problemas con él porque me opuse a sus ideas y a lo que quería para mí», añade esta licenciada en Administración de Empresas que llegó a Burgos hace cuatro años, y que se mudó a Balmaseda hace apenas dos meses. «Cuando emigras una vez, ya no dejas de hacerlo nunca. Te acostumbras al cambio y te aburre la monotonía», sostiene.
Educación y complicidad
La educación universitaria que recibió fue su principal herramienta para rebelarse, pero la complicidad de su madre fue indispensable para poder salir del país. «En la zona de Sokoto, las mujeres se casan muy jóvenes, entre los 12 y los 14 años de edad. Pero si tienes estudios, eso cambia un poco», explica Amina, enfatizando con el tono lo de ‘un poco’.
«Si vas a la universidad, te casas cuando acabas los estudios», añade para completar la idea. Eso fue lo que su padre esperaba de ella, y lo que ella rechazó. «Le dije que no, porque yo había estudiado y quería para mí un hombre guapo e inteligente», recuerda. La afrenta, sumada al hecho de que Amina había empezado a salir con un chico «cristiano y pobre», desató un infierno en su casa.
«Mi padre era musulmán, iba todos los años a la Meca, y me dijo que ni en sueños iba a permitir que me casara con un cristiano que, además, no tenía dinero. Ya te digo que tenía una mentalidad muy conservadora… bueno, para algunas cosas, porque su debilidad eran las mujeres», matiza Amina, que en aquel momento tuvo claro que, si quería ser libre, debía partir. Entre vivir en una jaula de oro y empezar desde abajo en cualquier sitio, escogió la segunda opción. «La única», dese su punto de vista.
«Yo trabajaba en una empresa y pude ahorrar algo de dinero, pero no era suficiente. Entonces mi madre, que conservaba la dote de cuando se casó, me dio parte del oro. Cogí la mitad, lo vendí, y con eso más lo que yo tenía, me fui. Así fue como salí de mi país», resume Amina, que está «encantada» con el País Vasco y con Balmaseda.
«He cuidado niños, he hecho labores domésticas, fui interna cuando vivía en Burgos y dejé atrás la riqueza de Nigeria. Como a mucha otra gente, ahora me cuesta llegar a fin de mes. Pero no me importa. Yo quería ser libre y lo soy. Es el precio que me ha costado».
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